Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
Hace algunos meses comencé a seguir a Nina Rädel en Instagram. Sus capturas en 35 mm posicionaron a Nots, Cryptic Street, Public Practice y Dilly Daddy en mis primeras opciones musicales. Visitar su sitio web me remite constantemente a Bikini Kill y Lunachicks y sus recorridos nocturnos por MOTH club y The Macbeth of Hoxon me hacen pensar de inmediato en Roberta Bayley.
Para Gisèle Freund, la fotografía otorgó a la humanidad el poder de percibir su ambiente y existencia de formas distintas. Cambiar la visión de las artes y la posibilidad de construir narraciones a partir de la observación fueron (algunos de) los fundamentos de los que partió Hedi Slimane para establecer que la relación entre la música y fotografía podía entenderse como "un diálogo mudo imposible de no oír".
Desde el punto de vista de uno de los fotógrafos de Lou Reed y Amy Winehouse, esta paradoja solo puede ser comprendida si se reconocen dos cosas: la autoridad de las imágenes en las sociedades modernas y el registro a través de cámaras. En los términos propuestos por Susan Sontag, la articulación entre ambos elementos son los que justifican que las fotografías no son solamente una imagen, son un vestigio y una huella que permite que los seres humanos se apropien de los momentos y de experiencias retroactivas.
¿Cómo sería recordado el cumpleaños número 75 de Leonard Cohen si Inma Varandela no hubiese estado en Barcelona en 2009?
Como está escrito entre una de las páginas de Sontag, las imágenes fotográficas son indicios del transcurso de una biografía o historia. Bajo esta lógica, la elección de Cecilia Ibáñez de nombrar Apuntes a su exhibición no podría ser más acertada, pues durante su trayecto al lado de músicos italianos, fue la fotografía lo que permitió que los detalles no pasaran al olvido.
¿Cuál sería la portada de London Calling si Pennie Smith hubiese ignorado la intuición de que algo grandioso iba a suceder en una de las paradas del Clash Take the Fifth?
Durante toda su carrera, Dorothea Lange mantuvo como frase. “No es accidental que el fotógrafo se meta a fotógrafo, como no lo es que el domador se meta de domador”. Desde la perspectiva de Lange, el proceso fotográfico como algo mágico da cuenta de que –como en su momento lo señaló Slimane– la fotografía se caracteriza por la tensión entre la espontaneidad, el control, dominio y caos.
Con explicaciones bastante simples y con cierto tono de hartazgo, Pennie Smith ha reconocido que la imagen que colocó a The Clash dentro de las mejores portadas de la historia de la música es lo que demuestra que tanto el fotógrafo como el domador lo son por convicción. Ambos identifican momentos exactos y son conscientes de que si no se está presente, se pierde la toma.
Aunque Pennie y Paul Simonon conciben a la captura del The Palladium (NYC) como “un hijo bastardo que reaparece para exigir atención”, el trabajo de Smith cumplió con la regla que guió la exhibición Total Records en 2011: Las portadas grandes o pequeñas tendrán que mostrar siempre aquello que la/el artista quiere reflejar y transmitir.
Por una parte, los integrantes de The Clash lograron la resonancia lírica de “Death or Glory” y por otra, Pennie ejemplificó que la fotografía posibilita poseer el pasado. “Una contribución excepcional” declararía Graham Coxon al entregarle un premio en noviembre de 2008.
En 2017 Rolling Stone cumplió 50 años. Entre los diferentes artículos que se unieron a la celebración, Jessica Hopper retrató uno de los episodios más importantes de la historia de la revista. Para la crítica y periodista musical, Rolling Stone fue uno de los epicentros culturales durante la segunda mitad del siglo XX, ya que dio voz y sostén periodístico al rock a través de la formalización del lenguaje, los contextos de las décadas de los 60 y 70 y los cánones de la música.
Para que Rolling Stone se convirtiera en todo lo que se había propuesto Jann Wenner –una revista que definiera la cultura de distintas generaciones– fue necesaria la selección del equipo correcto y la ruptura de la idea de que la música era –como lo critica Andrea Domanick– una cuestión de hombres.
A mediados de 1970, Marianne Partridge, Sarah Lazin, Barbara Downey Landau, Vicki Sufian y Christine Doudna comenzaron a ocupar puestos como editoras y columnistas. Durante este periodo, la participación de mujeres periodistas se fusionó y fortaleció con el trabajo de fotógrafas como Linda Louise Eastman, Annie Leibovitz, Gemma Lamana, Lynn Goldsmith y Andrea Blanch.
Los 15 años de amistad entre Annie Leibovitz y Susan Sontag fueron el ejemplo de que la fotografía es un acercamiento a la rutina de las personas y que, por lo mismo, es imposible escoger una favorita, pues “se puede aprender mucho a partir de la historia visual de alguien”.
Lo que importa es la acumulación de los años a través de una cámara. Son momentos únicos y privilegiados.
Sin anunciar los medios en los que colabora –si es que actualmente lo hace– Nanci SaRRouf se limita a describir su vida como la mezcla entre conciertos épicos, happenings y cotidianidad. Inscrita en lo que actualmente se reconoce como la “Rayuela Digital”, la fotógrafa aprovecha la tecnología y cada día nutre los acervos de las y los fans de The Libertines, The Strokes, The Kills y Primal Scream.
A través de capturas simples, Nanci dedicó su tiempo a documentar lo que pasaba en los backstages, los días de gira y una que otra celebración de cumpleaños a inicios de los 2000: Pete Doherty y Peter Wolfe simularon el estilo de Sid Vicious durante la grabación de “For Lovers”, Nelson Loskamp y Jeffrey Davies eran vecinos a principios de los 90, Jamie Hince y Carl Barat se conocieron durante la etapa de Up The Bracket y los aficionados de Liars disfrutaron de un concierto desde la comodidad de sus casas en agosto de 2002.
Imaginar los días en los que Debbie Harry atascaba al CBGB, en los que la portada de Eric Clapton circulaba por todas las esquinas de Nueva York o en los que Julie Gardner captaba los momentos de Neil Young me permite coincidir con Lewis Hine en el valor de la fotografía como documento humano.
¿Qué significa ser fotógrafa musical? Significa mantener al presente y al futuro en contacto con el pasado, establecer la cronología entre las décadas de lo analógico y las de la Rayuela Digital y encontrar el punto convergente entre Heavens To Betsy y Nots.
Sería imposible pensar el trabajo de Nina Rädel sin recordar a todas aquellas mujeres que retrataron las primeras presentaciones de Kathleen Hanna y Molly Neuman. Las fotografías de Katie no significarían lo mismo sin el referente de Roberta Bayley.
Al contrario de lo que pensaría Proust: Es posible conservar el pasado y el presente. Poseer el mundo en forma de imágenes es volver a vivir la irrealidad y romper la lejanía de lo real.