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40 años de Metallica

40 años de Metallica

Los cuatro jinetes del apocalipsis.

The horsemen are drawing nearer
On the leather steeds they ride
They have come to take your life
On through the dead of night
With the four horsemen ride
Or choose your fate and die”,

"The Four Horsemen".

“Hit the Lights”, imagina que eres un adolescente en Sunset Boulevard que camina por la noche buscando pelea, que ofende a los fans de Poison que se confunden con las prostitutas a las cuales no les puedes pagar, que bebes cerveza recargado en un Pontiac estacionado afuera de The Troubadour esperando entrar para ver a Metallica en concierto, esa banda que escuchaste en un compilado de MegaForce Records, que vas a ver por primera vez a esos dos sujetos que se encontraron en un fanzine y que coincidieron en sus gustos por las bandas de The New Wave of British Heavy Metal, y que las luces se apagan y sientes un golpe, como nunca antes, ese madrazo que solo el thrash metal te puede evocar, con sabor a sangre en la boca.

“Creeping Death”, porque todo lo que brilla un día se tiene que apagar, porque hasta los caballerangos que parecen inmortales un día tienen que desvanecerse, Ron McGovney no soportó la electrocución, Dave Mustaine no supo comportarse, acechaba la fama y las responsabilidades, los bloqueos creativos y las disputas. Kirk Hammett el salvador, el éxodo necesario, el sicario faltante, y la alineación al fin perfecta, en espera de la fama, el exceso y los grandes escenarios.

“The Thing That Should Not Be”, el juego de cartas que definió un destino, el azar de lo fatídico, el peligroso camino a Copenhague que se convirtió en un memorial. Cliff Burton, absolución y mártir, la historia que ya nunca sabremos, porque a pesar de la pena persistente, los jinetes volvieron a cabalgar y a reclutar, porque las sagradas escrituras dictan que deben ser cuatro.

“...And Justice For All”, menos para Jason Newsted, el chivo expiatorio, el punching bag de los ebrios, frustrados y “vendidos”, que a la par de lidiar con la muerte de su amigo, luchaban contra la presión, se acostumbraban a las multitudes, y desarrollaban una mística musical aún más poderosa, compleja, intrincada…y sin bajo. Porque también en las bandas existe el bullying, y en las grandes historias el arrepentimiento. El video de “One” como alta traición a para aquellos fans primigenios que no entienden que ellos también tienen que madurar, no toda la vida serán ese enojado adolescente de Sunset.

“Nothing Else Matters”, tú no eres lo que aparentas ni niegas lo que te conmueve: “Forever trusting who we are”, del luto al redescubrimiento, a la estratósfera de las listas de popularidad, a clavarse en el inconsciente colectivo, a convertirse en la banda insignia de un género. Porque “Enter Sandman” sonaba en las estaciones de radio que tocaban rock y también antes de abrir pista en una tardeada en la discoteca Mecano en la Zona Rosa. Coca-Cola presenta a Metallica en el Palacio de los Deportes, porque de otra forma no pudo haber sucedido, cinco noches que se atascaron y que convirtieron al cuarteto en nuestra familia.

“Ain’t My Bitch”, primera fila en el MTV Unplugged de Alice In Chains, un mensaje por parte de Mike Inez escrito en su bajo: “Friends don’t let friends get haircuts”, de nuevo la traición, el nuevo look, la profecía de Sansón, y un par de discos para los cuales tal vez en ese momento no estábamos preparados. Se perdió aquella banda de las largas canciones y los solos de guitarra imposibles, ahora querían compartir festivales con Soundgarden, experimentar a su modo como lo hizo Radiohead, no quedarse en el mismo sonido de siempre como Def Leppard, la era incomprendida.

Some Kind of Monster, la película, o un gran WTF hecho documental, el drama de Lars Ulrich, los problemas de James Hetfield, Kirk Hammet entre la espada y la pared. ¿Y si Les Claypool no hubiera sido tan bueno, y Twiggy Ramirez tan malo, y si hubiese existido mejor química con Pepper Keenan, si Robert Trujillo hubiera rechazado aquel millón de dólares para asegurar su lugar en la banda?

“The Day That Never Comes”, siete minutos 56 segundos que de cierta forma nos regresaron a los tiempos de gloria, a ir al Mix-Up a comprar una copia del disco, a formarnos a las taquillas para la preventa de un par de shows en el Foro Sol. Metallica y la influencia de Kiss de querer venderlo todo: loncheras, esferas de navidad, colaboraciones con Vans, ropa para bebé, videojuegos para llamar a las nuevas generaciones a tomar la guitarra.

“Atlas, Rise!”, demuéstrale a tus detractores que a pesar de los años sigues en los charts, que a pesar de renegar de Napster los servicios de stream te siguen acercando a las nuevas generaciones, esas mismas que so pretexto del aniversario del Black Album ahora le piden a sus padres que lo reproduzcan desde el teléfono porque el reproductor de CDs de la camioneta familiar ya no funciona. Cuatro décadas después hay gente que sigue aferrada a ese Metallica que ya no volverá, pero que en el presente sigue buscando las formas de subsistir, de inventar, de ser ícono y materia obligada.

Porque tu tío seguirá renegando que antes tocaban más chido y considera traición que J Balvin les haga un cover, porque los puristas del metal ya los consideran “el U2 del género”, pero que de no haber sido por ellos, la curiosidad no llevaría a las nuevas generaciones a buscar a Misfits, Hirax o Nargaroth en Google. Porque aunque no sepas ni una canción puedes portar la playera que compraste en H&M, porque la música persistirá más que tus prejuicios.

“The Ecstasy of Gold”, ya en un plano muy personal y de fan, no hay nada como la ansiedad que provoca escuchar esta sinfonía de Ennio Morricone en espera a que Metallica salga al escenario, tenía 12 años la primera vez que presencié aquello, y desde esa noche los conciertos se  convirtieron en mi droga predilecta, en la que más gasté y en lo que pude trabajar después. Aquel niño nunca imaginó después perder a su novia mientras llovían las sillas de plástico en el Foro Sol, perderse una entrevista con Kirk Hammett por tener que estar en el backstage del concierto desde temprano, pero ahí mismo chocar el puño con James Hetfield después del meet n' greet.

A Metallica le debo mi devoción por los conciertos, y hay demasiada gente que inspirada por su música los sigue alabando, pero también odiando, de cualquier forma evocan un sentimiento. 40 años después la marcha de los jinetes sigue su curso: la conquista de tronos que otros sueñan, el hambre de inmortalidad, la guerra y catarsis sonora y la muerte de nuestros tímpanos.