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A sus 15 años, recién acabando clases e iniciando las vacaciones de verano, Lorde terminó de escribir su primer hit: "Royals". Sin embargo, esta canción comenzó mucho tiempo atrás cuando la cantante escribió una simple frase en su diario: "We're driving Cadillacs in our dreams".
Ahora, parece extraño que una niña neozelandesa tenga tan claro lo que representa tener un Cadillac, pero no es así. Solo basta buscar en Internet una imagen de Elvis, Aretha o cualquier ídolo estadounidense, para saber lo que significa. Los ves orgullosos, con los ojos brillando de ambición y es ahí cuando te das cuenta.
"Royals" es un tema donde Lorde se siente alienada de la opulencia y los excesos. No se ve con relojes caros o tomando champaña, pero sí manejando un Cadillac. Es su fantasía, un objeto de deseo, pero es diferente a todo lo demás. No es una figura de abundancia sin sentido o sin significado.
Hay una esencia intangible detrás de Cadillac, un concepto que se ha alimentado de una larga historia de conductores osados, arriesgados y que han probado su suerte a lo grande. Detrás del volante está quien puede avanzar a la cima sin necesidad de pisar el freno y sin dudar ante los obstáculos.
Lorde llegó al estrellato a la corta edad de 16 años con una mirada mordaz y una playera de The Cramps. Era improbable que se convirtiera en la siguiente superestrella del pop, pero lo logró a su manera, sin que nadie trazara su senda o le dijera qué hacer.
Ahora, Lorde puede materializar sus quimeras. Tiene el asiento del conductor libre, puede tomar el volante y la palanca de velocidades. Tal y como lo hizo en su momento Elvis Presley, Aretha Franklin o Chuck Berry, la nueva sangre está lista para iniciar su camino.