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What we need is a place to escape from today,
“9 Teen 90 Nine” de Limp Bizkit.
Buscando una identidad, algún hueco al cual pertenecer, alguna tendencia de la cual aprovecharse, tonos de los cuales aprender, querías lo peor, tendrás lo peor, “Just Like This”, y ese frenético ritmo del hip hop que te atrapa, las mismas guitarras que llevas toda la vida escuchando pero con más distorsión y cadencia, la furia, el candor, ese extraño placer de descubrir algo nuevo.
Pero después, la portada de una revista Hit Parader en un anaquel en el aeropuerto antes de un viaje familiar te cambia por completo, te mira, te atrapa, nueve sujetos enmascarados se manifiestan como en tus peores pesadillas: asesinos amantes del cine snuff tras una máscara, un siniestro payaso que no te gustaría encontrarte en ninguna feria, entes difusos y paganos, un póster gigante que colocarás en tu cuarto para ahuyentar a tu hermano menor y que alentará la desaprobación de tu mamá. “Me dan miedo esos monos tan feos”. Y ni hablar de la primera escucha después de indagar más allá de las identidades de sus creadores: “You Can't Kill Me ‘Cause I'm Already Inside You”.
Pasamos de nuevo al beat en rotación constante en MTV, cuando no suena “Livin’ La Vida Loca” o nos avientan en la cara otro hit de una tonta boyband, “Nookie” nos hace rapear y voltear la visera de nuestra gorra roja de los Yankees que el tío nos trajo de Estados Unidos. Somos solo humanos y nos dejamos atrapar por el hype de una canción que creemos que es genial, que pasará a la historia, que es solo el aparente principio de un legado creciente. Ya después la historia nos quitaría la razón, pero no la emoción.
“Wait and Bleed”, el frenesí de los nueve malditos en el escenario y las ganas de ir a un Ozzfest para presenciar tal masacre, una auténtica blasfemia en 3D, el metal siniestro pero a la vez digerible, la necesidad de un overol rojo con un código de barras y un número, lo caro que era conseguir un disco importado, pero ponerlo a todo volumen valía la pena. “Just Think About It”, una voz en loop y scratches te conforta y te arregla, te hace pensar que comenzarás una nueva etapa de apreciación en tu vida más allá de querer encajar en una moda. Y tal yo como pasó como el grunge, en nu metal dominaba el panorama en la espera de un nuevo milenio.
Significant Other de Limp Bizkit y el primer álbum de Slipknot fueron lanzados con tan solo unos días de diferencia. Algunos de nosotros aún recurríamos a nuestra tienda de confianza para adquirir CDs antes de la era del streaming y cuando el download de canciones no era tan seguro, Napster había perdido la batalla contra Metallica, Limewire y Ares eran nuestros filtros para obtener algunos tracks o virus y troyanos, y en el descubrimiento y escucha unas bandas nos llevaban a otras: Static X, Mushroomhead, Puddle of Mudd, Staind, largo etcétera.
Ante la “terrible y catastrófica” amenaza del Y2K que regresaría a la prehistoria a todos los sistemas computacionales tal y como se alertaba en los medios de comunicación, usábamos cualquier software que nuestros amigos hackers (osea estudiantes de la carrera de ingeniería en sistemas computacionales), nos recomendaran para evitar la eliminación de nuestros preciados MP3. “Don’t Stop It’s 1999 Baby”, no como invocaba Prince, sino como predicaba Fred Durst, la era del metal sin solos de guitarra y con flow antes que exaltación del talento vocal, y con una estética más enfocada al mood skater combinado con el hip hop, o por otro lado, máscaras que hubiera asustado al mismo Alice Cooper. Corey Taylor dejaba atrás la lírica bélica o las fábulas griegas para darle un nuevo sentido a la furia ética y sonora: “Fuck It All, Fuck This World, Fuck Everything That You Stand For. Don't Belong, Don't Exist, Don't Give a Shit, Don’t Ever Judge Me”.
Y en efecto la constante era la rabia adolescente tardía, porque antes de ser emos y dramáticos o sensibles amantes de My Chemical Romance, u ofendidos por el slogan de una marca/canción/mote/hasthag/etc o indignados por el final de una serie como generaciones subsecuentes, el enojo era una extraña pero divertida variante de la vida. Fantasear con tener una novia como Talena Atfield de Kittie, spikes y estoperoles con tenis Vans aunque no tuviéramos una patineta, lo imposible que era conseguir en ese entonces mercancía de DC Shoes, la añoranza de una tienda Hot Topic en la calle de Madero, rapear con Eminem y hacer los coros a Amy Lee de Evanescence, pensar en qué demonios íbamos a hacer de nuestras vidas, cuál universidad sería la mejor, la esperanza que nos vendió un viejito bonachón y con botas que se convertiría en presidente y luego en bufón.
A 20 años de distancia y ante la comodidad que ahora ofrecen los servicios de streaming, pude escuchar track por track intermitentemente de cada uno de estos dos discos desde la comodidad de mi oficina, disfrutando de cierta estabilidad económica y emocional. Vaya ironía para mi yo de 20 años que tomaba el gis para escribir líricas de Slipknot en el pizarrón o que ponía “Break Stuff” de Limp Bizkit a todo volumen y disfrutar el momento antes de que alguien golpeara la puerta de mi cuarto a la orden de bajar del volumen. Y aunque aún todavía hay algunos de esos días donde no te quieres levantar, cuando todo está jodido y todos apestan, esta música que te arrastra a días de antaño es la que te anima a seguir adelante, porque no sabes de qué forma seguirás celebrando sus aniversarios subsecuentes, y eso es lo emocionante del asunto, tal como recordar cómo fue que descubriste esos tonos que te acompañan hasta ahora.