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El Foto Museo Cuatro Caminos se veía muy bien adornado, desde el ensamblado del escenario, hasta la meticulosa colocación de pantallas e iluminación; pero a pesar de la decoración, no se podía ocultar que gran parte del foro se encontraba en obra negra, hecho que generó un ambiente de almacén o bodega, muy característico en las presentaciones de electrónica subterránea.
La alineación se dividió en dos salas, la rutina de ir de una a otra se volvió por momentos un suplicio, por las hordas de entaconadas señoritas en tan reducidos corredores, pero el acostumbrado retraso de horarios ayudó a no perderse mucho entre cada presentación. Proyecciones bastante elementales contrastaron con una compleja y elaborada mezcla de techno, glitch, IDM, house y hasta dub en una noche que, como es costumbre de este festival, se volvió inmediatamente memorable y referencia de magnificencia musical.
El primero en dejar sordos y con los ojos llorosos a los presentes fue el proyecto nacional Strobe, cuyas pulsaciones lumínicas estroboscópicas del espacio exterior tenían como único fin producir ataques epilépticos, cosa que siguió con el australiano Robin Fox y que por momentos reinó en el set de Barnt.
Sin lugar a dudas, lo mejor del evento se encontró en la Sala 2, espacio amplio que albergó a un elenco más enfocado al techno y al house que congregó los mejores y más aplaudidos beats, haciendo puntuación en los sets de Diamond Version, proyecto de electro-industrial de Alva Noto con Byetone, y The Field, a modo de trío con bajo, batería y consola, que se podrían fácilmente describir como épicos.
Otro de los momentos memorables fue cuando la pareja Saschienne se apoderó del escenario, dando paso a una mezcla de electrónica y pop tan magistralmente ejecutada y delicada que, entre tema y tema, aplausos y brazos al aire, se escuchaba una muy contenta borrachiza en la pista.
En la Sala 1, un espacio más reducido, las presentaciones que brillaron fue la de Machinedrum, quien interpretó su último álbum Vapor City en su totalidad, pasando de hacer drone con una guitarra, a una cosa más glitch e inclusive hip-hop, y por supuesto el cierre de Vessel, que entre industrial y dub, ofreció uno de los recitales más espesos y atmosféricos que el festival haya visto.
Mareada, borracha y un poco ciega, la gente se retiró con la cabeza retumbando pero con la seguridad de que fue una noche en que se presenció y disfrutó de lo más reciente, ecléctico y ciertamente exquisito de la oferta electrónica contemporánea. Eran las cinco de la mañana y todavía se podía bailar un rato más.