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Festival de Primavera en CDMX

Festival de Primavera en CDMX

Juan Schulz
Juan Schulz

Juan
Schulz

22/Mar/2022

La primavera puso a bailar a la CDMX.

El fin de semana el Centro Histórico de la Ciudad de México se convirtió en una pista de baile. El kiosco de la Alameda Central, la plaza Tolsá, el Zócalo, la plaza de Santo Domingo, entre otras sedes, recibieron al Festival de Primavera, evento que de manera gratuita albergó más de 30 conciertos, obras de teatro y una función del Circo de Hermanos Atayde. 

Creo que uno de los mayores problemas que suelen tener los festivales es que están hechos exclusivamente para jóvenes. Si uno no tiene la fuerza de aguantar horas en el rayo de sol o la lluvia en lugares en donde no hay otra cosa que multitudes, se pierde del concierto que le gusta. El Festival de Primavera, una grata excepción, encontró un equilibrio de géneros musicales para que familias y jóvenes pudieran deleitarse.

Niños y adultos mayores pudieron disfrutar de una diversidad de espectáculos. Un hecho importante fue el regreso del mítico Teatro del Pueblo, después de que estuviera cerrado por varios años. No faltaron las carcajadas con las funciones del carro de comedias de la UNAM, algunos clowns y del único e inigualable Circo Atayde Hermanos, que logró ganarse los aplausos del Zócalo. Pocas cosas resultan más gratas que ver a las infancias reír en compañía de sus abuelos. Durante la función del circo, las primeras filas del Zócalo estuvieron reservadas para los adultos mayores, que podían pasar con sus nietos a un espectáculo que con lo “sencillo”: malabares, payasos, acróbatas, hicieron pasar un momento de ilusión a los pequeños, que en su mayoría por primera vez acudían a un circo.   

La primavera la asociamos con florecimientos, con dejar atrás el frío invierno donde estuvimos resguardados. Tal vez nuestro clima y los efectos que lo hacen cambiar, no nos haga sentir ese efecto tan drástico como en otros lugares. Lo cierto es que esta serie de conciertos revivieron una manera de ser del Centro Histórico que conservamos sólo enterrados en la memoria: la de los grandes conciertos. Es verdad, no estuvo ni Paul McCartney ni Café Tacvba en un Zócalo a reventar. Nuestra circunstancia es otra, pero no por eso estuvo ausente la fiesta: la plaza Tolsá (donde está el caballito y el Munal) se llenó de gente que vibró con una sesión de música electrónica de calidad mundial. Seguramente fue la euforia que muchos tenían guardada, pero artistas como el chileno Matías Aguayo o los peruanos de Dengue Dengue Dengue, lograron que las multitudes celebraran con el cuerpo esos ritmos acompañados de ligeros toques tribales. Fue algo realmente bonito que a pesar del desmadre de la fiestota el ambiente fue familiar, varios niñxs bailaban al lado de las diversas tribus urbanas que regresaron masivamente  al espacio público.  

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La mezcla de tradición y modernidad del line up hacía que cualquiera pudiera encontrar algo que les gustara. Unas hermanas que venían desde los tuxtlas por una situación médica, no se separaron del escenario que se instaló en el Edificio Guardiola para recibir a tríos como los Dandys o Los Panchos. Una de las hermanas me comentó con los ojos húmedos: “están tocando todas las canciones que le gustan a mi papá que está ahora en el hospital.(...) Cantar para nosotras es una manera de descansar del hospital, pero también es una manera de estar con él”. 

Las chicas de Xochicanela y su son Huasteco pusieron a zapatear a la gente que se acercó al kiosco de la Alameda Central. Lo mismo que el sonidero de las Musas Sonideras que pusieron a bailar a más de un turista. Por no decir de las danzoneras o la Orquesta Pérez Prado. Definitivamente,  si algo no le falta a esta ciudad es gente dispuesta a bailar a la menor provocación.    

Lo valioso de este festival no sólo lo es por sus grandes músicos, sino por su posibilidad de silencio, de descanso. Basta con que uno camine cuatro cuadras para poder encontrar una cafetería, lejos del bullicio, donde comer algo a un precio accesible. De tal manera, insisto, en que uno no tiene que quedar atrapado en un foro lejos de poder darse una pausa. O en su defecto, en este festival uno podía irse a un escenario más confortable a escuchar jazz. Para una opción más clásica, la iglesia de Santo Domingo, que no es cualquier capilla, llenó todas sus bancas con el público que fue a escuchar a la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.

Como cualquier festival también tuvo cosas malas, por ejemplo, ahora cuando caminemos por el centro y veamos la plaza de Santo Domingo o la plaza Tolsá sin ningún escenario montado, pensaremos que ahí bien podría estar tocando una banda… Nos quedamos con la sensación de que en el centro hay muchos comercios y museos pero no hay un lugar para la música, que siempre tendría que estar presente.

 

Juan Schulz

REDACCIÓN:

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