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La primera ocasión que escuché a Lauryn Hill fue en un cover (reinterpretación, diría yo) de The Fugees al tema “Killing Me Softly” mientras esperaba un corte de cabello en la barbería de la colonia donde pasé la mayor parte de mi vida hasta el momento. Yo tendría alrededor de nueve años y en la vieja grabadora de aquel lugar con el suelo de linóleo lleno de cabello y el aroma de loción para afeitar en el ambiente, sonaba por todo lo alto mientras aquel peluquero se esmeraba en afinar el corte de alguno de los vecinos. En aquel momento lo que más me impactó fue la voz de esa mujer combinada con los ad-libs de Wyclef Jean complementando la ecuación, pero eso fue todo. El momento definitivo en el que me rendí a su melodía vendría años después.
Un ícono cultural, una diosa de la música afroamericana, portada de revistas y referente de la lucha contra la marginación racial en los Estados Unidos… Lauryn Hill, con apenas 23 años, era una super estrella que despreciaba su propia imagen de ícono mainstream y que luchaba por mantenerse consecuente con sus propias creencias y palabras. Una mujer llena de heridas, pero también de valor y principios que la llevaron al fracaso comercial después de alcanzar la cumbre, pero que la volvieron inquebrantable e irredimible. La importancia de Ms. Lauryn Hill en el rap, el R&B… en el hip hop… en el panorama general de la música es simplemente incalculable. Un disco le bastó para hacerlo todo: para crear un mito, para volver loca a la industrial musical, para reivindicar todo un género, para alcanzar un rellano en el Olimpo de la música y para enseñarnos que “El futuro era (y es) femenino”.
Lauryn era una chica fuerte y que ponía la cara por delante, inició su carrera musical cantando en la secundaria en eventos deportivos y Noches de aficionados, además de fundar el grupo coral de gospel ya en la preparatoria. Asistió a clases de violín, lecciones de danza y mientras pulía su voz se decantó por el rap. En Columbia, por allá de 1990, conoció a Wyclef quién se adhirió al grupo que Hill creaba con un compañero de escuela conocido como “Pras” y a partir de ahí, solo que no de manera inmediata, la magia musical de aquella chica de New Jersey explotaría. Previo a que el grupo se consolidara como The Fugees, la vida de Lauryn parecía estar frente a las cámaras antes que frente al micrófono, pues su paso por la televisión y el cine la llevaron a co-estelarizar una película con Whoopi Goldberg y aparecer en un filme de Steven Soderbergh… pero su destino fue otro. Con los refugiados su carrera no hizo mas que crecer, con dos discos en los que la voz de Hill enmarcó el éxito de la agrupación, Lauryn, Wyclef y “Pras” llegaron al número uno del Billboard 200, ganaron algunos premios y recibieron aplausos de la crítica musical. Pero el idilio duraría poco, ya que en 1997 tendrían que separarse por algunos motivos creativos y otros tantos personales que afectarían directamente lo que Lauryn crearía en consecuencia.
En agosto de 1998, ya como solista, rompió esquemas, barreras y récords de venta con el lanzamiento de su álbum de estudio The Miseducation of Lauryn Hill: debutó en el número uno en la lista Billboard 200, vendió 422.624 copias tan solo en su primera semana y ganó cinco premios Grammy incluyendo el de Álbum del año en una sola noche. Pero esos números, que con el paso de los años no harían mas que seguir sumando triunfos y reconocimientos, no reflejan la verdadera importancia de lo que Ms. Lauryn ha legado a la música, al hip hop y a la cultura afroamericana de manera particular.
The Miseducation of Lauryn Hill es un disco que conecta de una manera tan especial y directa que la primera ocasión que lo escuché no pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas. Desde los samples utilizados en “Doo Wop (That Thing)”, “Ex-Factor” o “Lost Ones” hasta la guitarra de Carlos Santana en “To Zion” cada canción, cada intro y cada interludio en The Miseducation of Lauryn Hill lo hacen uno de esos discos que aparecen una vez en cada época. Cada uno de los tracks hablaba de una de las luchas internas que Lauryn tenía que enfrentar día con día: la presión del sello y su manager para que abortara y se enfocara en su carrera, las peleas con su pareja, el estereotipo en el que se veía enfrascada o la opresión que mujeres y hombres de color, como ella, sufrían de manera sistemática. Todo estaba ahí y, además, puesto de una manera exquisita.
La historia después de esa subida vertiginosa es cruda, aunque no por ello menos digna: la relación con su ex-colega y pareja sentimental Wyclef Jean destrozada, el nacimiento de su hijo Zion y su receso musical, la búsqueda de su propia identidad, contratos con su disquera rotos, problemas con hacienda, la cárcel, un Unplugged que fracasó de manera rotunda (aunque se convirtió en un clásico de culto de manera instantánea) y problemas con colaboradores y gente de la industria… aún hay un largo etcétera.
Después de 20 años, ese disco único sigue siendo tema de debate, sus tracks partes de samples de artistas de la talla de Drake, Kanye o J. Cole y sus letras motivo de covers que han llenado los oídos de millones de personas alrededor del mundo. Sobre el álbum se han escrito ensayos, trabajos académicos enfocados a lo musical y lo poético de su contenido y seguramente habrá mucho más por anotar, porque lo cierto es que con sus virtudes y defectos, el álbum debut de Ms. Lauryn Hill, como su aporte a lo musical, es una obra maestra inagotable. Aquella mujer de ojos hipnotizantes logró lo que nadie antes ni después de ella… lo que ni Salt-N-Pepa, ni Lil Kim, ni TLC, ni Queen Latifah, ni Missy Elliott… ni siquiera Aaliyah, pudieron conseguir: hacer un disco que a más de dos décadas de existencia siga siendo vigente para cada generación a la que toca y que reivindicara a toda una cultura.