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“Miraba las fotos de mis ídolos en Smash Hits y a mis amigos blancos con su estilo pálido y vampiresco. Admitiré que sentía un poco de envidia de lo fácil que les era presentarse como goth. Mark Fisher describió el estilo de Siouxsie como “una máscara cosmética replicable, una forma de tribalismo blanco”. Nunca quise ser blanca. La blanquitud nunca fue algo a lo que aspirara; pero me consideraba parte de esta tribu y esa máscara jamás me ajustaría. Aceptaré que a veces me sentía un poco Blacula-ish: Una versión negra dentro de una historia de blancos”, Leila Taylor (Darkly: Black History and America’s Gothic Soul).
“No es lo suficientemente gótico” fueron las palabras que encabezaron las críticas hacia el álbum debut de Bauhaus. Las y los jóvenes, que negaban la posibilidad de la adultez se encuentran a la mitad de los 40 y cada vez es más difícil adquirir una copia genuina (y a buen precio) de Oh My Goth!
Por desgracia, la hostilidad del “not gothic enough” ha traspasado el archivo hemerográfico de Sounds y NME. Ahora forma parte de los criterios de selección para las revistas y los sitios especializados en moda gótica, complementa las agresiones físicas en clubes nocturnos y sostiene el discurso de quienes en el entorno digital se jactan de ser racistas y solo “aclaran que el goth es para las personas de tez blanca”.
¡Pero no nos enfademos con esta generación de übergoths! Hay reglas. Y, por el bien subversivo y preservación de la esencia subcultural, hay que conservarlas. En sus términos, si somos latinxs, afroamericanxs o asiáticxs tenemos la obligación de recordar que "nuestra piel debería ser más clara" (porque sí, al parecer, la palidez es sinónimo y condición exclusiva de la blanquitud), "nuestro cabello liso y delgado, nuestra complexión corporal acorde a la talla de los corsés de Dolls Kill. “¡Se trata de autenticidad!” justifican. (What a fucking joke!)
Vayamos en contra de lo que sugieren títulos absurdos de videos en YouTube o estrategias mercantiles que dan a entender que “solo las mujeres parecidas a Winona Ryder son las sujetas legítimas —y referenciales— de la participación en la cultura gótica”. Nos guste o no, hablar de lo goth implica retomar y defender una agenda política de desobediencia civil.
¿La razón? Gran parte de la cobertura mediática ha banalizado las expresiones socioculturales que están dentro de esta categoría. El encasillar la cultura gótica en bienes de consumo monetizables ha ocasionado que en los últimos años se haya despojado al humor de su potencial emancipatorio y/o radical. No nos confundamos. El uso de la risa de la que habla Agnes Jasper (2004) no es sinónimo de la mofa con la que —supuestamente— se retrata al ancient vampire o la femme fatale.
La escena gótica no es —ni debería ser— amigable con quienes nos acechan en los venues, clubes de poesía o conciertos. La violencia —física, verbal y simbólica— contra las mujeres es una problemática real en este entorno cultural. Tanto que el Scary Witches surgió de la necesidad de contar con un refugio para quienes queríamos disfrutar de “Cuts You Up”, “Boomerang” o “Die in the Disco” sin tener que lidiar con rancios que —por alguna (¡patriarcal!) razón—encuentran divertido llamarnos “góticas culonas” o preguntarnos el mínimo detalle sobre la trayectoria musical de las bandas que llevamos en nuestras playeras.
¿A ustedes también les preguntaron qué traía puesto Blixa Bargeld cuando conoció a las integrantes de Mania D en la tienda Eisengrau? ¿O les aplicaron la "a ver dime cuál es el apellido del que canta "Three Imaginary Boys"?
La narrativa mercantil, capacitista, misógina, racista, clasista, xenófoba y elitista también ha ayudado a que grupos antiderechos —como lo son las organizaciones antimigrantes o antiaborto — encuentren en las generaciones más jóvenes una oportunidad para generar una espiral en la que se replique el discurso de odio. En el mundo mueren más de 23 000 mujeres por abortos clandestinos. El afirmar que lo goth tiene que ver “con la protección de la familia tradicional y la realización plena de las mujeres” invalida una las premisas que ha mantenido al movimiento gótico como una de las disidencias culturales más estables de los últimos 25 años: la autonomía.
Recuperar el potencial político y disruptivo de lo goth también es mantener una postura crítica frente a las —supuestas— normas estéticas. No es secreto que con el crecimiento de las comunidades online, la llamada exportación racista (Maisha Wester, 2014) ha facilitado que supremacistas blancos posicionen la idea de que “la raza aria es, por default, la máxima expresión de la unicidad”, pues según ellos “la génesis del movimiento gótico corresponde exclusivamente a la cláusulas del proyecto Our Land del siglo XIX”.
Plantear y defender lo goth como una iniciativa política, disruptiva y emancipatoria es fragmentar y hacer cenizas el discurso criminalizante de las y los outsiders en obras como The Squaw Man (1893) y The Picture in the House (1920). Que no se nos olvide que la adscripción a cualquier tradición sociopolítica y (contra)cultural trae consigo la responsabilidad de denunciar las —posibles— narrativas hegemónicas. Así que más que optar por un tajante kill your idols, podemos empezar por un question your idols.
“El racismo no forma parte de una cultura que proclama la rebelión”, manifiestan activistas que —como la escritora Leila Taylor— han diseñado sus propias estrategias de resistencia. La transgresión de y a través de lo goth se articula con la radicalidad de las diásporas y luchas regionales. No respeta los criterios de propiedad y exclusividad a los que están acostumbrados los colonizadores (de la tierra, el género y la sexualidad). Abracemos las distintas vertientes de la cultura gótica desde la desobediencia civil. En lo goth estamos presentes mujeres (cis y trans), hombres (cis y trans), personas no binarias, afrolatinxs, negrxs, asiáticxs, con discapacidad(es) y cuerpos diversos.
Quien diga lo contrario no merece más que un sutil y educado: ¡¿tú qué vas a saber de goth chamaco p*****?!.
¡Feliz día querides vampires!