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Cuando uno habla de The Invisible Band, el tercer álbum de la banda escocesa, Travis, es inevitable no pensar en canciones como “Sing”, “Side” y, por supuesto, “Flowers In the Window”, todos temas emblemáticos de su trayectoria, infaltables en cada uno de sus conciertos. Pero más allá de dichos sencillos, la belleza de este álbum radica en los 12 tracks que lo conforman.
Para hablar de este disco, es necesario regresarnos un poco a 1999, año en el que es publicado el segundo material de Travis, The Man Who: una pequeña obra maestra britpopera, una oda a los sentimientos más intrínsecos del ser humano y, quizás, el álbum que rescató al propio britpop de una caída estrepitosa y hasta infame.
Para finales de los años 90, era claro que la música británica liderada por Damon Albarn y los hermanos Gallagher estaba en plena decadencia; otros sonidos reinaban en la escena y tanto Oasis como Blur estaban hartos de sí mismos. Sin embargo, en Londres, por un lado, comenzaba a nacer Coldplay, banda que seguía apelando a los principios más básicos del britpop.
Por otro lado, muy lejos de la capital de Inglaterra, en una ciudad fría, nostálgica por naturaleza y llena de incertidumbres sociales, políticas y económicas, un cuarteto de Glasgow, Escocia, probablemente sin quererlo, alzaba la voz por la poca dignidad del britpop y lo hizo con un disco simple, sí, pero lleno de esa melancolía propia del género y de su tierra natal.
Dos años después, para el 2001, Francis Healy, Douglas Payne, Andy Dunlop y Neil Primrose lanzaban otra pequeña obra maestra, aunque construida mediante un discurso distinto, uno más luminoso en comparación con su trabajo anterior. El amor en el sentido más humano era ahora la línea a seguir en las 12 canciones que se incluyen en The Invisible Band, material que llegaría un 11 de junio del 2001.
Fran Healy, vocalista y escritor de todos los temas de The Invisible Band, navegaba por un estado anímico lleno de felicidad sincera, pura, y lo demostraba desde el primer corte, “Sing”, un canto -valga la redundancia- optimista que invita al hecho de dejarse llevar, a fluir, y no pensar en nada más que en tu propia felicidad, aunque esta sea efímera.
A lo largo de sus más de 20 años de trayectoria, Travis ha sido reconocida como una de las agrupaciones más sencillas y humanas de la escena; un grupo al que no le interesa el estrellato ni la fama, sino el solo hecho de hacer canciones y compartirlas con su público. Por eso, mucha gente conecta con su discurso; te invita a reflexionar y, sobre todo, te invita a vivir en medio del caos que significa el estar vivo.
Y fue a partir de The Invisible Band que Travis comenzó a tejer esta manera de ver la vida y la música misma, pues dos años atrás se habían ganado un lugar y el reconocimiento mundial y, con él, la tan abrumadora fama. Pero el grupo, lejos de consolidarlo, eligió recluirse en el estudio y crear canciones sinceras; sentimientos como el amor, la tristeza, la incertidumbre y la esperanza fueron las mejores armas que encontró Healy para liberarse de la presión por lanzar una especie de segunda parte de The Man Who.
“Dear Diary”, “Pipe Dreams”, “The Cage”, “Follow the Light”, “Last Train” e “Indefinitely” nos dejan ver a una banda que no teme a expresar sus emociones más profundas y hasta oscuras; hay un mar de dudas en las palabras que canta Healy, pero, paradójicamente, encontramos un poco de alivio al saber que alguien, lejos de nuestro espectro personal, está pasando por la misma crisis. Es una compañía honesta y lo puedes sentir en la manera en la se expresa.
Con The Invisible Band, Travis no solo edificó su trayectoria, sino que fue capaz de crear una conexión real con sus fans, algo que pocas veces se logra en una industria que glorifica la fama. Los de Escocia querían algo distinto y con su tercer disco lo lograron y, a partir de él, es que, en la actualidad, Travis es una de las agrupaciones con mayor sentido humano y es algo que sigue imperando 20 años después.