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En el marco del 50 aniversario de vida de Kurt Cobain, lo único que nos queda es poner sus viejos casetes, girar sus discos o darle play en nuestro servicio de stream favorito. La vida cambia pero no el sentimiento por escuchar los salvajes riffs y la poesía maldita, los solos difusos y gritos desesperados de alguien que se atrevió a rechazar abrir tours de Guns N´Roses y U2, de alguien obsesionado con el suicidio y que irónicamente compró el auto más seguro que podía manejar: el alma atormentada para algunos, el cobarde drogadicto para otros.
Cual sea la opinión, la verdad más sensata es que Kurt Cobain no mentía cuando escribía, no nos estafaba cuando tocaba, no quería nuestro dinero ni un bobblehead con su rostro para vender como objeto de colección. Quería que también nosotros creáramos antes que autodestruirnos. “In My Life” de The Beatles sonó en su memorial porque, como muchos, en John Lennon encontró la salvación, y en esta cadena de músicos que se han ido, que han inspirado y siguen inspirando, seguiremos viviendo y escuchando. Esperamos que aquellos que cantaban de nosotros sin conocernos no mueran. Cuando llega el inevitable día no basta con recordarlos, hay que hacer algo en honor a lo que nos dejaron: dedicarles unas letras, poner su música y transmitirla, porque solo así se alcanza la vida eterna, sonando a todo volumen.