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Las revoluciones se cosechan y se les deja florecer. El complot entre amigas, hermanas, madres, hijas, compañeras y rebeldes siempre ha existido. Conspiremos y hagamos estallar el silencio. Esta es nuestra revuelta. La revolución se canta y baila.
Sigamos siendo ruidosas. Detonemos la chispa, procuremos el fuego y propaguemos las cenizas: sea en los espacios de nuestra intimidad, las calles, las escuelas, las plazas públicas, los entornos familiares, los espacios de trabajo y los escenarios. Continuemos organizando la revolución desde la primera línea. La industria de la música no es un territorio de excepción.
"Estamos luchando por algo. Gracias a la alegría estamos aquí", expresa Penny Lane, quien desde su nacimiento, ha estado cobijada por palabras que surgen de los surcos de la tierra fértil de Latinoamérica. Es originaria de Nicaragua, país en el que la Revolución Sandinista marcó contracorriente respecto a otras naciones de la región. Penny creció entre los discursos triunfales de la Teología de la Liberación, el bullicio de los semilleros estudiantiles y el carácter insurrecto de una familia de músicos.
Penny Lane —cuyo nombre de pila es Carla Fajardo— forma parte del árbol genealógico de los Mejía Godoy. Su bagaje musical se balancea entre los “Cantos de flor de pueblo”, las composiciones de quienes querían ampliar la matrícula de la Universidad de Managua, el repertorio de una contra política ultrajante y los ritmos extranjeros que lograban colarse pese a las políticas invasivas de los Estados Unidos. "No nos llegaba mucha música de otros países, pero desde muy chica aprendí a tocar la guitarra, el piano y la batería".
Al momento de elegir su carrera universitaria, Penny se interesó en uno de los sectores que —histórica y discursivamente— ha sido retratado a partir del sexismo: los clubs de fans. "Muchas veces no se llega a dimensionar el papel que juegan en la promoción de las bandas", manifiesta.
Cuando cumplió 17 años, empezó a trabajar con Hanson, banda fronteriza entre el rock y dance pop. Penny se mantuvo en contacto con el club de fans de la agrupación y, tiempo después, colaboró con la disquera The Island Def Jam Music Group.
Tal y como lo relata Penny, su trayectoria musical se edificó en un contexto muy particular de la industria nicaragüense. Para entonces, la música comercial era una propuesta híbrida entre lo folklórico y la mitología regional. Los esfuerzos también se concentraron en "revivir el rock" desde la postura político-cultural que caracterizaba al país: el antiimperialismo. Escuchar hablar a Penny es una forma de dimensionar el motivo musical de Nicaragua: "El espíritu no solamente es de protesta, también es de querer pasarla bien".
A la par de su trabajo con bandas de punk y metal, fue directora de radio. Desde su perspectiva, el ocupar puestos directivos implica transformar las narrativas de la participación de las mujeres. "Cuando me subía a un escenario, pensaban que era la novia de alguien; no que estaba a cargo de algo", exterioriza.
Actualmente, reside en México y está a cargo de su propia agencia: Penny MGMT. Además de dar visibilidad al trabajo de mujeres músicas —por ejemplo Lizzy Lay, Nora González, Marion Raw, Wonderfox y Tania Barbará— Penny asegura que el estar a la cabeza de un proyecto es una oportunidad para mejorar las condiciones laborales.
Tanto mi mamá como mi papá me educaron con esa idea de la igualdad de oportunidades. En mi experiencia, el dar oportunidades de trabajo igualitarias —sea a hombres o mujeres— ayuda a crear un ambiente distinto. Como mujeres seguimos luchando por oportunidades justas. Por eso, una vez que las tengamos, me parece importante crear ambientes sanos: en los que las mujeres puedan trabajar cómodas y en los que los hombres respeten a sus compañeras".
Así es crecer en un "ecosistema del sistema":
La guerrilla opera por sendas accidentadas y perdidas. Comienza en solitario y se vuelve un deseo colectivo de edificar una política emancipatoria. La táctica de la guerrilla se basa en el dominio de los terrenos. El romanticismo revolucionario se traslada. La radio siempre ha sido un espacio en el que se reflexiona a partir de la convergencia de distintas prácticas políticas y artísticas.
Todo esto lo sabe Clauzzen Hernández, quien asegura que ha cultivado su propia guerrilla. Esta comenzó de una pasión que —creía— individual. Luego estalló en la lealtad de una comunidad que encuentra resguardo en la literatura de horror, la música oscura y las pinturas con autoría desconocida y emergente. "Una ‘cultura basura’ que, en realidad, es la fusión del conocimiento y entretenimiento", cataloga.
Desde muy pequeña, Clauzzen creyó en el potencial de los espacios de encuentro. "Siempre pensé en la radio como una vía especializada para la guerrilla". Estudió Ciencias de la Comunicación y trabajó en Rock 101. Los inicios de lo que llama una «guerrilla personal» se materializaron en Gaveta 12, un programa que albergó a muchas y muchos adolescentes que comenzaban a aproximarse a la literatura de Antonio Elio Brailovsky, al mayor éxito discográfico de Bauhaus (In the Flat Field) y a las danzas fúnebres de Zombie Vudú y Andrei Codrescu.
La trayectoria de Clauzzen Hernández es tan extensa como el demo de “Bela Lugosi’s Dead”, así que aprovechemos esta pausa para revivir algunos episodios de nuestras biografías musicales: ¿En dónde cheleaste al escuchar “1959” de Sisters of Mercy? ¿Quiénes te acompañaron la primera vez que bailaste “Christine”?, ¿Cuántos de tus cuentos estuvieron inspirados en protagonistas como Diamanda Galas y Anja Huwe? ¿Quién te hizo creer que era posible hablar de Peter Murphy en un tono sarcástico?
Al salir de Rock 101, Clauzzen retomó "la ética independiente" de Óxido. Cuando el proyecto terminó, entró como label manager en Universal Music Group. "Supuestamente iba a estar a prueba tres meses, pero al final me quedé 11 años", narra. Su permanencia en la discográfica no solamente derivó de su pasión por la música. Ese periodo le ayudó a descubrir y potenciar su capacidad de "innovar territorios muy manoseados". Al respecto comenta:
Desarrollé un gran amor por el marketing. En principio, pude entender lo que es ser objetiva: una cosa es tu gusto y otra el trabajo que puedes hacer bien. También me di cuenta de que —ante tantos retos y clichés— podía romper muchas dinámicas. Lo logré. Por ejemplo, pude desarrollar a Metallica, Rammstein, Papa Roach y Apocalíptica cuando nadie más lo hacía".
Aunque Clauzzen afirma "haber disfrutado de las posibilidades que se pueden trazar desde el pop", su rutina caducó. En ese entonces, Universal estaba atravesando por un periodo "de fusión de disqueras y propuestas" y ella tenía otros proyectos en mente. "No es que no crea que no puede hacerse algo que valga la pena en la música latina. Sin embargo, tengo que seguir decidiendo lo que realmente hace que me levante en la mañana", argumenta.
El espíritu de la guerrilla es nómada. A veces está presente en la barra programática del Instituto Mexicano de la Radio (IMER) y otras en los recovecos de la Zona Rosa. Con la fundación de El Scary, Clauzzen trasladó su guerrilla a las páginas del Diario de la Bruja. Las notas introductorias fisuran lo que pensamos desde una narrativa —engañosa— de lo que es la cotidianidad:
La frustración de vivir en un país en donde desde arriba y hasta la gente en escritorio busca desesperadamente obtener parte del hueso exprimiendo a quien se pueda es patético / El Scary existe para controlar hemorragias (¿existenciales?, ¿afectivas?, artísticas?*) / Fuerza bruta / El refugio está crudo como un lienzo en blanco. Le falta todo. Y todo es todo".
Según relata Clauzzen, El Scary surgió de un "deseo infantil de estar a cargo de una tiendita". La proyección fue mucho más potente. El Scary no solamente es "un espacio en el que puedes escuchar música, bailar o admirar obras de pintores poco conocidos". Clauzzen edificó su propia versión del Dschungel Club, Schwarzer Samstag y Pale Moon. Hizo de la guerrilla un aquelarre. Las mujeres —vistamos de negro o no— podemos desmontar los clichés y agrietar «terrenos muy manoseados».
El relato de la revolución tiene su propia jerga. Muchas de estas palabras describen y conceptualizan el trabajo de Lulú Urdapilleta: fascinación, adrenalina, intensidad e instinto natural. En algunos de sus cuadernillos, Susan Sontag escribió que las fotografías "son indicios del transcurso de una biografía". La profesionalización de Lulú abarca desde el retrato en blanco y negro de las calles hasta un concierto de metal en un centro penitenciario y el sismo de 2017.
"Cuando estaba de público en un Vive Latino vi pasar a todos los fotógrafos y dije: 'algún día estaré ahí'". Sucedió. Su portafolio no solo incluye la memoria fotográfica del Vive Latino, el Festival Coordenada y el Corona Capital. Lulú ha podido trabajar con bandas con las que creció. "Muse fue el primer grupo internacional que cubrí para un medio de comunicación y moría de nervios. Sentí una sensación inexplicable", recuerda.
Me causa cierta (in)comodidad que la síntesis de más de 12 años de experiencia quede plasmada en dos párrafos cuya escritura me toma 10 minutos. Pero la escritura puede ser como el flash en un concierto de St. Vincent: instantánea.
Desde 2012, Lulú Urdapilleta forma parte del equipo de OCESA. Su ir y venir entre los escenarios lo equilibra con su trabajo al lado de Dr. Martens y sus colaboraciones freelance. Su primera gira como fotógrafa profesional fue al lado de Los Bunkers. Antes de eso, tuvo la oportunidad de participar en unos cursos del Centro de la Imagen del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
Lulú se autodescribe como "una fotoperiodista aferrada que sabe lo que quiere hacer por el resto de su vida". Para ella, la cobertura de eventos musicales y la documentación de la protesta están vinculadas "por la adrenalina y la habilidad de captar momentos irrepetibles". Pensemos en las luchas históricas que unen a Natalia Lafourcade en el centro del escenario y a dos mujeres que —con el torso desnudo— se abrazan enfrente del Palacio Nacional. La rebeldía ebulle.
Soy muy fan de este tipo de fotos. Me gusta ver la cantidad de público que asiste, las atmósferas y el ambiente que transmite la emoción de estar ahí. Es un gran desafío lo que hay detrás de este tipo de fotos para poder lograrlo. Llevo varios años haciendo la cobertura, me conmueve ser parte de la protesta, seguir alzando la voz y poder transmitir a través de mis fotografías esa consciencia que busca visibilizar el coraje y lucha por un mundo mejor".
En pro de un —inexistente y desvirtuado— status quo se nos ha hecho creer que los afectos, deseos y sueños deben mantenerse en temperaturas moderadas. Para Itzel González, dicha premisa es un riesgo. "Debemos hacer todo para preservar el espíritu de la sangre joven. Me da miedo pensar en que llegue un día en el que las niñas y adolescentes no quieran ver a mujeres destruyendo los escenarios".
Itzel fue el efecto boomerang de su familia. La educaron para "tener una buena carrera y trabajar en un corporativo". No sucedió. No tiene un horario fijo ni la —tóxica— narrativa laboral con la que se romantiza el ‘éxito’. "Luego veo caras de extrañeza al ver que voy a trabajar con los jeans rotos", platica. Durante 15 años, ha creído en la intensidad como un principio de vida. Creció escuchando a Stevie Nicks. De ella aprendió que se puede "derrotar a los demonios que cada una se construye".
Itzel González estudió diseño y, al terminar, empezó un proyecto con su grupo de amigos. Como parte de su labor con la —entonces— revista de viajes, cubrió el Vive Latino, festival en el que conoció a Luis Jasso en la sección de prensa. Le entregó su currículum y ocho meses después empezó a trabajar como freelance en OCESA.
Aprendió la logística y le ofrecieron un empleo fijo en las giras. En ese entonces (2005), Itzel era la única mujer. "Conocía a algunas publicistas y periodistas. Al igual que muchas, tuve que hacerme de un carácter más fuerte. No fui la única a la que le pasó que pensaran que era la novia de alguno de los integrantes de la banda. Ahora llego y digo: 'esto se hace así o no se hace'".
Itzel trabajó con un equipo muy diverso en la organización del Tributo a Soda Stereo + Héroes del Silencio y en uno de los pendientes que tenía la industria de la música mexicana desde hace años: la descentralización. "Te ayuda mucho estar de este lado. El staff es tu mejor aliado. Y tienes la oportunidad de aprender las dinámicas de las bandas . Ayudas a que todos los escenarios sean igual de importantes, ya sea en festivales grandes como el Vive Latino o en venues que no son tan conocidos", asevera.
La profesionalización de Itzel se dio en un momento muy particular de la industria. Se empezaba a gestar una migración entre giras y festivales. "En esos cuatro o cinco años vivimos una reestructuración. Se puede decir que mi maestría en giras se dio con el Circuito Indio".
Además del reacomodo de los eventos musicales, Itzel comparte que entre 2005 y 2010 se empezaron a ampliar las oportunidades laborales para las mujeres. Las agencias de publicidad y plataformas como Noiselab diversificaron sus departamentos directivos.
Con orgullo y cierto tono de nostalgia —pues nadie tiene certeza de cuándo volveremos a los conciertos—, Itzel González recuerda que muchas de sus amigas tienen sus propias agencias. "Espero que las niñas sigan encontrando algo maravilloso al ver que las mujeres pueden romper todo".
Los riachuelos pueden convertirse en mareas. La desembocadura ha sido la misma: encontramos a alguien que nos convence de posibilidades que no llegamos a dimensionar. "No era competencia ni cuestión de decir quién lo hace mejor. Dijimos: 'si ambas somos fotógrafas, entonces somos amigas y nos compartimos el conocimiento''", con estas palabras Claudia Ochoa describe su primer acercamiento a Toni François. fotógrafa que ha documentado las expresiones de la escena punk en México.
Para Claudia, la filosofía de "hacer y aprender todo por y para todas" no fue difícil de trasladar a su trabajo como fotógrafa, organizadora de shows y directora de The Orchard, distribuidora digital.
A pesar de que siempre estuvo muy vinculada a la música, nunca se imaginó que estaría presente en momentos que cambiarían el rumbo de la propia industria: el streaming y la democratización del periodismo musical. Asistía a muchos conciertos y, desde su adolescencia, experimentó con cámaras analógicas. Su etapa universitaria la retrató entre su afición por el marketing y las sesiones de fotos "muy D.I.Y (Do It Yourself)" a sus amigos. "Si haces algo por gusto, esto te va jalando. Es natural", señala.
Pero la lente no era la única vía por la que Claudia reivindicaba su voz y sus capacidades. Mientras trabajaba en un estudio, se unió a las —entonces— cuatro personas que formaban parte de Me Hace Ruido. Posteriormente, colaboró con Rolling Stone y Vice. En ese inter supo aprovechar el potencial de formatos como el video.
Gracias a mujeres como Claudia Ochoa refutamos la idea de que la propuesta musical de España se condensa en Héroes del Silencio. Cuando se mudó para cursar un máster de foto en Madrid empezó a trabajar con Origami, disquera por la que conocimos la música de Havalina, Jane Joyd, Dolores y Maika Makovski.
No forzosamente tenemos que voltear al punk ortodoxo para saber que la filosofía D.I.Y. te marca de por vida. Politicemos las alianzas de nuestros espacios de trabajo. Claudia entendió esto desde la diversificación de canales y, mientras se encontraba a 9057 kilómetros de la Ciudad de México, estuvo en constante comunicación con Esa Mi Pau! (Ibero 90.9) y nos presentó propuestas que edificaban el mundo entre cactus, azulejos, lechuzas, cúters y somníferos. Una de ellas fue el Columpio Asesino.
A lo largo de los años, Claudia ha aprendido de periodistas, publicistas, fotógrafas y directivas. Desde su perspectiva, una de las formas de fracturar la estructura male dominated es "dejar de tener miedo y no perderle el sueño a la pasión".
Existe cierta trampa al momento de explicar la mimesis. Y es que esta se basa en la competencia y criterios excluyentes. Como abogada, Ana Rivero lo refuta desde todas las opciones posibles. "Debemos dejar de pensar que es una u otra. A todas nos puede ir bien".
Inicialmente, Ana estudió la carrera de Derecho y se tituló con una tesis sobre los derechos de autor en Internet. Lo que le hizo interesarse en este tema fue la demanda de Metallica. La mayoría de sus profesores le insistían que "dejara de perder el tiempo y ya se pusiera a trabajar". Por fortuna, Ana hizo lo que —históricamente— se nos tiene prohibido: seguir soñando y "ser necia".
Desde los 15 años, es fan de Bengala. Asistía a todos sus conciertos y —cuando estaba en compañía de otras chicas que entonaban “Domingo a las 6” y “Corto Cartucho”— pensaba que nunca podría desempeñarse en ese sector.
Iba de morrita, veía a las personas y creía que el trabajo se limitaba a ser músico. Esto además de que hemos crecido con la idea de que hay espacios que no son para nosotras. Las mujeres no están visibilizadas, ya sea al frente de una compañía o de una producción. Cuando estamos chavitas solo conocemos lo que alcanzamos a ver".
Para esas fechas, Bengala contaba con la labor de Terrícolas Imbéciles, disquera con la que Ana pudo demostrar que ciertas narrativas sobre el destino son incorrectas. Comenzó a especializarse en el booking y la producción de eventos. Para Ana, presentar a Dorian en el Caradura y a Gepe en el Lunario fue el mayor ejemplo de que "los sueños son alcanzables". A la fecha, ha podido seguir de cerca a muchas de sus bandas favoritas. Little Jesus, De Nalgas y Ruido Rosa son algunas de ellas.
"Siento que estoy en un comercial de únete a los optimistas", bromea. "Pero la verdad es que me siento muy afortunada por mi trabajo". Ana no solo se profesionaliza como manager. También ha sido una mujer fundamental en la historia del Vive Latino, pues ha organizado algunos de los mashups más memorables de los Momentos Indio. "Es mi proyecto favorito. Me gusta pensar que tengo la oportunidad de crear mi propio festival dentro de un festival tan grande e importante para México".
Las revoluciones se cosechan y se les deja florecer. El mes pasado, Ana Rivero asistió a reuniones virtuales en donde todos los puestos directivos estaban ocupados por mujeres. La mayor parte del personal de la agencia de Penny Lane son mujeres.
Itzel González rechaza el mito de que "las mujeres no podemos trabajar juntas". Clauzzen Hernández sigue cultivando su propia guerrilla. Lulú documenta que somos las mujeres las que estamos al frente de esta revuelta.
Claudia Ochoa —al igual que Silvia, Cynthia, Sofía, Carolina, Mildred, Marilú, Fernanda, Liliana, Rocío, Eugenia y Adriana— me dicen que no pare de escribir. Ya no hablamos de una genealogía de "las otras"; sino de una genealogía del "nosotras". Sigamos siendo ruidosas y veamos a dónde nos lleva la estridencia.