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A veces me pregunto cuál es ese fin último de los artistas: ¿Se deben a sus admiradores? ¿Crean arte para el mundo? ¿Buscan la redención a través de sus creaciones? ¿O simplemente encuentran en su obra un analgésico para lo insoportable que puede ser la vida? Quizá sea todo al mismo tiempo y nada en realidad.
Cuando el 7 de septiembre del año pasado nos llegó la repentina noticia de que Malcom James McCormick había fallecido en un posible suicidio, la conmoción se extendió a lo largo de las redes sociales y del mundo entero. Su música, ciertamente criticada y en ciertas ocasiones menospreciada, se había colado en los oídos de muchísimas personas y tocado el corazón de algunas de ellas, inclúyase a quien escribe estas líneas, por lo que las malas nuevas nos venían a sacudir como en pocas ocasiones sucede. Con tan solo 26 años, una luz que había comenzado a brillar en el panorama musical mundial (pues ya llevaba refulgiendo para muchos de nosotros desde hacía años) se extinguió de manera súbita y dejó un legado del cuál sólo conocemos, hasta el momento, una parte de su totalidad.
Mac era una estrella en sí mismo: un músico virtuoso, multiinstrumentista, rapper, compositor, productor y beat-maker que se había hecho de un nombre a través de trabajo duro y empatía que solo eran apocadas por su enorme corazón. Un artista en toda la extensión de la palabra que abrió el camino de muchos de los cantantes y raperos de la escena actual como Vince Staples (a quien le produjo un LP completo bajo el mote de Larry Fisherman), SZA (ayudándole en producciones como su EP Z y dándole espacio en su estudio personal para grabar maquetas), G-Eazy o Earl Sweatshirt. Ese era Mac Miller: un rapero de Pittsburgh que tenía una de las sonrisas más cálidas y un amor tan grande que, cuando lo conocías, no había manera de no enamorarte de su persona. Y lo digo también yo, aunque no lo haya conocido, aunque solo haya podido escuchar cada uno de sus discos y temas una y otra vez para curar un corazón roto (“Another Night”) o para creer que todo estaría bien (“Objects in the Mirror”) o simplemente para entrar a tono cuando llegaba el fin de semana (“Weekend”).
Pero, volviendo a la pregunta con la que abrí esta conversación: ¿Cuál es la importancia de los artistas? Si bien es cierto que su posición se da por el reconocimiento de un gremio especializado o del público que los sigue, la verdad es que ellos no nos deben nada a nosotros y sí por el contrario. En sus letras, pinturas, sonidos o texturas encontramos un sosiego que nos hace falta en nuestra propia existencia, así sea simplemente para ponernos de buen humor durante un agobiante día de oficina. La importancia de poder llamar a alguien artista reside en que son un escaparate en el cuál vemos nuestros sueños, miedos, realidades y fantasías plasmadas de una manera más bella y tangible de lo que nosotros podríamos expresarlas. Un artista, al final del camino, es un igual… con la única diferencia de que poseen una cualidad o talento para hacernos ver algo que ya estábamos encaminados a encontrar.
Cuando me enteré de la muerte de Malcom, tenia una cerveza en la mano y cerca estuve de derramarla sobre la pizza fría que tenía en la mesa. Una tristeza y melancolía inundaron mi cuerpo y me quedé mudo. Fue como perder a mi mejor amigo, sin miedo a exagerar. Yo había crecido con él a través de sus canciones, había llorado con sus tracks como soundtrack de mi vida, me había sentido orgulloso de mí mismo por algún logro y había querido que en ese momento sonara uno de sus temas. Era un compañero de vida para mí.
Unas semanas previas a su muerte había lanzado un disco único y profundo, tan personal que dolía escucharlo… un disco lleno de nostalgia, demonios y plenitud. Un álbum completo de principio a fin en el que todas las emociones se desbordaban y no había un momento en el que no quisieras bailar. Swimming se posicionó rápidamente como uno de los mejores discos del año y era el mejor trabajo del rapero hasta la fecha (sería el último) y la crítica así lo anunciaba. Era el final del camino para él y un cierre tan a la altura de una persona tan mágica como él. Con canciones que hacían referencia a su relación y ruptura con Ariana Grande, a su abuso de drogas y sus consecuencias, además de encarar a sus fantasmas sin reparo en lo que la gente pudiera pensar al escucharlo.
El legado de Malcom es extenso: cinco discos de estudio, 13 mixtapes, un par de EPs y demás materiales que al parecer nunca vieron la luz (entre ellos un álbum en colaboración con Pharrell Williams llamado Pink Slime) además de diversos tracks al lado de beatmakers, productores, rapares y cantantes. Artistas de todas las latitudes (John Mayer, Elton John, Drake, Solange y Ed Sheeran) lamentaron su pronta partida, hubo incluso un concierto en beneficio para una asociación que lleva su nombre e incluso en su natal Pittsburgh se cambió el nombre oficial del parque en el que él jugó mientras creció y al que le dedicó su primer LP (Blue Slide Park).
Entonces, reitero: ¿Cuál es el fin último de los artistas? En mi muy personal opinión no es la fama, no es la autorealización, tampoco el redimirse o caldear su corazón en lo frío del trayecto que es vivir… el fin último de un artista es el de acompañarnos en nuestra nimia existencia haciendo de nuestro trayecto un viaje digno de ser recorrido. Y bueno, bajo esta premisa: Mac fue un verdadero artista.
Así que, allá donde estés, espero que las cosas sean más sencillas.
Te quiere,
Patrick.