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Qué difícil fue la primera década de los 2000 para Pearl Jam, cumpliendo años de trayectoria y envueltos en la tragedia más grande que ha vivido la banda desde su formación. Aquello marcaría el inicio de una rabia que habría de escupirse en sus siguientes trabajos.
La llegada del nuevo milenio trajo consigo Binaural, su sexto álbum de estudio que, pese a las críticas, se trata de uno de los mejores trabajos del entonces quinteto, ya con Matt Cameron como miembro oficial después de la disolución de Soundgarden, en 1997.
Meses después del lanzamiento de Binaural, Eddie Vedder y compañía se enfrentarían con una de las más terribles tragedias en la historia del rock. El grupo se presentaba en el Festival de Roskilde, en Dinamarca, sitio donde nueve personas perdieron la vida a causa de una “avalancha humana” y, por supuesto, a la ineficiente seguridad del festival.
Más que una tragedia, dicha experiencia se convertiría en el punto más crítico para Pearl Jam, llegando, incluso, a pensar en la separación. De pronto, aquello que más amaban (tocar música en vivo) se transformó en su peor pesadilla. La agrupación, finalmente, decidió continuar, pero con una profunda herida, difícil de cerrar.
Un año después, en septiembre del 2001, Estados Unidos sufrió uno de los atentados más atroces de la historia. El ataque a las torres gemelas, además de dejar miles de fallecidos, marcó el inicio de una era oscura para la nación norteamericana. El culpable: George W. Bush.
Para Riot Act, su siguiente producción, Pearl Jam -y Eddie Vedder, principalmente- adoptó una postura mucho más agresiva. De alguna manera, la rabia contenida desde lo ocurrido en Roskilde encontró una válvula de escape. El enemigo tenía nombre y apellido, y un rostro, y sobre él recaía un discurso rebelde y poderoso que, sin embargo, disgustó a muchos de sus feligreses.
Eddie Vedder, Stone Gossard, Jeff Ament, Mike McCready y Matt Cameron eran una de las tantas agrupaciones “Anti-Bush”, etiqueta que portaban con orgullo y hasta con un poco de arrogancia. Pero era necesario: Pearl Jam alzaba la voz, aún cuando eso le significó múltiples críticas y la pérdida de muchos de sus seguidores.
De cara al 2006, decididos a cambiar el rumbo del país, Eddie Vedder lideró a la banda hacia un discurso todavía más provocador; reacios a cambiar de opinión y con la rabia como el principal detonador de su propuesta. Así, en medio de un contexto social y político muy “caliente”, la banda lanzó Pearl Jam, su álbum homónimo.
Era claro que, para avanzar, había que retroceder; regresar, recordar las raíces que, de alguna manera, los convirtieron en músicos y miembros de una generación que se caracterizó por no quedarse callada. Era momento de cuestionarse a sí mismos más que a su propio contexto. El resultado no fue del todo favorecedor.
Pearl Jam no es, por mucho, el mejor trabajo de Vedder, Gossard, Ament, McCready, Cameron y, ya incluido en la alineación, “Boom” Gaspar. Fue la continuación natural de Riot Act (2002), pero con un speech más profundo y, por consecuencia, evocador. Pearl Jam -el grupo- se dio cuenta de sus errores y los canalizó en 13 canciones, no todas buenas.
La idea de Pearl Jam jamás ha sido la de “hacer su mejor disco”; cada uno de sus trabajos, desde Ten (1991), cumple un rol específico y Pearl Jam -el disco- tenía clara la idea de volver, dejar que el pasado se transforme en su mejor arma de cara al futuro, aunque suene a cliché.
No es complaciente, ni siquiera muchos de sus fans se atreven a adentrarse en el universo del “aguacate”, pero saben que, en el fondo, era un discurso necesario, sobre todo cuando el país más poderoso del mundo decidía si dejar su futuro, una vez más, en manos de un despreciable George W. Bush, lo cual sucedió.
¿Fue una guerra perdida? No del todo. Vedder y compañía hicieron lo que estuvo en sus manos para hacer de su país (y del mundo) un mejor sitio para habitar. En ese sentido, la rabia funcionó como fuente de inspiración y es la misma rabia que los ha mantenido unidos en estos tiempos.