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Interpretar una canción ajena es algo tan habitual dentro de la música que se ha convertido en una rutina. Pero mientras la mayoría suelen hacer versiones idénticas, muy pocos son los que se arriesgan para adentrarse en terrenos desconocidos. Impregnar un estilo propio hasta adueñarse del trabajo de otros no es algo sencillo y muy pocos lo consiguen. Y todavía más complicado resulta no solo grabar un cover sino todo un álbum. Dentro de la lista de quienes lo han hecho de manera exitosa se encuentra Rage Against the Machine.
Si algo marcó la década de los noventa fue el nu metal y la combinación de rap con rock. El uso de ropa deportiva, los pantalones extra grandes y las gorras vivieron su época de mayor esplendor. Mientras que quienes lo cosecharon gracias a videos de alta rotación en MTV fueron bandas como Korn y Limp Bizkit. Pero antes de ellos existieron agrupaciones que lo hicieron al menos de manera inconsciente como Faith No More y Anthrax.
Sería hasta 1991 cuando apareció una banda que se enfocó en combinar ambos estilos de una manera natural y a propósito. Pero además del sonido también existió una fuerte carga política y social que permaneció durante cerca de una década. Lo que comenzó como un pequeño proyecto pronto explotó hasta encabezar festivales de gran magnitud como Lollapalooza.
Después de nueve años de trabajo arduo y constante, los integrantes de RATM optaron por la separación. Fue algo intempestivo pero como testamento se dejó un álbum que muestra gran parte de las influencias de cada uno de los integrantes. Aunque en realidad no pudieron alejarse por completo de la música y eso dio pie al nacimiento de Audioslave y Prophets of Rage.
Como punto final, al menos de manera momentánea, fueron grabados 12 covers de géneros tan amplios que inclusive llegan al new wave, hardcore punk y rock & roll. Aunque en cada uno de ellos se aprecia el estilo característico logrado por la combinación de Zack de la Rocha (voz), Tim Commerford (bajo), Tom Morello (guitarra) y Brad Wilk (batería).
El cóctel sonoro inicia con “Microphone Fiend", original de los raperos Eric B & Rakim, quienes en su momento fueron catalogados como poetas de la música. Como resultado se obtiene una pieza con personalidad propia y en donde resaltan los filosos riffs de guitarra que imitan el scratcheo de una tornamesa. De manera similar, el cuarteto toma el "Renegades of Funk" de Afrika Bambaataa para mostrar su faceta más contestataria con menciones a Martin Luther King y Malcolm X. La influencia de Zack es la más evidente, quien es nieto de un luchador de la Revolución Mexicana e hijo de un activista californiano.
En tanto que el momento más acelerado y frenético llega con “In My Eyes”, original de los creadores del straight edge, Minor Threat, aunque con todavía más energía que la pieza original. La batería suena limpia pero con la suficiente velocidad para generar tornados a su alrededor. En las antípodas está "Beautiful World" que de la versión original cargada de alegría y optimismo de Devo es convertida en una deprimente pieza que inclusive se adentra en los terrenos del blues.
Mientras que del lado del rock clásico aparecen "Street Fighting Man" de The Rolling Stones y "Down on the Street" de The Stooges. Ambos temas han tenido un fuerte impacto en varias generaciones y a la fecha se mantienen vigentes porque su mensaje es universal y atemporal. Pero lo que aquí destaca es la transformación a la que fueron sometidos para ser impregnados de sonidos robóticos.
Aunque el álbum fue publicado cuando RATM ya se había separado, funciona como un legado de una de las bandas más importantes de las últimas décadas. Al mismo tiempo que le rinde pleitesía a sus influencias también inyecta su propio sonido para conformar una combinación de estilos en la que todo encaja como si se tratara de piezas de un rompecabezas.