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Pocos cineastas logran conjuntar imágenes y música de tal modo que produzcan asociaciones audiovisuales tan poderosas que pasen a formar parte del imaginario colectivo. Uno de ellos es Danny Boyle, quien al musicalizar las secuencias de sus diversos trabajos va más allá del mero acompañamiento o complemento, llegando en ocasiones a hacerla fungir como otro protagonista, como un relator omnipresente cuyo propósito es llenar espacios de la narración muy definidos.
Claro ejemplo de ello lo constituye su película más emblemática: Trainspotting (1996). Después de haberla visto, es difícil escuchar el tema “Lust for Life” de Iggy Pop sin imaginar a un Mark Renton corriendo frenéticamente por las calles de Edimburgo; o recordar sus viajes –y malviajes– y los de sus compañeros intoxicados con heroína, al compás de “Perfect Day” de Lou Reed o de “Born Slippy (NUXX)” de Underworld.
Tras poco más dos décadas Boyle decidió realizar una secuela, y era de esperarse que la música volviese a jugar un papel fundamental dentro de la narrativa. Y así ocurre, siendo en algunos casos impresionante la forma en que el director destaca a la música como un personaje importante.
Tomando como punto de partida Porno y nuevamente Trainspotting, novelas escritas por el escocés Irvine Welsh –quien por cierto hace un cameo en este y el anterior filme–; el argumento tiene lugar 20 años después de los hechos ocurridos en la primera entrega. Tras haber robado el dinero de una jugosa venta de droga y ocultarse en Holanda, Renton regresa a su barrio para reencontrarse (o enfrentarse según sea el caso) con sus excompañeros: “Spud” (ahora un adicto sin remedio y al borde del suicidio); “Sick Boy” (que se dedica a la extorsión y a mantener un decadente bar) y “Franco” Begbie (quien escapa de su encarcelamiento y se dedica al robo de casas y a enseñar a su hijo dicho oficio).
El pasado, la nostalgia por el mismo y los ajustes de cuentas que cada personaje debe encarar como consecuencia de sus acciones en esos divertidos, desmadrosos y no pocas veces desastrosos días es el hilo conductor de la trama, y aunque todo transcurre en tiempo presente, los flashbacks y evocaciones de una “mejor” época que ya no esta ahí son muy recurrentes. Para este propósito, Boyle echa mano de escenas de la primera parte, y adicionalmente filma otras relacionadas con la infancia de los protagonistas e inclusive, llega a reversionar algunas situaciones conocidas para perpetuar esa sensación de añoranza.
Es aquí donde el tema “Born Slippy” es explotado como recurso sonoro para reforzar ese sentimiento, y lo hace sutil pero contundentemente: se limita a incluir en ciertas escenas solo algunas notas significativas ejecutadas tenuemente que sirven para identificar el tema en cuestión, para luego hacerlas desaparecer y dejar flotando en el ambiente ese efecto de permanente melancolía y pérdida.
El elemento musical también es fundamental en el aspecto diegético de la cinta. Por ejemplo, cuando Renton vuelve a su antigua habitación, intenta poner un vinil donde el primer corte es “Lust for life”, pero al escuchar el primer acorde, retira la aguja rápidamente, como indicativo de que no desea escuchar esta canción por temor a remover sus recuerdos y no desea confrontar a sus propios demonios.
El cineasta vuelve a reunir una ecléctica selección donde incluye temas que abarcan desde clásicos de los setenta y ochenta, pasando por remixes de otras canciones rockeras y raperas de esos años, hasta música de bandas alternativas, post-punk, hip-hop y pop surgidas en este nuevo milenio como Wolf Alice, Young Fathers, The Rubberbandits o Fat White Family.
Y una vez más, dicha selección no solo acompaña sino ayuda a contar la historia, creando momentos memorables como cuando “Sick Boy” y Renton intentan –fugazmente y sin éxito– revivir su vida nocturna de antaño (con heroína en su organismo) en un antro donde suena “Radio Ga Ga” de Queen; o cuando este último es blanco de una frenética persecución por parte de “Franco” quien descubre que ha vuelto de su autoexilio y desea vengarse, todo esto al ritmo de “Relax” de Frankie Goes to Hollywood; o cuando Renton se enamora y se acuesta con Veronika, la novia y cómplice de “Sick Boy” mientras se escucha “Dreaming” de Blondie, siendo este el preludio a una nueva traición que se avecina. Y en la última y un tanto desoladora escena final, por fin se escucha a Iggy Pop y su “Lust for Life”, pero a través de un remix cortesía de The Prodigy. Mención aparte merece el tema “Shotgun Mouthwash” de High Contrast cuya función y persistente uso dentro de la película la erige como la equivalente y sucesora de “Born Slippy (NUXX)”.
Así, aunque el tono y la dinámica de la narración es distinto al de su predecesora y es poco probable que alcance la resonancia de su antecesora, T2 Trainspotting logra recrear con fortuna la experiencia audiovisual que contribuyó a convertir a la primera entrega en venerada obra de culto. Y de paso contagiar cierta nostalgia desencantada.