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“Yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que tengo no es onda. Y la onda de onda me parece muy mala onda. ¡Y te va a pasar a ti!”, dice el abuelo Simpson a su vástago Homero al respecto de crecer, o madurar, o volverse más amargo, qué se yo, pero para mi, como para muchos que ayer nos conmovimos con la mala noticia, la mejor buena onda en la juventud de búsquedas y dudas, fue encontrar a José Agustín.
Escritor ajeno a los temarios de la SEP, pero que definitivamente fundó una escuela, totalmente alejado de lo naive y pomposo, creador de alter egos y devorador de discos, con una agilidad mental envidiable para describir las cosas y armar grandes metáforas de lo más simple.
Obrero del cine, el periodismo, el análisis y la crítica, siempre estudioso y desfachatado, eterno escucha y prócer del rock and roll, ícono para todos aquellos señalados y mal vistos por la momiza (“Pobres de los viejos, ellos no lo pueden entender” como dice el Three Souls In My Mind), gran estudioso de esa chaviza cuasi eterna que lo consumía, lo comprendía y lo enaltece.
Personalmente a él le debo mi ansiedad por querer escribir después de leer La Tumba, porque muchos de nosotros en alguna etapa de nuestras vidas hemos sido Gabriel Guía despertando y mirando el techo, con somnolencia y pesadumbre ante un grito a modo de diana militar para comenzar el día, siendo que no queremos levantarnos. Y porque para algunos nuestras historias se basan en personajes y en música, y si no es el "Lohengrin" de Richard Wagner, demasiadas obras sonoras pueden ser el complemento de nuestro día a día.
A José Agustín también le debo estar escribiendo esto, porque yo quería emularlo al leer su columna La Cocina del Alma en la ya desaparecida revista La Mosca en la Pared, quizá olvidada u omitida por algunos, pero que en su momento fue espacio para plumas alternativas alejadas de los preceptos digeribles de los medios impresos de aquellos días. Él escribía sobre Tool y yo ni siquiera los había escuchado, alababa a Jim Morrison y a Aldous Huxley, y su forma de describir la música era única.
Su obra La Contracultura en México a modo de biblia adolescente, como El Pequeño Libro Rojo de La Escuela, El Manual Anti- Carreño y La Guía Para La Vida de Bart Simpson. La fiel descripción de lo que es un pachuco, los existencialistas (porque Jean Paul Sartre tampoco tenía cabida en el programa educativo), los beatniks, los jipis (que no hippies) y los punks. José Agustín me dirigió cual bala perdida hacía William Burroughs y Jack Kerouac, y a indagar casi de forma enfermiza a través de sus letras la música y el poder de los alucinógenos antes de siquiera tener la capacidad de conseguirlos. También gracias a José Agustín nombres como Ken Kessey, Timothy Leary, Tom Wolfe o Parménides García Saldaña, comenzaron a permear en mi lectura e influencia.
Fue con sus letras y pasión por describir que descubrí ese mundo tan ajeno pero tan cercano de las tribus urbanas, y quizá la guía para tratar de encajar en una, aunque tal vez también puede ser un manual para adaptar diferentes filosofías a una propia. Semillas de la vírgen para todos.
Creador de relatos eróticos y novelas profundas, siempre en desacuerdo con el régimen, y en cuanto a la música ni hablamos, me hubiera encantado charlar con él sobre bandas y discos todo un día, sobre los mitos del génesis del rock en México, alrededor de una mesa con cartas y tragos como solía hacerlo en sus bohemias de juventud.
Ayer 18 de enero de 2024 finalmente el rey se acercó a su templo de inmortalidad gracias a su obra y legado, la miel derramada en sus letras seguirá atrayendo a las abejas ávidas de relatos sin filtro y casi escritos con sangre. Hoy no perdimos un gran escritor, ganamos una leyenda, porque gracias a estas nuevas cortas y quizá efímeras formas de descubrimiento actuales, el nombre de José Agustín llamará a la curiosidad, al querer desbocarse a leer sus obras, a ir a la librería más cercana o a buscar los PDF para leer en la tablet. Como sea la forma pero que sea, que el vuelo al descubrimiento complemente a las ciudades desiertas.
Se apagó la flama en La Cocina del Alma, pero su gas se seguirá expandiendo, y tal cual José Agustín nos ayudó a descubrir nuevas puertas de la percepción, que su obra y la música, nueva o vieja, siga inspirando la inventiva, alienando nuestra conciencia, complementando nuestras tragedias y virtudes, y que el ansia creativa nos haga ver las maravillas de la vida. Y el techo sigue azul, y el "Lohengrin" sigue sonando. Clic.