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#Ambulante2017: Día de la Independencia

#Ambulante2017: Día de la Independencia

Del rock e ideologías políticas en Día de la Independencia

Para celebrar el 70 aniversario de haberse liberado del yugo que el imperio japonés ejerció sobre ellos, Corea del Norte lleva a cabo una serie de actividades, las cuales incluyen por vez primera –y de forma insólita– la presentación de un grupo de rock occidental en su territorio. Y de manera aún más asombrosa los elegidos para llevar a cabo el simbólico recital son los eslovenos de electro-industrial Laibach.

Las autoridades de esta nación tomaron tal sorprendente decisión –considerando que viven bajo un estricto régimen comunista el cual rechaza categóricamente toda influencia “negativa” proveniente del exterior–, fue necesaria la intercesión del cineasta y embajador cultural Morten Traavik, quien despertó polémica años antes por desarrollar proyectos con artistas y entidades culturales norcoreanas, y por las cuales se le acusó de apoyar a una dictadura inhumana y represiva.

Y esa polémica en torno a este concierto es retratada en el documental (dirigido por el propio Traavik) y nace desde la misma banda, ya que una de sus principales características es el empleo de iconografía, indumentaria y elementos estéticos inspirados en la propagandística nazi y de otras dictaduras militares similares. Esto les ha acarreado –en no pocas ocasiones– acusaciones de promover el nazismo, el fascismo, el pro-militarismo y la ultraderecha principalmente. Y ellos –también reiteradas veces– lo han desmentido, argumentando que el uso de dichos elementos obedece meramente a una cuestión de gusto estético, y es además un modo de satirizar justamente a todo estado totalitario que se vale de esas herramientas para fomentar el culto a la personalidad y la alienación. Los mismos Laibach provienen de una nación anteriormente sometida por un duro régimen socialista.

Por ello Traavik los propone para presentarse en Corea del Norte, pensando que su concepto puede resultar atractivo y “correcto” de cierta forma para ese gobierno, esgrimiendo (en una mezcla de ingenuidad y osadía) similitudes en cuanto a acusaciones y perjuicios sufridos por la banda y por el régimen, dado lo cual tienen mucho en común y por eso entre ellos puede producirse una sinergía especial.

El filme registra los acontecimientos desde que la agrupación arriba a Pyongyang (la capital norcoreana) y mientras hacen los preparativos de su show con un setlist conformado no solo por sus composiciones, sino además por covers –en su muy particular estilo– de temas como “Across the Universe” de The Beatles; “Live Is Life” de Opus; “The Final Countdown” de Europe; “The Sound of Music” –canción original de la película homónima dirigida por Robert Wise– y temas tradicionales de Corea del Norte como “We Will Go to Mount Paektu”.

Sin embargo, los preparativos se tornarán en todo un calvario, porque deberán lidiar con varias adversidades, siendo las principales la desorganización e incompetencia de sus asistentes locales, y quienes nunca han montado un espectáculo de tales características. Pero también, son constantemente vigilados por las autoridades, quienes tratan de evitar que su espectáculo contenga detalles inapropiados para la audiencia coreana. Así, los músicos batallan con una permanente censura y constantes “sugerencias” de imágenes y canciones que deben suprimirse del show, el cual logran, tras sortear estos obstáculos, sacar adelante y llevar a buen término.

Día de la Independencia da fe de uno de los momentos más bizarros en la historia del rock. Y no tanto por la presencia de una banda en un país con una cultura ajena a la suya o porque ese país esté gobernado por un gobierno comunista (ya que de hecho no son la primera agrupación occidental en realizar tal proeza), sino por el registro de una experiencia de niveles kafkianos, cuyo desenlace –contra todo pronóstico–, sienta un alentador precedente, y porque siempre gravita la duda -y ni el director ni nadie más la resuelve- de si realmente, las autoridades culturales norcoreanas jamás se percataron de que la sátira y la ridiculización enarboladas por Laibach también alcanzaba a su gobierno, o si simplemente, lo dejaron pasar por alto en un inaudito alarde de apertura política.