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La historia oficial dice que Living in the Material World (1973, Apple Records) es el cuarto trabajo en la discografía solista de George Harrison. Sin embargo, según la historia comercial, realmente era el segundo. Llegó a las vitrinas con el pesadísimo rótulo de "continuación" de All Things Must Pass (1970, Apple Records), la obra maestra que él había publicado tres años atrás. Una producción de rock exquisito empaquetada en cinco vinilos, los cuales simbolizaban la incontinencia creativa del ex Beatle, quien durante una década estuvo bajo la sombra de Lennon y McCartney.
Pocos recordaban que Harrison había debutado en solitario con Wonderwall Music (1968, Apple Records), la banda sonora que escribió para la película del mismo nombre. O que se había sentado detrás de un sintetizador Moog para convertirse –sin saberlo– en uno de los pioneros de la música electrónica con la grabación de Electronic Sound (1969, Zapple), su segundo esfuerzo con nombre propio.
Hacia 1973, George era el ex Beatle que no quería saber nada con The Beatles; el único de los cuatro con un álbum solista de gran éxito comercial All Things Must Pass; y también el artista solidario de siempre, consciente de su entorno. Estuvo detrás del Concierto para Bangladesh, considerado el primer evento benéfico de la historia, que en 1971 reunió a Bob Dylan, Eric Clapton, Ringo Starr y otros músicos para recaudar fondos ante la hambruna en Asia. Por estas razones, Living in the Material World traía consigo –además del rótulo ya mencionado– una enorme expectativa, y estaba entre los álbumes más esperados de aquel año.
–Hinduismo pop–
Aunque se le conocía como un artista tranquilo, Harrison tenía un alma inquieta. Su devoción y espiritualidad estaba presente en cada composición desde que se acercó a la cultura y religión hindú en la década de 1960. Pero no solo en sus letras, sino también en la propia instrumentación musical, ya que incluía elementos antes impensables para la música popular, como el sitar y las tablas. Su objetivo –se ha dicho– era acercar el hinduismo al pop, por si no había quedado claro en All Things Must Pass. Sin embargo, también quería cerrar la etapa de ese disco. Así, entre 1971 y 1972 George empezó a escribir canciones para una nueva producción. No revisitó viejas maquetas; por el contrario, se decidió a crear desde cero con sus recientes aprendizajes. En aquellos años, él estaba muy influenciado por el Swami Prabhupada, fundador del movimiento Hare Krishna, quien inspiró buena parte del material inédito. No era la primera vez que se acercaba a este grupo: en 1969, había producido el disco The Radha Krsna Temple, que grabaron los devotos del templo londinense Radha Krsna y que llegó a entrar al top 20 británico.
A diferencia de su época con The Beatles, a inicios de los años 70 Harrison reevaluó sus aprendizajes y determinó que el hinduismo le otorgaba una vía de escape de toda superficialidad. De lo material. En una entrevista concedida en 1982, explicó cómo se sentía en ese momento: “No empecé este viaje espiritual hasta que la experiencia de los sesenta realmente me golpeó. Ya sabes, haber tenido éxito y conocer a todo el mundo que pensábamos que valía la pena conocer… y descubrir que no valía la pena conocerlos. Haber tenido más discos de éxito que todo el mundo y haberlo hecho más grande que todo el mundo. Era como llegar a la cima de un muro y luego mirar por encima y ver que hay mucho más al otro lado. Así que sentí que era parte de mi deber decir: ‘Oh, vale, quizá estés pensando que esto es todo lo que necesitas –ser rico y famoso–, pero en realidad no lo es”.
–Del alma al estudio–
Con ese compromiso personal, surgieron los primeros versos y melodías. Escribió “Give Me Love (Give Me Peace on Earth)” a guitarra y voz; muy al estilo folk, aunque también con un corte devocional. De hecho, la produjo como si se tratara de una fusión entre el gospel y el Bhajan, la música espiritual propia de la cultura hindú. Por otro lado, la letra era todo un mantra. En su libro autobiográfico I Me Mine, dijo sobre ella: “A veces abres la boca y no sabes lo que vas a decir, y lo que salga es el punto de partida. Si eso ocurre y tienes suerte, normalmente se puede convertir en una canción. Esta canción es una oración y una declaración personal entre el Señor, yo y quien quiera que le guste”.
Otra composición importante era la que daría nombre al álbum, “Living in the Material World”. Con un pasaje inicial de rock tradicional con algunos instrumentos de viento, el tema incluyó una sección enteramente de sitar y tablas. Además, los versos mostraban una declaración de intenciones sobre su pasado Beatle y su actual espiritualidad, con una narrativa inteligente y sarcástica: “Los conocí a todos aquí en el mundo material / John y Paul aquí en el mundo material / Aunque empezamos bastante pobres / Conseguimos a Richie (Ringo Starr) en una gira / Viviendo en el mundo material / Espero salir de este lugar”.
“The Light That Has Lighted the World” apareció como una pieza de cuidadas armonías vocales y un delicado arreglo de piano, ejecutado por el músico de sesión Nicky Hopkins. Originalmente, Harrison la había pensado como un sencillo para la cantante inglesa Cilla Black, pero decidió grabarla él mismo. Incluso, en algún momento iba a darle título al nuevo disco. En la misma línea que las demás canciones, su letra era una reflexión personal sobre la fama y el escrutinio público: “He oído que algunas personas dicen que he cambiado / Que ya no soy lo que era, que es una pena / Los pensamientos en sus cabezas se manifiestan en su frente / Como malas cicatrices de un mal sentimiento que ellos mismos despiertan”.
–Una obra subestimada–
En total, George concretó once canciones para Living in the Material World. Entre octubre de 1972 y marzo de 1973, las registró en los estudios de EMI y Apple en Londres, así como en su estudio personal FPSHOT de Friar Park, en Oxfordshire. Debido a un calendario apretado del sello discográfico Apple Records, el álbum tuvo dos fechas de lanzamiento: el 30 de mayo de 1973 en Estados Unidos y el 22 de junio en Reino Unido. Pero, a pesar de ese contratiempo y de tener una campaña publicitaria discreta, se convirtió en un éxito comercial. Vendió 500.000 copias en apenas dos días, y llegó al número uno del Billboard en su segunda semana en el mercado, sacando del top estadounidense a Paul McCartney y los Wings con su Red Rose Speedway (1973).
Cincuenta años después, este trabajo es catalogado por críticos especializados como “una superproducción olvidada”, “una obra maestra infravalorada” o, simplemente, uno de los trabajos más subestimados de Harrison. Aunque registró un considerable número de ventas, nunca pudo sacudirse de la estela enorme de All Things Must Pass. No obstante, con la distancia que dan los años, hoy podemos decir que este es –quizás– su disco más honesto, profundo y real. No cabe duda de que lo concibió estando en la cima de su espiritualidad, y así lo demuestran sus once canciones ya eternas. Despojadas de toda materialidad.