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This Much I Know to Be True, el documental dirigido por Andrew Dominik, es una muestra de lo bello y lo sublime compilado en un producto audiovisual sobre el proceso creativo de Nick Cave y Warren Ellis durante la preparación de canciones (incluidas en Ghosteen y Carnage) para su gira post pandemia.
El filme nos presenta como primer plano una anécdota de Cave al adentrarse en el mundo de la cerámica durante el confinamiento en el lapso del 2020 y 2021, lo que fue una forma de decantar el horror de lo que estaba sucediendo en el mundo y no poder hacer giras musicales.
Ligado a este proceso, Nick despliega de forma detallada en 18 figuras la historia del diablo, el cómo se corrompe a través de sus diferentes edades, además de la modificación de su plano terrenal a partir de sus transgresiones. Dichas figuras están llenas de simbología, como lo son conejos, mujeres con antorchas y el mundo, lo que representa diferentes etapas y sensaciones de la vida de este personaje.
Posteriormente, se genera un cambio en la línea visual y sonora para pasar a la primera toma de Nick junto a Warren tocando canciones de Ghosteen. La entrada de este plano rodea a los músicos para llegar a la antesala de todo: cantos realizados de manera religiosa que se elevan hasta disiparse en una serie de destellos intermitentes que iluminan el escenario entero.
Los sonidos oscilan una y otra vez en nuestros oídos, pero se amalgaman de un modo preciso con las luces, lo cual es un juego constante, pero acertado como recurso. Esto, a pesar de ser algo que predomina en demasía. Asimismo, el cuarteto de cuerdas y las coristas, hacen un match perfecto para la interpretación de estas piezas y su ambiente hipnótico.
Otro de los grandes momentos que nos regala This Much I Know to Be True es la presencia de Marianne Faithfull, pues hace una lectura con su voz peculiar del poema "Prayer Before Work" de May Sarton, para transformarse en una mezcla aletargada, y que permanece durante toda la grabación mientras Cave la secunda con su línea melódica vocal en "Galleon Ship".
Visualmente es un filme muy cuidado entre cada secuencia, las tomas no se vuelven monótonas pese a la circulación en un riel de 360° o por el tipo de iluminación intermitente. Aunque quizá, la primera parte no está hecha para cualquier persona, ya que las palabras descriptivas están ausentes para que simplemente nos enfoquemos en disfrutar la parte sonora de esta grabación. Si bien, esto podría ser un tanto soso, pero si gustas de observar y escuchar formas musicales, entonces no tendrás mayor problema para digerirlo. No obstante, el puente es la segunda parte, donde sí hablan ambos músicos sobre su proceso creativo, de las múltiples grabaciones y de cómo al final, cuando visualizan los resultados, lo hacen desde los momentos significativos, en donde no hay una explicación concreta de lo que se sintió mientras estaba ocurriendo el performance.
Casi al final de este audiovisual, Nick nos habla de lo que significa para él The Red Hand Files (el sitio en donde podemos escribirle al músico diversas preguntas sobre temas que nos aquejan). Para él es una práctica espiritual, trata de responder desde la mejor parte de su naturaleza, al meditar lo que va a contestar y así, generar cierta empatía con la otra persona.
Uno de los momentos más entrañables del documental es cuando el músico australiano habla sobre su creatividad, lo que es él, y sobre cómo la felicidad no lo es todo en la vida, puesto que su proceso al crear no depende de ello. La vida y las personas son lugares significativos y eso permite que la vida se pueda sentir.
En general puedo decir que es un agasajo en imágenes y sonido, pero también considero que es digno de valorar las anécdotas y perspectivas de Nick y Warren, pues permiten adentrarnos un poco en su desarrollo como artistas, lo que nos proporciona una percepción de cómo observan la vida y el arte.