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La historia de aquel caballero de triste figura llamado Justin Vernon parece sacada al pie de la letra de los preceptos del héroe estipulados por Joseph Campbell. Un noble aprendiz con inmensas aspiraciones musicales se alía con sus paladines de juventud para escapar de sus humildes aposentos en Eau Claire, Wisconsin, y perseguir la gloria artística. Aunque coquetearon ligeramente con el reconocimiento en conjunto, eventualmente esta comarca del anillo versión midwest se desintegró, a la par de que nuestro protagonista vivía un terrible desamor. Estas supuestas derrotas lo orillaron a retornar a casa, en donde tendría que redefinir su identidad y voz.
Y así, nuestro caudillo de cabellos y barbas rubias refugió su deplorable salud física y mental en la vieja cabaña de cacería de su padre en Eau Claire. Frustrado con la percepción de mediocridad y vacío en su vida, empezó a nutrirse de la inspiración que otorgaba el silencio y empezó a crear pasajes con escasas, pero contundentes melodías y murmullos, a los cuales eventualmente les pondría letras. De este exilio autoimpuesto surgió For Emma, Forever Ago (2007), su primer disco de larga duración y aquel que lo pondría en el mapa no solamente de melómanos ataviados de franela y pana, sino de figuras de la talla de Kanye West. Pero estas anécdotas a detalle las dejaremos para otra ocasión.
No, en estos párrafos contaremos la historia de cómo Vernon se atrevió a tirar las puertas, ventanas y muros de aquella invernal cabaña y quiso buscar un pedestal, un monte, un acantilado incluso para encontrar cómo magnificar su voz. Lo que buscaba era ir llenando un mayor canvas con todos los colores que el espectro le podría permitir, que incluso era una decisión consciente por subvertir la monocromía de For Emma… Quería percusiones que pegaran como ejércitos; guitarras que se extendieran por valles; pianos que construyeran muros. Quería a Willie Nelson, a Tortoise y a Bruce Hornsby en el mismo disco. Y, lo más importante, quería que fuese una representación definitiva de quién era él.
Y así se gestó Bon Iver (2011), o como se le conoce formalmente en ciertos círculos y publicaciones, Bon Iver, Bon Iver, un manifiesto homónimo de cómo los viajes, sentimientos y experiencias definen a uno mismo. Ahora, nuestro héroe hace paradas turísticas que en papel pueden sonar aleatorias, pero como en toda travesía importante, al final pasan por algo. A diez años de esta crónica, los recuerdos se saben aún más agridulces e, irónicamente, esperanzadores. Como algo hermoso que ya pasó y quizás no se vaya a repetir, pero tal vez… tal vez vuelva.
La primera de ellas hace alusión a la ciudad australiana “Perth” y al agridulce adiós a un cercano amigo que a veces podía ser el cobijo más íntimo, y otras, una persona intocable y completamente desconocida. Compuesta con dedicatoria para Heath Ledger, amigo de un amigo de Vernon y oriundo de Perth, el tema se desenvuelve como marcha fúnebre y la más gloriosa de las despedidas, con majestuosos arreglos de viento y percusión. Casi de manera inmediata viene “Minnesota, WI” en donde Vernon declara vehemente que no se va a quebrantar en medio de líneas de guitarra sutiles y baterías seductoras; incluso hasta desafiando el lamento que nos regaló hace segundos.
“Holocene”, el tema por el cuál es más conocido el disco, sónicamente es como una canción de cuna que se desenvuelve lentamente en un macrocosmos, revelando un universo lleno de color y estrellas que significan algo diferente para cada escucha, pero que es igual de inmenso para todos. Por dentro es otra cosa completamente distinta. Es la admisión de todas las oportunidades perdidas, de la desidia y la soberbia que fueron las bestias que lo dejaron derrotado en la carretera hace años. Y es reconocer que todavía hay camino por andar. Faltan millas y millas, pero de él depende cómo las recorre.
En “Towers” encontramos a Vernon enamorado nuevamente, y compara los retos y dolores de encapricharse con metáforas de fábulas y cuentos de hadas, mientras entona su característico falsete sobre una melodía alegre adornada con solemnes cuerdas. “Michicant” sigue esta temática de manera más oscura y ambigua, con un tierno vals engalanado por armonías vocales.
El frío, otro de los temas favoritos de Vernon, toma el timón para esta porción del viaje, y nuestro héroe se vale de su proeza verbal y de pianos infinitos para combatir las complejidades del clima y la condición humana en “Hinnom, TX”. Las teclas monocromáticas dejan de viajar por un momento y empiezan a caer como gotas de lluvia en medio de una tormenta de invierno llena de violines en “Wash”.
Después de enfrentar aquel huracán gélido, nuestro caballero ahora está en la compañía de sirenas, tentadoras y musas. Su anhelo romántico de hace unos instantes ahora es un deseo carnal, y la música le sigue el paso con el honesto soft-rock de “Calgary”. Nos da a entender en esta parte del viaje que Vernon ya se ha entregado en cuerpo y alma a todo: al luto, a las inclemencias de la naturaleza y a los misterios del amor. Ya no hay lluvia. Ya no hay oscuridad. Ahora, Vernon puede llamar “hogar” a cualquier lugar y a cualquier persona, y todo lo resume en el título que cierra su odisea homérica: “Beth / Rest”. Y en el espíritu de cualquier cierre de cuento épico, las fanfarrias suenan para celebrarlo, aunque aquí suenan como a la mejor canción que Dire Straits o Phil Collins nunca compusieron.
A 10 años de su salida, Bon Iver, Bon Iver no solo le dio a Vernon el estrellato que buscó al salir de su propia comarca, sino que lo regresó a casa y lo volvió maestro de su propio destino. Lo alejó por completo de la mediocridad y le dio una voz más fuerte. Una voz que podía ser acompañada por saxofones distorsionados mientras cantaba poéticamente acerca de las estalactitas, o que podría ser manipulada digitalmente y encontrar otro tipo de paz y tranquilidad en la electrónica experimental de sus obras posteriores. Aún no termina esta odisea homérica de Vernon, pero si For Emma… fue el sublime y vulnerable inicio, en Bon Iver, Bon Iver encuentra la manera de poner la frente en alto y salir a arriesgarse al mundo. Y al final fue magnífico por eso.