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And if you fool yourself, you will make him happy,
He'll keep you in a jar, then you'll think you're happy,
Nirvana "Sappy".
“Something in the Way” evoca uno de los tantos brotes psicóticos en los que un silente Kurt Cobain peleaba consigo mismo esperando que la corriente del río arrastrara un cadáver para dibujarlo en su diario, respirando la inmundicia y la miseria, añorando que el agua fuera la cura para el permanente dolor intestinal, aguardando el abrazo cariñoso de una familia disfuncional que nunca estaría ahí, escribiendo en los pilares del puente mensajes subliminales que se convertirían en frases para una generación que se sentiría identificada con su amargura, pero también con su sarcástica sonrisa.
En sus últimos días prefería sentarse en una banca afuera de la flamante casa que le había comprado la gloria de un contrato discográfico, esperando la gran explosión, necesitando sentirse mejor, recapacitando sobre todo lo que había pasado tan rápido: el ascenso a la fama, de los bares con calcomanías en la pared del baño al Festival de Reading, de los 600 dólares que costó Bleach a los millones que le había dado Nevermind, de la soledad a la paternidad como alta causa de una relación destructiva –dar la vida antes que quitarla, es mejor arder que extinguirse–.
Años después algunos apenas recuerdan cómo les llegó la noticia y algunos no supieron de Kurt hasta después de su partida. Hoy, 5 de abril, es tan solo una fecha estimada de su muerte. Hemos leído demasiado, escuchado diversas teorías y conclusiones a medias, visto imágenes y documentales con la anuencia de abogados por cuestiones de derechos, verdades a medias e historias a conveniencia.
Lo único que nos queda es poner sus viejos cassettes, girar sus discos o darle play en nuestro servicio de stream favorito. La vida cambia pero no el sentimiento por escuchar los salvajes riffs y la poesía maldita, los solos difusos y los gritos desesperados de alguien que se atrevió a rechazar abrir tours de Guns N' Roses y U2, de alguien obsesionado con el suicidio y que irónicamente compró el auto más seguro que podía manejar: el alma atormentada para algunos, el cobarde drogadicto para otros.
Cuál sea la opinión, la verdad más sensata es que Kurt Cobain no mentía cuando escribía, no nos estafaba cuando tocaba, no quería nuestro dinero ni un bobblehead con su rostro para vender como objeto de colección. Quería que también nosotros creáramos antes que autodestruirnos. “In My Life” de The Beatles sonó en su memorial porque, como muchos, en John Lennon encontró la salvación, y en esta cadena de músicos que se han ido y que han inspirado y siguen inspirado seguiremos viviendo y escuchando, y esperamos que aquellos que cantaban de nosotros sin conocernos no mueran. Cuando llega el inevitable día no basta con recordarlos, hay que hacer algo en honor a lo que nos dejaron: dedicarles unas letras, poner su música y transmitirla, porque solo así se alcanza la vida eterna, sonando a todo volumen.