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“You know I'm born to lose and gambling's for fools
But that's the way I like it, baby
I don't wanna live forever”.
Hay mentes que operan a revoluciones por minuto, hay visionarios que ven más allá de la sicodelia para pisar el acelerador y en el camino encontrar el destino final: la inmortalidad. La cabeza de Lemmy Kilmister siempre maquilando la furia, andando como un ruidoso Mustang tragando líneas blancas de la carretera y en la vida, Jack & coke como catalizador, el bajo como instrumento de tortura.
Ozzy Osbourne fue de los primeros en dar a conocer la noticia de la muerte de dios para unos, el diablo para otros, como sea una alta causa en el Rock & Roll y sus derivados, desde Ringworm hasta Carcass recordando sus enseñanzas, desde Venom hasta Blood Red Shoes recordando su música, tanto tenemos que agradecerle a aquel bastardo que pocas ocasiones vino a nuestro país, pero que en cada visita dejó un gran recuerdo. La última vez fue en un Force Fest en el Palacio de los Deportes ante un sonido al principio infame que fue mejorando, todos los actos de esa noche no pudieron negar la influencia de Motörhead y demasiadas personas a partir de ahora comenzarán la adoración por toda su obra.
“Muy punk para los metaleros y muy metalero para el punk”, aun así Henry Rollins o cada integrante de Metallica entendieron cada mensaje en la lírica de Lemmy y mejor aún, su siniestro modo de colocarse aquel pesado bajo Rickenbaker para usarlo a modo de ametralladora.
Un buen día en California, el lugar de su exilio, podías encontrar a Lemmy sentado en la barra del Wiskey A Go Go bebiendo y esperando para volver a salir de gira: “But I just love the life I lead, another beer is what I need, another gig my ears bleed, we are The Road Crew”. El escenario como altar y cada concierto como una misa donde miles profesaban su fe al gran brujo y sus verrugas como estigmas.
Escupir al suelo, el sombrero bien colocado, las botas para patearle el trasero a cualquiera, la parafernalia nazi de su colección de objetos de guerra para hacer pensar mal a las buenas conciencias, porque una cosa es coleccionar y otra obedecer los preceptos del racismo, el cual nunca hizo evidente.
Ahora la historia le dará su lugar a aquel roadie de Jimi Hendrix que gracias a Emerson, Lake and Palmer supo qué hacer con su vida, que en Hawkwind encontró su origen y en Motörhead su camino a la inmortalidad, el mito de Dionisio con barba y bigote, miles de mujeres al borde de diferentes camas, litros de licor para crear incendios, altos decibeles para que nuestras cabezas, como él, encontraran afinada su maquinaria para acelerar y volvernos locos, nacidos para perder, viviendo para ganar.
El día de los inocentes Herodes acabó con la vida de varios niños en busca de un mesías, ayer nuestra propia inocencia fue interrumpida al saber que no somos inmortales aunque la vida nos ponga ese mote.
El as de espadas cayó al suelo tras su última apuesta con la muerte, la vida es tan frágil que no imaginas que alguien a quien llamabas dios también puede ser devorado por el cáncer y dar su último respiro mientras está recostado tal vez pensando en una broma que hacer, en una mujer que lo marcó, en cuál habrá sido su mejor canción o simplemente añorando aquellos días frente a los amplificadores hasta el 10 de volumen, ante una multitud que le rendía pleitesía, como seguirá sucediendo a partir de hoy y cada día tal y como fue la petición de su familia: que Motörhead suene fuerte, como siempre debe de ser, y haciendo énfasis a la frase adaptada a la nueva versión de “Ace Of Spades” incluida para el videojuego Rock Band 2: "I don't want to live forever…But, apparently I am.”