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The Field: 10 años de 'From Here We Go Sublime'

The Field: 10 años de 'From Here We Go Sublime'

11/Oct/2017

Diez años de conocer el futuro: The Field.

Era año nuevo. 2007. Parece sencillo cambiar de año, no es necesario hacer algo, solo seguir el flujo natural de la vida, mantenerte a salvo y cruzar la línea imaginaria del tiempo. ¡Feliz año nuevo! En algunas empresas no es tan sencillo, los servidores digitales no hacen ese cambio de cifras de manera automática, al final eso es cambiar de año ¿o no?, modificar los números, nada más; los significados que conlleva se lo hemos agregado nosotros, como el mismo hecho de pasar a otro año.

En estos sistemas que no cambian sus datos de la misma forma en que nosotros movemos una hoja del calendario, se generan problemas al interior de los programas digitales –por un simple dígito– ocasionando complicaciones inimaginables hasta que un cuerpo de ingenieros resuelve la contingencia –un número–. Presionar un botón. Clic. Un simple número. Nosotros como individuos tenemos un sistema por el cual nos regimos y una lógica que podemos modificar según sea necesario, pero las computadoras no obedecen hasta que se los indicamos. No piensan por sí solas (al menos no lo han hecho todavía). Ahora los smartphones cambian de manera inmediata de año como lo hacen con el huso horario cuando llegas a otro país. No es necesario ajustarlos. Pero aquella no era la ocasión. No había empresa, no había smartphone así que había que modificar la fecha del celular y de paso ajustar la manecilla del reloj de mano. Tampoco había muchos regalos que abrir, pero tenía el deseo de que fuera un mejor año. Como todos lo tenemos cuando abrimos un cuaderno nuevo y dibujamos un mar de posibilidades. Así que en el renacer del nuevo ciclo coloqué el CD con los 100 mejores tracks de Pitchfork de 2006 que un amigo me había “quemado”. En la canción número 62, mi vida –como la había sentido hasta entonces– cambió. La música, como la había conocido, dejó de serlo. “Over The Ice” puso a girar el mundo más rápido de lo normal. Mi mundo. Cada vez más rápido. Mucho más rápido. Muy rápido. Tan rápido que en mi mente dejé de ver y solo escuché. Un bajo persistente, una pequeña percusión, un zumbido vaporoso apareciendo que la vuelve algo más que una canción electrónica –le otorga un sentido de alucinación–, y una voz repetitiva que no dice nada y podría ser una señal interrumpida o cualquier cosa que suene fuera de este planeta, porque te corta el pensamiento como una droga de efecto inmediato. La canción sigue avanzando, dos voces más sacudirán las neuronas, no dicen nada porque no son palabras y tampoco son coro; son el proceso tecnológico que permite extraer el sonido de una vocal pronunciada –o tal vez menos– y repetirla cien veces para crear un instrumento humano digital. Es una locura porque mientras la voz se repite-repite-repite debajo hay un sonido futurista enloquecido. “Over The Ice" samplea voces de “Under The Ice” de Kate Bush.

Unos meses más tarde la disquera alemana Kompakt publicó From Here We Go Sublime, el debut de Axel Willner bajo el seudónimo The Field. El primer sencillo “Over The Ice” lo convirtió en un álbum para esperar. Una obra maestra de la electrónica contemporánea. Este 2017 cumple diez años, un aniversario más de que –por lo menos en mi mente– la música adquirió otro significado. Más allá del trance hipnótico que supone sumergirse en el techno pop minimalista del sueco Willner, su sonido –construido a partir de la repetición, los samplers y el uso de pequeñas partes para formar un todo–, implica imaginar un mundo inagotable, una paradoja auditiva como las que Escher pintaba, una escalera que a medida que subimos se va haciendo interminable. Una ciudad imaginada. Un sonido infinito.

Si la música electrónica era el futuro a principio de la década de los noventa, The Field y su debut son ese futuro que finalmente hemos alcanzado y al que le exigimos nos ofrezca más de todo. La era que imaginábamos está materializada en avances científicos, tecnológicos y sociales.

Sustentabilidad, igualdad, conocimiento, mejores condiciones de vida, transparencia informativa y respuestas satisfactorias ante las incógnitas de cada día. Ello no quiere decir que el mundo sea ideal, pero The Field representa en su sonido un posible futuro que imaginaron generaciones anteriores. Es fuga, es escape y un desapego del entorno. Pero también es la respuesta natural al mundo que agotó los recursos, que excedió sus límites y que dio forma a este sonido nítido y pulcro, bien estructurado, alejado de corrientes dominantes. Su potencia es tanta que no es necesario consumir sustancias alucinantes, solo necesitas ponerte los audífonos y dejar que te conduzca.

The Field aún representa una forma viable y cerebral de construir el sonido. Alejado, afortunadamente, de los dispositivos comerciales como el EDM dejando caer drops para alimentar un movimiento telúrico corporal mecánico. Un sonido atascado de excesos. El futuro, cualquier futuro, debe provenir de la imaginación, la creación y la abstracción. De utopías digitales incorporándose a lo cotidiano. Y eso es From Here We Go Sublime. Ya sea en sus golpeteos y los drones que escapan como gases en “Good Things End” o en los sensuales y veloces beats electrónicos de “The Little Heart Beats So Fast” que revolucionan las neuronas.

Si en San Junipero de la serie británica Black Mirror hay una extensión del placer prolongando la vida y viajando a momentos que anhelamos, en este sonido hay un hedonismo deseo hasta alcanzar un punto máximo de éxtasis, un deleite que inicia en el cerebro y mucho después en el cuerpo.

Mi amor por este álbum no solo se encuentra en sus sonido per se, en las abstracciones vocales, en sus ruidos digitales o las sutiles percusiones, sino en las puertas de la percepción que abrió con cada tema. El beat dejó de ser el punchis punchis repetitivo y aburrido para formar edificios construidos a partir de bloques sonoros, de actos sorpresivos en donde el ritmo da volteretas de 180 grados (“Everyday” en su acto sorpresa) y se arroja hacia un acantilado, o golpea en el cuerpo como un chorro inesperado de agua helada en el rostro.

Desde entonces la música electrónica pasó a ser parte de mi día a día, significó un cambio, un armario de opciones para elegir, soñar, apreciar... y volar. Las guitarras, debo reconocerlo, dejaron de ser tan atractivas, porque el sonido de una tecla generando una vibración (de cualquier índole, drone, whoosh, stinger, Flanger, hum, whipping ) se convirtió en un mantra que le da sentido a mi vida.