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Mientras el britpop sufría la resaca de su época dorada, la calma electrónica del trip hop conquistaba a las revistas musicales y el meloso eurodance hacía lo propio con el mundo entero al ritmo de “Coco Jambo”. En este ambiente musical, donde las aproximaciones a un futuro digital y computarizado resultaban apremiantes, Stereolab propuso con Emperor Tomato Ketchup (Duophonic, 1996) una forma completamente diferente de coquetear con el mañana.
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Bajo el nombre de Stereolab, que apareció tímidamente en Londres a inicios de los 90, el compositor Tim Gane moldeó por tres álbumes un sonido basado en los largos e hipnóticos pasajes del krautrock setentero (Can, Neu!, Kraftwerk), más otros inusuales referentes como el easy listening. A la par, la vocalista Laetitia Sadier ensayó en cada letra un manifiesto político sobre las estructuras capitalistas, los roles del proletariado, la lucha de clases y un sinfín de temas motivados por los fantasmas del marxismo.
Sin embargo, un inevitable bloqueo creativo obligó a Gane a buscar nuevos caminos sonoros para mantener al proyecto vigente. Así, en Emperor Tomato Ketchup apareció por primera vez el estilo basado en pequeños trozos de sonido repetidos al infinito bajo capas de Moogs u otros sintetizadores analógicos. Y mientras la personalidad del groopo daba un vuelco hacia la “simplicidad-en-lo-complejo”, las letras de Sadier no hicieron más que recrudecer sus proclamas revolucionarias. Stereolab, de esta forma, había encontrado su sello definitivo.
“Metronomic Underground” introduce el álbum con una impostora fachada minimalista heredada del krautrock, que se rompe en cada minuto por capas y capas de sonido. Con una textura similar, “Motoroller Scalatron” alberga una letra que cuestiona los cimientos morales de nuestra sociedad y “Les Yper-Sound” despotrica contra las inútiles divisiones políticas. “Tomorrow Is Already Here” resume estas ideas con una línea que se repite hasta el cansancio: “las instituciones se fundaron para servir a la sociedad; ahora, quieren que la sociedad les sirva a ellas”, cantan Laetitia y Mary Hansen, segunda vocalista.
Político y rebelde en su esencia, pero meticulosamente estructurado en su forma: Emperor nos envuelve en la espiral interminable de su instrumentación. “The Noise of Carpet” da el único protagonismo a las guitarras y hace un guiño al britpop con su típica estructura de hit para radio. En contraparte, “Cybele’s Reverie” y “Slow Fast Hazel” añaden cuerdas a la mezcla y se convierten en el soundtrack ideal para un falso melodrama. Pero no es hasta “Percolator” donde toda la orquesta, sintetizadores y metales, confluyen en un sublime caos sonoro.
Con su mezcla entre retórica y experimentación sónica, Emperor se convirtió en la música perfecta para recibir al tercer milenio. Por un lado, introdujo cuestionamientos sobre el devenir político mundial, previo al convulso e hiperconectado siglo XXI. Por otro, tendió un puente sonoro entre un pasado extravagante y un futuro ideal, pues cuando el britpop tomaba su inspiración del rock clásico o la música disco, Stereolab dio un paso más allá y reintrodujo el krautrock a una nueva generación de melómanos. Por supuesto, sin dejar de lado el maximalismo propio de la música que dominaría las listas de popularidad en los años siguientes.
Emperor Tomato Ketchup pasó a la historia como la sentencia capital de Stereolab y la de un puñado de bandas que, bajo la etiqueta de post rock, se esforzarían por innovar en el panorama musical de su época: “si vamos a mirar al pasado, hagámoslo bien; si vamos a escribir el futuro, hagámoslo mejor”.