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Desde el año 2006, Tarana Burke dejó clara una cosa: El #MeToo no es un momento. Es un movimiento que nos pertenece a todas.
Para Shelley Cobb y Tania Horeck, las 300 voces del Time’s Up, la denuncia pública del sexismo en la industria musical australiana en The Industry Observer (#MeNoMore), las 1993 firmas para Dagens Nyheter (#närmusikentystnar) y la movilización de mujeres en los ámbitos artísticos y laborales en México, Argentina, Uruguay y Chile a través de los hashtags #MiráCómoNosPonemos, #YoSíLesCreo, #YoLesCreoAEllas y #MeToo [Escritores, Periodistas, Músicos, Fotógrafos, AcadémicosMexicanos] son el epicentro de lo que han denominado “Era Post Weinstein”.
Si bien hubieron manifestaciones (digitales) previas a la Era Post Weinstein –por ejemplo #YesAllWomen y #EveryDaySexism–, ambas investigadoras coinciden en que es fundamental catalogar al #MeToo como parte de un momento cultural particular, ya que es este el que pone en evidencia la vulnerabilidad del poder y el privilegio de y en las distintas industrias culturales.
En los términos propuestos por Luciana Peker –periodista argentina especializada en temas de género– la importancia del #MeToo recae en dos aspectos. El primero es la denuncia de un sistema cultural (y de negocio) que tiene como pilar la violencia machista y el segundo es mostrar que el “NO” como bandera es diferente en tanto que representa el grito de las mujeres que fueron (fuimos) silenciadas, pero que el día de hoy se (nos) pronuncian(mos) con mayor eco.
Durante las semanas siguientes a la publicación del artículo de Jodi Kantor y Megan Twohey, músicos, productores, managers e ingenieros de sonido parecían estar fuera de la conversación. La escasa cobertura de la situación interna de Sony Music Entertainment, Songs Music Publishing, Columbia Records y Universal Music Group, la declaración de Lily Allen de “Parece que [en este ámbito, el #MeToo] no se está tomando tan en serio”, el tratamiento mediático de la demanda a Dr. Luke y la pronunciación de #NotMe de Russell Simmons fueron algunos de los elementos que plantearon la duda que expresó el portal de Newstalk en uno de sus titulares: ¿Es la industria musical inmune al Movimiento #MeToo?
NO. NO LO ES.
Las consignas que han guiado movimientos como el #MeNoMore y #Närmusikentystnar (Cuando la música calla) son el reflejo del trabajo que las mujeres han construido y perfeccionado dentro de la industria desde finales de los años 80.
Al hacer referencia a la segunda ola del feminismo, académicas como Jessamy Gleeson, Laura Portwood-Stacer y Susan Berridge señalan que una de las herencias en las que se apoyan las mujeres en la era del #MeToo son los talleres. Dentro del ámbito musical quienes han llevado a cabo y difundido este tipo de acciones son cantantes del pop en India, por ejemplo Suyasha Sengupta (a.k.a Plastic Parvati) y Alisha Chinai.
Los talleres también representan un terreno de oportunidad para las mujeres que se mueven en los márgenes del mainstream. De acuerdo a Emily Yahr –periodista en The Washington Post–, las artistas country han encontrado en ellos espacios de diálogo en los que pueden compartir sus experiencias y en los que les ha sido posible llegar a un mayor número de personas, en especial a artistas jóvenes. De los ejemplos más recientes que se tienen son los talleres impartidos durante el Seminario de Country en octubre de 2018.
Además de los workshops y de las constantes demandas a ser visibilizadas en las radios locales, mujeres como Marissa R. Moss, Kacey Musgraves, Molly Adele Brown y Brittany Holljes encuentran en su música una vía de comunicar a los públicos acerca del #MeToo.
En el caso de Holljes, la canción “Hands Dirty” consistió en un mensaje dirigido al presidente de Big Machine, Scott Borchetta. “Tenemos que cambiar el entorno y la narrativa para que la próxima generación de mujeres no tenga que experimentar este tipo de misoginia”.
Meses previos a la entrega de los Golden Globes Awards –imposible olvidar la respuesta de Allison Janney a The Guardian y todas las apuestas hacia el triunfo de The Handmaid’s Tale– Spotify anunció lo que en su momento hubiese marcado un compromiso significativo con el #MeToo.
Durante los primeros días de mayo de 2017, la plataforma retiró (de forma parcial) el contenido de R. Kelly, XXXTentación y 6ixti9ine. ¿La razón? Rechazar la promoción de artistas que –cuya música y conductas– remitieran a la violencia.
La política de Spotify no duró ni un mes. Desde el día en el que la notificación llegó a los perfiles de las usuarias y los usuarios, personajes de la industria –en especial Anthony Tiffith, Daniel Ek, Diddy y Tommy Mottola– mostraron “su preocupación por la censura”. “Tienen que dejar que el artista sea artista y hable libremente”, expresó el Director Ejecutivo de Top Dwag en una entrevista otorgada a Billboard.
Sin la finalidad de revocar la acción de Spotify, –pues dentro del contexto de la cultura digital, la plataforma es fundamental para el consumo musical- algunas– artistas –por ejemplo, las integrantes de ULTRAVIOLET– señalaron al personal a cargo las fallas que veían en dicha política: El plan solo aplicaba a cantantes de R&B y hip hop.
La negativa de expandir la política y de hacer frente a la presión de las 19 figuras que abogaron por “la defensa de la expresión (misógina y racista) de los artistas” parte de las lógicas financieras en las que se apoya la empresa, pues de acuerdo al periodista musical Dart Adams. “Si la política fuera para todos los géneros y artistas, Spotify retiraría al menos el 40% del contenido”.
La negativa de los ejecutivos de Spotify de retirar el material de Chris Brown, Eminem, Nick Carter, Michael Jackson, Gene Simmons, Trey Songsz y Red Hot Chili Peppers es solo una de las vías a partir de las cuales se puede dar respuesta a la interrogante de Pitchfork: ¿Por qué a la industria de la música le cuesta tanto trabajo comprometerse con las demandas del #MeToo?
En voz de testimonios que protegen su identidad, Andrea Domanick ha abordado el ambiente que prevalece dentro del entorno musical: Un “club de hombres” que se mueve en la lógica del poder, la jerarquía, el privilegio, silencios forzados y condicionamientos profesionales.
Desde finales de los 80 y principios de los 90, sellos como EMI, Warner Music Group, PolyGram y Sony Music registraron casos de acoso sexual en todas sus áreas: Productores, managers, ingenieros de sonido y músicos. Las razones por las cuales las denuncias fueron hechas bola de papel y depositadas en el cesto de basura datan desde la pérdida monetaria que sería correr a su personal, los costos que involucran el manejo de medios de comunicación ante acusaciones contra veteranos de la música, la canonización del “comportamiento de los rockstars”, “los diferentes estándares de la moralidad en la industria” y las alianzas “entre compadres”.
ALL- PURE - BULLSHIT!
Como grupo, División Minúscula estamos en contra de toda conducta irrespetuosa, acosadora o violenta.
Con las recientes acusaciones en contra de Efren, hemos decidido por separarlo de la banda.
Realmente sentimos demasiado todo esto y esperamos se resuelva de la mejor manera.— División Minúscula (@DivisionOficial) April 1, 2019
Durante su invitación a TED Talks, Tarana Burke destacó lo siguiente. “Todos los movimientos se han construido desde lo posible. El movimiento crea posibilidades”.
Desde el uso de hashtags como #Cuéntalo y #MiPrimerAcoso las mujeres hemos encontrado espacios que nos han acercado al feminismo y a redes de apoyo.
Construir redes entre nosotras nos ha permitido conservar el coraje ente todos aquellos que denotan el movimiento, nuestras demandas y nuestros derechos con “esto es una cacería de brujas” y “la guerra entre géneros”. Contar con el back up de mujeres que visibilizan la violencia en espacios cotidianos nos ha recordado lo que escribió Burke hace 13 años. “A mí también me ha pasado”.
En un país en el que –como señala Sabina Berman– el abanico de violencia abarca desde los piropos no requeridos hasta la violación y el feminicidio no hace falta explicar el porqué de las denuncias anónimas.
Si bien las redes no nos protegen del todo contra las manifestaciones de violencia –hackeo, insultos de los trolls y backlash– estas se presentan como una alternativa ante los pocos (e ineficientes) espacios que tenemos dentro de los cuerpos gubernamentales.
La apropiación y resignificación que cada una de nosotras ha hecho de forma individual y colectiva del #MeToo son una forma de demostrar nuestra capacidad de respuesta a afirmaciones sexistas y prácticas misóginas.
Además de construir desde la denuncia de abusos de poder y de relaciones asimétricas entre mujeres y hombres, el MeToo como fenómeno político y cultural nos obliga a pensar en medios de comunicación, industrias del entretenimiento y espacios académicos con protocolos de denuncia y seguimiento en caso de acoso u otro tipo de agresión sexual, pues en nuestro país al menos el 84% de las mujeres que laboramos en estos sectores no tenemos acceso a los mismos porque nuestras empresas no lo consideran un tema prioritario o porque ni siquiera los tienen.
#MeToo pic.twitter.com/0np4H1hUyH
— MeTooMúsicosMexicanos (@metoomusicamx) April 1, 2019