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Los trajes Antony Price de colores brillantes y los Ray-Ban® de espejo se mueven entre la multitud, entre las “madonnas wannabe”, las “thriller jackets” y los Gloria Vanderbilt. De la misma manera, un prometedor grupo de Birmingham, se abrió un espacio en un mercado americano sangriento y que estaba viendo el nacimiento de su Rey y Reina del pop.
Lo que logró Duran Duran con su segundo álbum de estudio no sólo fue una victoria para la banda, su puente para cruzar el atlántico, también fue una victoria para el Reino Unido, para todo el género de los new romantics, para el art decó y, en general, para la industria de la música.
La agrupación había hecho su debut a mediados de 1981 con bastante éxito en casa, llegando a lo más alto de las listas británicas. Sin embargo, no habían logrado hacer mucho ruido en Estados Unidos. Hasta ese momento, una gran parte de los americanos seguía teniendo como primera referencia del pop británico a John Lennon, Paul McCartney o Rod Stewart.
Las cosas se habían estancado, pero solo comercialmente, pues en todo Reino Unido florecían artistas con conceptos geniales y diferentes, como Adam Ant, A Flock of Seagulls y Soft Cell. El problema era que tener hombres con maquillaje y peinados extravagantes era una carta de presentación demasiado agresiva para un mercado que estaba más acostumbrado a ver a tipos como Lionel Richie y Kenny Rogers. Incluso, aunque había bandas de hair metal también usando maquillaje, la figura del rockstar los respaldaba como rebeldes, mientras que los músicos británicos eran tomados como freaks obscuros, raros y hasta incómodos.
Duran Duran fue el enlace entre ambos mundos, una versión lavada y arreglada de los new romantics, cambiando las camisas con olanes por polos silver fox y las gabardinas brocadas por trajes de diseñador. Ya no eran piratas en altamar inconsolables, sino posh kids pasándola bien en un velero con supermodelos.
Rápidamente, el mundo entero se rindió ante la banda, pues por un lado encarnaba a la perfección el espíritu yuppie americano de los años 80 y, por el otro, seguía siendo un reflejo de los jóvenes británicos que luchaban por hacerse notar en una gris y sombría Gran Bretaña que apenas estaba saliendo de una recesión. Era una combinación que funcionaba en ambas partes del mundo occidental.
Al año siguiente, sólo meses después, bandas de la misma camada empezaron a escalar rápidamente en el Billboard. Grupos como Spandau Ballet, Paul Young y Culture Club habían llegado a terreno más estable, listos para afianzar un movimiento que, aunque pareció fugaz, fue de lo más icónico de la década.
Pero lo de Duran Duran no solo se quedó en la ropa y la música, Rio fue un punto y aparte en el aspecto visual también. Tanto Patrick Nagel como MTV le deben mucho a la banda. Y es que tanto la portada, como los videos del grupo, cambiaron la manera en la que los fans consumían un disco.
Patrick Nagel, a pesar de que solo disfrutó del éxito de esa gran portada por poco tiempo, en cuestión de meses pasó de ser un ilustrador con cierta fama por sus publicaciones en playboy, a una verdadera industria del arte, muy al estilo de lo que fue Thomas Kinkade. Su arte quedó como una huella imborrable en la cultura, al grado que en 2017 una versión japonesa de su portada fue subastada por $212,000 dólares.
Por su cuenta, MTV tal vez habría sido muy diferente sin “Hungry Like the Wolf”, pues fue el primer video musical que tenía una trama. Antes de Duran Duran, las bandas subían videos de sus giras, de conciertos o en el estudio, siempre grabándose con sus instrumentos. En cambio, la agrupación se embarcó junto al director Russell Mulcahy a las selvas de Sri Lanka y Birmania para contar la historia de un Simon Le Bon en busca de una chica con apariencia de tigresa.
Duran Duran, como muchas bandas, tuvo fans y detractores, altas y bajas, pero algo que nadie les podrá quitar es que cambiaron al mundo en el momento en el que Rio tocó las estanterías de las tiendas de discos.