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Mantener un estilo propio y negarse a seguir lo que manda la corriente principal no es nada sencillo. Las tentaciones por alcanzar el éxito inmediato aunque efímero son demasiadas y muchos sucumben ante los deseos de los demás. Mientras que son realmente pocas las agrupaciones que pueden presumir de no seguir modas y además han impuesto un sonido único. Dentro de la escueta lista resalta el nombre de The Melvins por su congruencia y trabajo constante.
El destino, tan misterioso como impredecible, quiso que Buzz Osborne (guitarra y voz) y Dale Crover (batería) se conocieran siendo unos adolescentes en su natal Washington. Su afición por el recién surgido hardcore punk y el humor absurdo fue el inicio de una amistad que se ha postergado por más de cuatro décadas.
Desde entonces, la dupla ha estado marcada por dos bandas que llevan la oscuridad en el nombre: Black Sabbath y Black Flag. De la primera se tomó la afinación de la guitarra para obtener un sonido macabro, mientras que de la segunda la actitud para pasar de la rapidez a la lentitud en un instante.
Como se relata en el libro Everybody Loves Our Town: An Oral History of Grunge (Crown Archetype, 2011) de Mark Yarm, el papel que The Melvins desempeñó para el apogeo del rock en Seattle durante los ochenta fue fundamental. El grupo tuvo entre sus fanáticos incondicionales a un joven Kurt Cobain que años después fundaría Nirvana. Además su primer bajista fue Matt Lukin que al poco tiempo se integraría a Mudhoney.
Después de una seguidilla de álbumes que inclusive fueron enmarcados dentro de los llamados rock alternativo y grunge de la Generación X llegó un momento decisivo para llevar la música a un nuevo nivel. El 15 de julio de 1996 vio la luz Stag y de inmediato provocó reacciones divididas. El sonido difiere a lo hecho con anterioridad aunque la esencia es la misma.
Para una agrupación que es catalogada como precursora del sludge y doom metal resulta extraño escuchar una cítara al inicio de “The Bit”. Por un momento se genera un ambiente oriental pero antes de que aparezcan los turbantes irrumpe la guitarra de Buzz y todo regresa a la normalidad. Mientras que el desconcierto regresa con "Bar-X the Rocking M" en donde inclusive se escucha un trombón que otorga elementos circenses que nunca antes se habían escuchado en el trío.
En tanto que “Lacrimosa” es una pieza enigmática con un ritmo lento y voces fantasmales que inspiran terror como una novela de Stephen King. Además también resalta porque la Primera Dama, Mackie Osborne, se encarga de los tambores.
Aunque lo más sencillo hubiera sido hacer un álbum de rock convencional para buscar capitalizar la estela del grunge para The Melvins el camino fácil nunca es opción. En su lugar el tridente hizo de la experimentación una nueva forma de trabajo aunque sin perder la dureza de su sonido original. Así, con una mayor riqueza musical pero con absoluta congruencia, el estilo de uno de los conjuntos que más ha influenciado dentro del rock durante los últimos años se ha mantenido intacto.