Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
“What's wrong with the Cure?
There's nothing wrong with the Cure, actually, but just the name.
You know, the Cure?
What are they Curing? Get it?
They should be called The Cause, right?”,
Nick and Norah’s Infinite Playlist.
Abril de 1992, ya habían pasado algunos meses desde que el panorama musical había cambiado radicalmente y fijado nuevos estandares gracias a Nevermind de Nirvana, que tras la maquinaria de una disquera y todos los canales posibles de difusión, se convirtió en lo que es ahora: un disco icónico, esencial e irrepetible para algunos, o el beneficio monetario que implica vender playeras con el logo de la banda en H&M para otros.
Pero también por aquellos tiempos se editó Loveless de My Bloody Valentine, el disco que induciría a demasiadas almas al vicio del shoegaze, del delirio instrumental, del desfogue sonico más que lírico, entre ellos Robert Smith, que en aquel disco encontró la frescura que le faltaba después de tal vez de secar su inventiva, o prácticamente dejar demasiada sangre y lágrimas más que sudor en Disintegration, el eslabón central de una trilogía oscura en la carrera de la banda que comenzaría con el implacable, denso, el sufrimiento hecho música titulado Pornoghraphy (o “Phil Spector en el infierno” como lo definiría NME), y que terminaría años después con Bloodflowers.
“Open” a la par de convertirse en el tema de inicio de Wish y de una gran cantidad de sus presentaciones en vivo, es la muestra de un nuevo despertar para la banda, como esa euforia que te causa el haber salido del abismo, enterrado en vida, emerger con tus propias uñas, y en una bocanada de nuevo oxígeno sentirte más vivo que nunca: volver a vestirte para salir de noche a que alguien te rompa de nuevo el corazón, reír por ello, volver a llorar, caer y levantarse cual ciclo interminable, pero siempre inspirador, hasta sentir el cansancio por tanto sentir. Pero oh sorpresa, es apenas lunes y vuelves a abrir la computadora para contestar correos de trabajo.
“High” y su extraña y evocadora dulzura, “Apart” cual requiem instrumental en honor a todo lo que pasa entre un hombre y una mujer, y que al final no terminan de entender: "He waits for her to understand, but she won't understand at all. She waits all night for him to call, but he won't call anymore”, como si este fuera el soundtrack de toda triste o pasivo-agresiva discusión entre una pareja que observamos en el metro en espera del próximo tren, en pleno festival musical donde deberían estar más que contentos, en la banca de un parque apostando a ver quién se va primero, o en la mesa de un café cualquiera expectantes ante el final dramático como de telenovela más que de chick flick: “How did we get this far apart?. I thought this love would last forever”. Pero The Cure encuentra la forma de abrazarnos y entendernos mejor que esa persona que creíamos estaría con nosotros por el resto de nuestras vidas, y que un buen día decide largarse.
Y luego cuando crees que nada puede ser peor, comienza a sonar “From the Edge of the Deep Green Sea”, y queda en evidencia que a veces el amor por una persona se convierte en un lastre, un desperdicio, un sin sentido, un enorme esfuerzo por tratar de entender y al final no poder ni hablar: “But suddenly she slows, and looks down at my breaking face. Why do you cry? what did I say? But it's just rain I smile, brushing my tears away…”
Y el deseo de detener el daño se ha fortificado con las lágrimas, los momentos amargos, los años que se le ha llorado a alguien que nos ve como un muerto más que como algo positivo en su vida. Y es cuando esta canción tiene todo el sentido. Martes y miércoles han sido grises como nunca.
Pero luego “Wendy Time” te tranquiliza y “Doing the Unstruck” te eleva y alegra de una forma similar a la que sentía tu hermana menor adolescente escuchando “Vive” de Kabah en su cuarto: “It's a perfect day for getting old, forgetting all your worries, life and everything that makes you cry. Let's get happy!”, porque todo se ilumina de nuevo, porque para toda causa hay una cura, y porque como la vida misma, un día somos un ser horrible mitad hombre mitad araña descendiendo por una pared, o podemos ser Robert Smith bailando con botargas.
Y en esa misma maravillosa tónica “Friday I’m in Love” es ese viento fresco que llega al anochecer después de un día soleado, ese himno que a veces tanto nos falta para ver que no todo es una mierda, esa idea arcana y positiva que por lapsos olvidamos, y ese viernes que esperamos que dure para siempre. Pero de nuevo, como la vida misma que un día te hace ser el Chico Migraña y al otro Bugs Bunny bailando con un vestido de bailarina de can can, “Trust” cual oscuro vals de despedida a esa hermosa quinceañera que nos traicionó con otro chambelán, vuelve a arrastrarnos a la espiral de depresión: “I love you more than I can say. Why won't you just believe?”. Más que creer, ¿por qué no lo puedes entender?.
“A Letter to Elise” es una de las tantas letras en las que Robert Smith proyectó su amor por la literatura, y asimismo la introspección que tanto le ha ayudado personalmente a enfrentar a sus demonios. Tema que más que sencillo, es una bella y triste letanía por lo irremediable. Como “Cut” es frescura aderezada con grandes solos de guitarra, y “To Wish Impossible Things” como si su MTV Unplugged hubiese sido grabado en el purgatorio. “End”, la cual parece como un repaso musical en general y en esencia del disco, para cerrar una extraña pero aliciente caja de pandora. Ya es jueves, ya casi…
Wish en esencia me hace pensar mucho en aquel diálogo entre Nick y Nora donde ella menciona que más que una cura, la música de The Cure es la causa de nuestra tristeza y desahogo, porque con este disco podemos regodearnos en nuestra miseria en nuestra cama recordando, analizando, resistiendo y añorando, para después aventar la almohada mojada por el llanto y decir: a la chingada, y momentos/horas/días después, estar bailando en la sala tomando las patitas de nuestro perro.
La cura, la causa, lo que sea, pero es más el deseo de trascender el que nos deja joyas como esta para la posteridad, para entender que la música nos habla de formas que ni el mejor psicoanálisis pueden lograr, y que ni las más caras, peligrosas o adictivas pastillas que nos recetan pueden aliviar. Porque después de un lunes de mierda, un martes y miércoles opacos, un jueves de indiferencia, siempre llegará el día para volver a sentirnos vivos. Al fin es viernes.