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Pongámonos filosóficos por unos momentos y tratemos de resolver la pregunta que ha aquejado al hombre desde hace muchos años: “¿Qué hacemos aquí?”. Por su propia naturaleza este tipo de preguntas no tiene una respuesta en específico: no es un sí, un no o una opción a) o b), pero lo que sí podría asegurar es que muchos inconscientemente responderíamos que lo único que queremos hacer es trascender, el dejar un souvenir de nuestro paso en esta vida para que una vez que hayamos emigrado se convierta en una pequeña cápsula de nuestra esencia.
Si nos ponemos aún más filosóficos esta cápsula resumiría una visión única y particular de la vida, en donde de toda la gama de colores y sensaciones que nos rodea seleccionamos la que sincronice nuestro ser en determinado momento de la vida: una alegría inmensa, una profunda ansiedad, etcétera.
Los seres humanos tenemos esa gran capacidad de comunicar y compartir esos momentos, los cuales se convierten en retratos de un vasto álbum de fotografías que nos encanta consultar cada vez que queremos encontrar una respuesta para saber cómo llegué para sentirme así y cuál sería la salida para seguir adelante.
Dentro de todas las expresiones artísticas, la que más ha resultado eficaz en estas extrañas épocas de digitalización de lo real son las canciones porque son portátiles, breves y lo suficientemente poderosas para hacerle un simple clic al tuétano de los huesos y erizarte la piel en unos instantes.
Las canciones tienen una parte sagrada, por así decirlo, que desafortunadamente con el tiempo se ha ido perdiendo al convertirlo solamente en vehículos de mercadotecnia donde juegan con nuestra habilidad de leer armonías; las canciones son mucho más que eso, son pequeños destellos de una realidad, que a pesar de que puede ser reconstruida, tienen en su núcleo verdades que sorprenden e impactan.
Pocos compositores entienden esa lógica y poder que tienen las canciones, ya que esa es la clave para que haya una sincronía de emociones, lejos del par de tetas o los abdómenes marcados de sus intérpretes. Es algo tan simple de ver, sólo que como buenos seres humanos nos encanta buscar el camino más complicado para que una vez que lleguemos a esa conclusión justifiquemos como sufrimiento esos recovecos que recorrimos hasta llegar.
Gustavo Cerati supo a la perfección lo que debía de hacer en una canción para llegar a esta sincronización: algunas veces era simplemente una sangrienta línea recta de su mente a la de los demás que rompía las fronteras y protecciones de nuestro ser por medio de dolorosas verdades, otras simplemente eran un recorrido con vista panorámica hacia cierto estado ánimo y algunas más recorrían terrenos boscosos por medio de ritmos complejos y de brillantes notas de su guitarra.
Dentro de todo el legado que nos dejó hay un gran catálogo de sensaciones que nos encanta consultar una y otra vez, tal vez sea para repasar ese sentimiento, buscar algún enigma oculto o porque nos fascina pensar que todos somos iguales en nuestra esencia y que sólo falta una canción para darse cuenta de eso.
Hoy cumpliría 56 años Gustavo Cerati, así que sólo basta decir “Gracias totales”.