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Coloridos tipis (esas casitas puntiagudas de los apaches) guardaban premios desde mediodía del sábado 16 de febrero en el parque natural Las Estacas, en Morelos. Podías probar suerte con los dardos, ganar máscaras y gafas gigantes o apostarle a tu conocimiento musical y ganar un vinil, mientras que en otro podías coronarte con flores y jugar a estar en San Francisco.
El “carnaval” de Bahidorá cumplió la promesa que hizo en días pasados: cerca de quince horas continuas de música en una locación bellísima; un oasis temporal en el que se bailó sin prejuicios, embriagado de estrellas y otras cosas.
Verano Peligroso y una desafinadilla EsamiPau! inauguraban la fiesta puntualmente con tracks como “Poco a poco” y “Caballito”, haciendo que su “música guapachosa de bodas puesta en un loop de licuadora” augurara para los primeros encuerados un día loco. Es una lástima que antes de ellos no hubiese ni una centena de personas para disfrutar el único –y muy breve- toque carnavalesco de verdad: un conjunto de chinelos que hicieron una triunfal entrada, danzando al ritmo de la “Banda de Viento Hermanos Velázquez” de Ticumán Morelos.
A continuación, a los de I Can Chase Dragons! les tocó ver cómo crecía el público y se compraba micheladas. Allah-Las, en cambio, fue una agradable sorpresa para quienes no están tan clavados con la música electrónica; un prietito en el arrz que tocaba instrumentos reales y quienes, con su jangly garage-pop a la The Byrds o The Zombies dieron razón por unos minutos a quienes quisieron comparar Bahidorá con Woodstock.
El espíritu comunal no fue tan marcado; en realidad había un montón de bolitas de amigos y pocas dinámicas para unirlas. Al mirar a los nadadores espontáneos o a los acróbatas descalzos aquí y allá, uno no puede evitar pensar en aquella frase de Carmen Martin Gaite: “El hombre es una multitud solitaria de gente, que busca la presencia física de los demás para imaginarse que todos estamos juntos”. Quizá Bahidorá, tal como se describe, “es un paraíso personal construido por la imaginación y profundos anhelos individuales”.
Tal vez el único momento en que realmente el éxtasis fue compartido, y no por lo consumido sino por lo admirado, fue cuando CocoRosie se adueñó del ocaso, junto con Tez “the super human beatbox”, quien también ha producido para ellas. “God Has A Voice. She Speaks Through Me”, “R.I.P. Burn Face” (de su álbum Grey Oceans), “We Are on Fire” y “Japan”, entre otras, hipnotizaron a los más de tres mil bahidoranos, tanto, que nunca esperaron que Sierra, en medias de encaje, hiciera crowd diving.
Antes de ellas, la vida quiso que escuchara a lo lejos a Astro, pues mientras éstos tocaban “Panda”, yo entrevistaba a la orilla del río a un elusivo Gold Panda, cuyas respuestas pronto podrán leer por aquí.
Desde que comenzó el canadiense Jaqcues Greene con su mezcla de techno, R&B y Chicago house, pregunté a varias personas si conocían las piezas o si ponían atención a quien estaba “tocando”: “No” me contestó una de ellas, “pero lo estoy bailando mucho”. ¿Será que los organizadores pensaron que eso pasaría y por eso eligieron ese cartel? Confieso que cuando llegó el momento de escuchar a Chris Malinchak, ya todo me sonaba igual.
La organización general fue buena y no hubo ningún incidente violento, pero si Bahidorá quería ser respeto ¿por qué se te imponía sólo comida chatarra (kebabs, hamburguesas, Doritos)? Si Bahidorá prentendía ser equilibrio ¿por qué generar tanta basura y ofrecer tan pocos contenedores? Si Bahidorá fue plenitud ¿lo habría logrado sin alcohol?.
Sigo pensando que hula-hulas, pintacaritas y penachos de juguete no hacen un carnaval (en realidad casi nadie hizo caso a la invitación de llevar disfraz, pues el clima realmente invitaba a desnudarte y no a lo opuesto), pero basta dar un paseo por los TL de los artistas, y haber escuchado comentarios al día siguiente para saber que, pese a ser un carnaval en ciernes, gustó e incluso dio a algunos la mejor cruda de sus vidas.