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Entre el ambicioso disco Eaten Alive de Diana Ross y el escandaloso True Blue de Madonna, un grupo de Manchester se levantó y sacudió las cosas en el Reino Unido y el resto de Europa. Celebramos los 35 años de The Queen Is Dead, un disco que marcó una década.
Cuando hablamos del mejor disco de The Smiths, sólo hay una respuesta correcta: The Queen Is Dead. Para la gran mayoría, el tercer álbum del grupo es el más destacado sencillamente porque presenta la combinación más elaborada y pulcra del enérgico sonido de Johnny Marr y el ingenio emotivo en las letras de Mozz. Sin embargo, este material es más que un conjunto de buenas canciones, es la unión de dos universos: el mundo que los rodeaba; y el mundo que cultivaron dentro.
El álbum, publicado en 1986, es en buena medida un retrato nebuloso del contexto político y social del Reino Unido, pues el lúgubre sonido se desenvolvió en un tiempo en el que las fábricas teñían de gris el cielo, el desempleo subía, había un ataque terrorista tras otro, y las políticas conservadoras de Margaret Thatcher solo alimentaban la rabia de los jóvenes. No obstante, eso no impidió que el disco también fuera el buzón de quejas y miserias de Morrissey, una contenedor obscuro donde guardó los recuerdos de la etapa más intensa de la banda.
Durante la creación del disco, la balsa de The Smiths se iba llenando de fisuras, al grado de no saber si llegarían a la otra orilla. El grupo hacía lo posible por funcionar sin su manager, Andy Rourke había sido brevemente despedido por sus problemas con las drogas, Morrissey vivía para pelearse con sus críticos y un Johnny Marr recién casado casi se mata por conducir en mal estado. Si eso no fuera suficiente, la banda se había involucrado en una disputa legal con Rough Trade, sello del que eran pilar y bastión.
Luego de retrasar por varios meses la grabación por problemas legales, Morrissey y compañía tomaron todos esos ingredientes: el dolor, la desilusión, la violencia y la impotencia, para convertirlo en un reclamo ácido y un contraataque fulminante.
Solo es cuestión de ver las 10 canciones del álbum: “Frankly Mr. Shankly” es un ataque a Geoff Travis, el dueño de Rough Trade; “Cemetary Gates” es la respuesta de Morrissey a todos los que criticaban su uso de citas literarias; y, “The Queen Is Dead” tiene como evidente objetivo a la monarquía británica, pero también a sus instituciones y dirigentes. Por otro lado, “Bigmouth Strike Again” completa la actitud abrasiva de The Smiths con frases como “I was only joking when I said I'd like to smash every tooth in your head”.
La otra cara de la moneda, el universo interno del grupo, es la entrega total a los dilemas emocionales, pues tenemos a Morrissey hundiéndose en el abismo de la soledad con “I Know It’s Over” o “Never Had No One Ever”. También, en esta parte del disco nos encontramos con los ejemplos de lo agridulce que puede ser la búsqueda del amor con “The Boy With The Thorn In His Side” y, por supuesto, “There is a Light That Never Goes Out”.
Si este es considerado el mejor disco de The Smiths, es porque es un material que abarca todo y retrata todo, como si fuera mural mexicano. La banda en un rincón se da gusto con venganzas personales y críticas mordaces, y en el centro hace un collage de emociones, relatos y personajes, que van desde la Reina de Inglaterra puesta en una guillotina, hasta una mujer grande abriendo los ojos de Morrissey. Es extraño, es confuso, pero a la vez, genial.