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En el ADN de Horses ebulle como caldero de bruja, la historia de muchos artistas -casi todos malditos si lo pensamos en términos poéticos-, que terminaron filtrándose en la vida de Patricia Smith para transformar la historia de la música a través de la rebeldía encerrada en la palabra y el áspero girar de tres acordes.
En el ADN de Horses se pasean las tardes en el Hotel Chelsea y las noches premonitorias del CBGB. La primera guitarra comprada en una tienda de empeños por cinco dolares y la segunda “Bo”, una Martin negra quien se convirtió en su complice inseparable -regalo del director y dramaturgo Sam Shepard-.
En las profundidades de Horses hay más que las ocho canciones que encendieron la llama incandescente del punk. Su sonido crudo, refracta el crecimiento de una joven que pasados los veinte llegó a Nueva York para descubrir su voz artística de la mano del fotógrafo Robert Mapplethorpe (fiel compañero iluminado).
Hay poesía amotinada, elegías de profunda pena, premoniciones de un futuro incendiario. La voz multiforme y desgañitada de una mujer (anti heroína) andrógina que rezando su manifiesto transgresor nos transformó por siempre.
Nos veíamos como los hijos de la libertad con la misión de conservar, proteger y difundir el espíritu revolucionario del rock and roll… Teníamos presente la imagen de Paul Revere recorriendo los caminos a caballo exhortando a la gente a despertar, a tomar las armas. También nosotros tomaríamos las armas, las armas de nuestra generación, la guitarra eléctrica y el micrófono”.
Horses está hecho de círculos entrelazados que nos llevan de los simbolistas franceses a The Velvet Underground y Television. Encuentros que en algunos casos, iniciaron de manera casi fortuita y fueron marcando el camino de una artista dispuesta a transformar el mundo.
Todo comenzó con Bob Dylan y aquel disco que una tarde la madre de Patti llevó a casa como un presente: Another Side of Bob Dylan.
Entre sus canciones nació un primer héroe de carne y hueso, un vocero con finta de poeta tan lleno de magnetismo, que representaba a la perfección todas esas cosas que le hacían sentido a la entonces adolescente de Chicago: música y poesía, elementos que nunca habrían de abandonar su camino.
La voz de Patti también se construyó compañía de las palabras de un “enfant terrible”: Arthur Rimbaud, quién habiendo escrito su obra entre los 15 y los 20 años, fertilizó el espíritu de Smith con un lenguaje que redefinió la palabra poética, rompiendo todas las reglas para encontrar una belleza furiosa y convulsiva al expresar su propia contradicción interna llena de inocencia antisiocial y rebelde. Un punk nacido en 1854.
Si se escucha con cuidado en Horses también se cuelan las voces de la Generación Beat y de escritores como Jack Kerouac, Truman Capote, Gregory Corso y Allen Ginsberg. La improvisación y el spoken word, el bebop y la sexualidad diversa.
Años más tarde y a pocos días de grabar, mientras Smith y su banda tocaban en un lugar llamado Other End, un ciclo se completaría cargado de un simbolismo casi mágico:
…La noche fue un verdadero éxito. Tocamos como si fuéramos uno y la vibración de la banda nos trasnportó a otra dimensión … De pronto comprendí la naturaleza de la electricidad que impregnaba el ambiente. Bob Dylan había entrado al club… Me pareció una noche iniciática en la que había logrado ser yo misma en presencia de la persona que había tomado como modelo”.
Patti Smith y su banda comenzaron a grabar el 2 de septiembre de 1975 bajo la producción de John Cale, y mientras se abrían las puertas de Electric Lady, el espacio construido años atrás por Jimi Hendrix, todas las piezas del rompecabezas que había sido su vida hasta ese instante cobraban sentido:
Desde el momento en que entré a la cabina de voz tenía estas cosas en mente: Mi gratitud al rock and roll por haberme ayudado a pasar una adolescencia difícil. La alegría que experimentaba cuando bailaba. La fuerza moral que adquirí al responsabilizarme de mis actos”.
En el ADN de Horses, no solo se encuentra la historia de Patti Smith, también la nuestra. Escrita desde el pasado, cantada de manera rabiosa, urgente de cambio, llena de espasmos que contagiarían al futuro germinando el ruido de generaciones enteras. Arropando nuestros momentos más desesperados y felices. Gracias Patti, por no replegarte.