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A mediados de los años setenta, David Bowie ya había despegado hacia el espacio exterior, de ida y vuelta. Había realizado ya varias transformaciones como parte de su preparación a dicha travesía, al igual que durante la misma. Pasó de ser un trovador atípico de los arrabales ingleses al hombre que vendió al mundo; del alma melancólica de la fiesta a guardián de la galaxia; de ladronzuelo maquillado a joven americano. Pero su camaleónico devenir y emperifolladas nocturnas llenas de todo el exceso humanamente posible le estaban cobrando factura, al grado de apenas sobrevivir sus últimas dos grabaciones. Esto, sumado a su insaciable apetito por nuevos sonidos, hicieron que hiciera expulsión forzosa de su cabina espacial y aterrizara en Europa.
Para esta nueva misión, podría decirse que Bowie llevaba consigo todavía el frío y casi inerte estado mental del Thomas Jerome Newton que interpretó en su primer filme como protagonista, El Hombre Que Cayó a la Tierra de Nicolas Roeg. En ella, Bowie interpretaba, por supuesto, a un alienígena que llegaba a nuestro planeta para suministrar de agua a su raza, pero caía en las redes de los vicios y corrupción de los humanos. Sobra decir que los paralelismos con la cinta tocaban base demasiado con la realidad, y Bowie por vez primera salió de su propio ego para observar todo lo que lo llevaba arrastrando a un vórtice de decadencia. Esta necesidad por la sobriedad creativa y personal requerían de un perfil más bajo, lejos del mundanal ruido. Es así como nació Low, su onceavo disco de estudio.
El propósito original era buscar asilo en Francia, en el mítico Château d’Hérouville donde Elton John, Sweet y Chris Bell también desahogaron sus demonios personales para liberar las obras cumbres de sus carreras. La idea era escribir y producir un disco en conjunto con Iggy Pop, que eventualmente se convertiría en The Idiot, pero en ese momento el estado de mental de Bowie estaba tan fracturado que optó mejor por trabajar de tecladista en la gira de su amigo y mejor enfocarse en esas grietas internas para darles sonido. Los primeros resultados de ello fueron lienzos breves pero llenos de experimentación que moldeó en temas ya en forma… o lo más cercano que pudo.
Es así como inicia la primera mitad del disco, que lleva los desperdicios de la fiesta de glam rock que ya venía esparciendo y los reciclaba para formar nuevas formas intrigantes y abstractas. “Speed of Life” viene anunciando alegremente un nuevo comienzo, con la llegada de sintetizadores procesados que se asemejaban más a las entrañas mecánicas de sus naves espaciales que al cosmos mágico de afuera. Y de manera casi imperceptible pasamos a la lacónica e irónica “disculpa” por su caos de “Breaking Glass”. “What in the World” es una paranoica oda que suena como a Pac-Man en LSD y la altamente adictiva y bailable “Sound and Vision” es una agridulce despedida a esos buenos tiempos que preceden a la madurez.
Bowie primero compuso e interpretó las partes musicales, y después añadió las letras y vocales a las canciones, proceso que repetiría durante el resto de su carrera. Eventualmente halló que muchas de estas piezas no requerían una parte cantada y que funcionaban espléndidamente por sí solas. Incluso trajo varias melodías que había formado durante la grabación de la película, que empleaban la atmósfera desolada e industrial de la misma. Nuevamente, bajo este estado fragmentado y en aparente desorden, el disco se divide en la parte cantada y los pasajes instrumentales. Aquí es donde Bowie termina de regurgitar lo último que queda de Ziggy, Aladdin y el Duque Blanco y reconfigura su genética musical.
¿Cómo describir lo que viene en esta segunda mitad del disco? Muchos melómanos, incondicionales de Bowie y musicólogos han tratado de ponerlo elocuentemente en palabras, ofreciendo numerosas interpretaciones pero con distintas interrogantes. ¿De dónde vienen esos teclados tan sepulcrales pero encantadores de “Art Decade”? ¿Por qué “Weeping Wall” suena como a un espiral sin fin de xilófonos y voces? ¿Son cánticos tribales esos que suenan en “Warszawa”? Si los saxofones eran un estándar en la música estrafalaria y segura de Bowie, aquí son meros fantasmas que rondan por las calles y pasillos grises de “Subterraneans" ¿A esto suena Europa? ¿Es de día o de noche? Low no ofrece respuestas, pero pinta todo un panorama insólito que siempre ofrece sorpresas con cada nueva escucha.
Se ha dicho mucho de Low - incluyendo en este mismo texto que leen - acerca de que es un testimonio a la rehabilitación creativa y personal; que logra nuevos sonidos y texturas al mismo tiempo que el músico se reconstruye frente a nuestros ojos y oídos; que la presencia de Brian Eno, Carlos Alomar y el mismo Iggy moldean realmente al disco. Quizás todo eso sea cierto, por supuesto, pero poco se dice del sarcasmo y desfachatez que tiene; probablemente hasta más evidente que en sus temas anteriores. Lo escuchamos en “Be My Wife”, “Always Crashing the Same Car” y hasta los cánticos casi tribales de “Warzawa”. La clave de Bowie siempre era innovar, pero eso no quería decir que su sentido del humor u orgullo tenían que cambiar. Siempre fue su arma secreta, desde los inicios folk humildes de “Rubber Band” hasta el réquiem ácido de “Lazarus”, en los últimos días de su carrera.
Al final, Low dió paso a una nueva faceta musical en la carrera de Bowie en donde no asumió una nueva identidad per se, sino que adoptó a toda una ciudad para hacerlo: Berlín. El hogar del también legendario estudio Hansa, semillero de sus siguientes dos discos, “Heroes” y Lodger, y cuna de una nueva movida artística más enfocada en el contenido y emotividad que en al forma, Berlín fue la catalizadora para originar a un Bowie más enfocado, hambriento y fascinado por las posibilidades. Pero todo se remonta a Low, el punto cero para el verdadero segundo aire del cantautor y, para muchos músicos y bandas de ambient y electrónica que aún siguen deslumbrados por su producción, su brevedad y su elusividad. Es el trabajo más intergaláctico y, a la vez, orgánico de toda su carrera, en donde ese ser de otro planeta que llamamos David Bowie por fin acogió la Tierra y decidió instalarse aquí por el resto de sus días, hasta despegar y dejarnos de nuevo.