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Vienes caminando
ignorando sagrados ritos
pisoteando sabios templos de amor espiritual.
Largas vidas siguen velando el sueño de un volcán
para un alma eterna cada piedra es un altar.
– "Aquí no es Así”.
Afuera de la preparatoria; del estéreo del vocho azul de Ricardo emanaba la letra que hasta ese momento resultaba un misterio. Cigarros sueltos para acompañar la atenta escucha, para intentar sacar conclusiones:
–“Ya ni mis manos me creen lo que les platico”.
–“Si güey, habla de un esquizofrénico”.
Después de algunas clases de psicología pensábamos que podíamos dar un diagnóstico al respecto de un personaje inventado.
Esa fue una de las primeras veces que recuerdo haber escuchado con atención a Caifanes, –al margen de sus éxitos en el radio, de “La Negra Tomasa” en fiestas familiares donde incluso la bailaron mis padres o de las historias de mis primos al respecto de ir a verlos en vivo a Rockotitlán–.
El enganche definitivo fue El Nervio del Volcán. La guitarra latinoamericana de Alejandro Marcovich se sentía con un pinchazo de morfina, (aunque en verdad siempre le hayas tenido miedo a las agujas y no consumieras drogas). Diablo Guardián del “Pig”, alias Xavier Velasco, me llevó a descubrir sus primeros textos y, así, a la historia de aquella banda que comenzó a ensayar en Cerro del Aire para tocar en fiestas. –En una escucha del álbum solista de Alfonso André tuve la oportunidad de conocer aquel territorio que bien podría considerarse, sagrado.
Fue hasta el año 2011 que tuve finalmente la oportunidad verlos en vivo. Diego Herrera fijó la primer nota en el sintetizador; hasta las lágrimas, amarrados por el viento, antes de que nos olviden, hasta tener que relatarlo para el website del Vive Latino. “Mátenme porque me muero”.
La mayor entrada registrada en el Foro Sol hasta el momento; el portazo del que poco se habló; el regreso que eventualmente se convirtió en desgaste; de nuevo, la desintegración. Los secretos tras bambalinas que nunca sabremos.
Recuerdo su primer show en el Palacio de los Deportes meses después. Me tocó ser testigo de su concilio antes de subir al escenario y ver cómo se abrazaban como si nada malo hubiera pasado, ni accidentes en carretera u operaciones de emergencia, ni infartos, ni controversias legales, como si los años no se hubieran tragado parte de su historia, y mira que la vida no es eterna. “Raza, Caifanes a tus pies”, esa noche la célula explotó en una voz entrañable en la cúpula cobriza, como pocas veces, a tal grado que provoca escalofríos.
Más allá de los hits, muchas de sus canciones han acompañado a los fans en momentos importantes de sus vidas. En mi caso, “Estás Dormida” me recuerda a mi madre; “No Dejes Que” a aquellas tantas noches entre amigos con cerveza en mano, gritos descarnados y la vida por delante; “Será Por Eso” a Ricardo quien se perdió entre caminos oblicuos y, ahora, creo que hasta tiene un hijo; “Perdí Mi Ojo de Venado” y el cover de aquella banda llamada Renton.
Altares que incendiaron todo recuerdo pero que al final dejaron un nicho, invocando fuerzas que jamás entenderás.
Me atrevo a decir que Caifanes es la más alta causa del rock en México. Con su sonido establecieron las auténticas raíces de la música surgida en nuestro territorio. En su lírica hay una especie de poesía maldita que salía del barrio, de las cloacas, de la enfermedad, de la soledad y del escarnio por la ruda autoridad. La desinformación.
Cuenta la leyenda que un poeta en una taquería le escribió una frase a Saúl Hernández y Sabo Romo después de observarlos con su ropa negra y melenas tipo The Cure: “Préstame tu peine y péiname el alma”. Y, así, el tiempo nunca se detuvo; seguimos perdiendo el cabello pero ganando recuerdos. 30 años después de su primera noche, Caifanes sigue siendo ese gato pardo que maúlla tratando de llenar un vacío. Vivirán por siempre.