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¿Cuántas veces Bowie nos ha prestado su voz para expresar todo aquello que nos hierve dentro? Su figura permea nuestra historia, se tira con nosotros al piso hasta atravesar las noches más crueles; agita nuestro cuerpo sin remedio en la pista de baile. Nos libera al mostrarnos que todo es posible.
¿Qué sería de nosotros sin su forma precisa de conectarse con lo más profundo de nuestro ser, sin su manera arrojada de vulnerarse y exponernos las entrañas para que podamos sentirnos identificados? ¿Qué haríamos si no existieran todas esas canciones que nacieron del dolor y el caos de su propia vida?
En 1975 Bowie malabareaba con su cordura como si se tratara de una daga afilada.
Tras dejar Inglaterra para devorar el “sueño americano” nuestro héroe se quedó atascado en el fango de la fama. El vacío era enorme y los días sin sentido se apilaban uno tras otro en un loop nebuloso que se alimentaba de pimientos rojos, cigarrillos, leche y cantidades inhumanas de cocaína. En el menú, la música era lo único certero.
No eran sólo las drogas. También fue por mi estado de animo espiritual. Nunca estuve tan cerca de un abismo de total abandono. Puedo entender realmente cuando alguien te dice que se siente como un caparazón vacío. En ese momento sentía que cualquiera de las intrusiones de la vida aplastaría ese caparazón muy fácilmente. Me sentía completamente solo. Y probablemente lo estaba, porque prácticamente había abandonado a Dios”, David Bowie, Arena, Mayo/Junio 1993.
Inhalar cocaína, no dormir, agotar al cuerpo, inhalar una vez más para perder el sueño. No dormir para obsesionarse con la religión, el ocultismo, la Cábala y el tercer Reich. Empezar a gravitar en una realidad alterada de magia negra y apariciones. Coquetearle a la locura. Inhalar hasta ser un ente pálido y en los huesos.
Bowie alegó no tener casi ningún recuerdo de su vida durante esa época, y aun así entre octubre y noviembre del 75, se las arregló para componer Station to Station, una de las mejores obras de su carrera.
El disco fue grabado en Cherokee Studios en Los Ángeles durante largas sesiones que empezaban a media noche y podían terminar hasta 36 horas más tarde. Cuentan que David era capaz de mantenerse despierto siete u ocho días consecutivos y, en un estado casi obsesivo, experimentar con el R&B y el krautrock para darle forma al sonido que redefiniría su historia y la de muchos.
Si se escucha cuidadosamente, es posible encontrar que en la narrativa expuesta a lo largo de los seis temas que componen Station to Station, se refleja un mundo interior complejo y sumamente dividido.
Por un lado, es posible percibir una voz que rayando en la frialdad del cinismo, y con cierto dejo de locura, le canta al desencanto que siente por la existencia (“Station To Station”, “Golden Years” y “TVC15”).
Por el otro, de manera más sutil se manifiesta un ser frágil que ruega desesperadamente por recuperar su lado espiritual; una voz que pide ayuda en un intento por salir del espiral de auto destrucción que lo posee (“Word On A Wing”, “Stay” y “Wild Is The Wind”).
En este punto hay algo que importante tomar en cuenta: ¿Si Bowie no recuerda haber grabado un álbum tan personal como este, quién tomó el cargo de su ser durante esa significativa ausencia? Por esos días nació The Thin White Duke, el último de sus alter egos.
El Duque encarnaba la versión siniestra de un aristócrata blanco y privilegiado. Un caballero taciturno impecablemente vestido y carismático que tomó prestada su imagen de Thomas Jerome Newton, personaje que Bowie protagonizaría en el filme The Man Who Fell The Earth (1976).
A través de su megalomanía cínica y un desbordado sentido de omnipotencia, este alter ego le permitió a David activar un mecanismo de defensa para contener su realidad enferma por la adicción a la cocaína, permitiéndole actuar la fortaleza que lo había abandonado.
No podemos negar que todos los alter egos que Bowie creó para habitar el escenario, le dieron algo que en su momento le ayudó a mantener su cordura, sin embargo The Thin White Duke, el más humano de todos ellos, lo ayudó a atravesar exitosamente por un periodo que casi le cuesta la vida.
Al tocar fondo y exorcizarse a través del imaginario de Station To Station, David Jones abrió la puerta de un nuevo capitulo en su historia. Uno donde comenzó a ser más dueño de si mismo.
En compañía de su inseparable Iggy Pop, nuestro héroe detiene su descenso y regresa a Europa para comenzar uno de los periodos más ricos de su existencia: La trilogía de Berlín. Pero esa historia se contará a su debido tiempo. Mientras tanto abramos la llave de su música y dejémonos inundar por la genialidad de sus canciones, encontremos en ellas la pieza que nos falta para hacerle frente a estos días inciertos.