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A 15 años de su existencia, muchas cosas se han dicho del Stadium Arcadium. Entre los apelativos más destacados están “indulgente”, “excesivo”, “redundante”, “sobreproducido” o los más favorables, como “visionario”, “electrizante,” “espectacular” y “obra maestra.” Incluso lo llegaron a llamar “el equivalente en música a King Kong de Peter Jackson” por todo lo mencionado anteriormente. El consenso se resumía en que el disco era o una cornucopia de éxtasis sónico o una prueba de resistencia. De cualquier manera, escucharlo es una experiencia agotadora, sí, pero altamente gratificante en muchos aspectos.
Stadium Arcadium nos muestra al cuarteto de California en su faceta más inspirada y vigorosa. Después de básicamente resucitar a John Frusciante de una casi muerte anunciada con el devastador tsunami rockero que fue Californication (1999), empezaron a ejercitar músculos líricos y musicales poco explorados anteriormente en By The Way (2002). Anthony Kiedis ya exploraba la madurez plena en sus versos (aunque, afortunadamente, no demasiado), pero la influencia melódica de Frusciante empezaba a opacar al resto de los aspectos principales de su sonido, muy a pesar de Flea y de Chad Smith. Después de muchos acordes y desacuerdos, las bases de Frusciante se reencontraron con la esencia funky del conjunto, comenzando a darle su forma definitiva a este disco.
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Para su composición y grabación, reclutaron de nueva cuenta a Rick Rubin para la producción y se reunieron de nueva cuenta en el mítico estudio The Mansion, donde le dieron vida a su ya legendario Blood Sugar Sex Magik (1991). Originalmente se tenía pensado crear un álbum breve, con canciones muy básicas y digeribles y muy al estilo de Meet the Beatles!. Terminaron sacando 38 canciones, gracias a la constante inspiración y vaivén de ideas que confabularon entre banda y productor. Un ejercicio de maximalismo que desafió las convenciones, al mismo tiempo que les recordaba a todos por qué el crear e interpretar como Chili Peppers era tan divertido, intoxicante y hasta poético.
El disco empieza con el cierre de la trilogía de su personaje Dani, aquella chica pobre y sureña que eventualmente se mudó a California para tener una vida endurecida por interminables vicios y demonios, que podría interpretarse con muchos paralelos a lo vivido por los integrantes. “Dani California” representa un mosaico del sueño americano atestiguado por miles de voces femeninas problemáticas que terminan perdiéndolo todo sin haber alcanzado una supuesta plenitud, acentuada por la casi industrial batería de Chad Smith, el intrínseco bajo de Flea, los rasgueos volátiles de Frusciante y las características letras de Anthony Kiedis con romanticismo decadente escondido entre rapeos desfachatados. Cada disco de los Peppers siempre muestra una crónica de cómo es vivir en California en el año respectivo, y el inicio del disco denotaba todavía una nostalgia por un desapego que seguía ocurriendo desde “Under the Bridge”, “Warped” o “My Friends”.
Eventualmente, comenzamos a asomarnos para ver pequeños microcosmos de estas sensaciones en cada canción, como si el disco fuese un avión sobrevolando el smog y sudor de la ciudad. “Snow (Hey Oh)” es un “dejar hacer, dejar pasar” a pesar de una sabiduría acumulada; “Hump de Bump” parece una fiesta en una cuadra o un alboroto espontáneo en el tráfico angelino, muy parecido al inicio de La La Land; “Slow Cheetah” recibe a la locura y el fin de la vida entre experimentos en reversa; “She’s Only 18” retrata la precocidad de la juventud sabelotodo que apenas y toca el timbre; “Strip My Mind” es otro lamento debajo del puente, pero con una mayor sensación de saborear lo dulce de la melancolía y “Wet Sand” los pone nuevamente en modo épico, despidiendo a amores pasados en las playas de Venice Beach.
Y esa es solamente la primera mitad. Tomamos un breve descanso para llenar el tanque y abrumarnos con la belleza delicada de “Desecration Smile”. “Tell Me Baby” es otra parada divertida y tierna para llevarnos después a una propuesta de matrimonio con percusión africana y guitarras infinitas en “Hard to Concentrate”; quizás de lo más vulnerable y honesto que ha compuesto la banda. La travesía sigue oscilando entre lo dinámico y lo meditativo, con “21st Century” y “Make You Feel Better” brindando grandes contrapuntos de energía con “She Looks to Me” o la desgarradora “Death of a Martian”, escrita como tributo al amado perro de Flea.
En su salida, Stadium Arcadium alcanzó grandes ventas, opiniones encontradas y varios reconocimientos, incluyendo el Grammy al Mejor Disco de Rock. Sería también el último en donde participaría activamente Frusciante como miembro fijo de la banda, para partir nuevamente y ceder la batuta al enormemente talentoso Josh Klinghoffer, que reinventaría el sonido de la banda de manera más reservada y enigmática. Pero los dioses musicales volvieron a confabular y nos dieron el regreso de Frusciante a la banda en 2019. Con la inminente noticia de la grabación de nuevo material, la barra está más alta que antes, y está la incertidumbre de saber a qué sonarán ahora y si todo lo aprendido los llevará al siguiente nivel, si es que lo hay.
Al final, tanto la banda como sus seguidores concuerdan que Stadium Arcadium puede ser muchas cosas, pero al final es un testimonio a todo lo bueno —y lo malo— de la banda. Sonaban y seguirán sonando como aquellos chiquillos deschavetados que cantaban acerca de demonios en el semen o fiestas en vaginas o ponerse serios y filosofar acerca de cómo es ser una celebridad, un americano o, simplemente, un humano con el corazón en la mano que probablemente enfiestó demasiado la noche anterior e hizo cosas impensables. Y tienen una manera mística y mágica de que nada de eso suene incómodo, patético o fuera de lugar. Si eso no representa el espíritu de los Red Hot Chili Peppers, no sé qué lo sea, y a 15 años de su lanzamiento, Stadium Arcadium sigue siendo la máxima expresión de esta noción, para bien o para mal.