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Hay un México que sobrevive en el recuerdo, en la nostalgia, en el polvo de las cajas de vinilos en el perímetro de La Ciudadela. Música que retumbará en nuestra moderna plataforma favorita para recordarnos que somos historia, y que detrás de esas frases y notas hay gente que aunque se haya ido permanecerá en la memoria de un país siempre creativo.
Esto no es rock, es trasgresión, experimentación, inventiva. La teoría microtonal y el sonido 13 como altas causas mientras algunas bellas melodías vagaban sobre las olas y el Huapango de Moncayo deliraba en su grandeza.
En tiempos donde la XEW era un canal de descubrimiento sonoro, Juan García Esquivel tomó el mando de orquestas, micrófonos, niveles y consolas para cambiar la forma en la que el mundo escucharía el sonido estéreo.
Rafael Acosta tuvo a bien en escribir una canción que rompería esquemas en el naciente rock mexicano, la era de los covers quedaría atrás para dar paso a los temas entrañables que enamoraron a nuestros antecesores.
La Costera Miguel Alemán fue por mucho tiempo el crisol de una generación que en la rebeldía encontraba su cauce y en la música su inspiración. Chicas alborotadas, rebeldes sin causa, los cafés cantantes y su sano esparcimiento, la época ideal para bailar.
Durante la transmisión en vivo por radio del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro se escuchó esta canción la cuál fue abruptamente interrumpida, sin saber que subsecuentemente sería el despertar de una nueva generación musical en México que tendría que luchar contra la censura.
México se moderniza, la tecnología avanza y comienza una nueva era ante el consumismo y las nuevas formas de subsistencia. A pesar de ser entes minúsculos de una enorme máquina que devora nuestras vidas, nos la arreglamos para existir.
La mancha urbana nos devora, la modernidad nos carcome, Los Panchitos siembran el terror en las calles, las corretizas como forma de vida, la palomilla y el barrio que respalda y sirve de guarida, la música que se fuga por las ventanas de las casas que parecen obra negra.
Nuevas olas, diferentes formas, sintetizadores para alimentar el espíritu, inspiraciones abstractas, moldes perfectos para lo que vendría después, el avant-garde a destiempo. La inspiración ideal para una fresca inventiva, el futuro permeado en el pasado.
De los escombros de una ciudad devastada subsistieron las palabras de un poeta y profeta perdido. Rockdrigo González le dio a la urbanidad sus himnos y a las bandas la inspiración que persiste hasta nuestros días en las ciudades perdidas levantadas por damnificados, en las zonas invadidas por “paracaidistas”, en las barrancas y los canales de aguas negras.
Otro México alejado de los reflectores de Siempre en Domingo que en Rockotitlán encuentra su resguardo perfecto casi cada día. Hay esperanza para el rock ante una nueva década. También hay alegrías en la aparente oscuridad sonora.
También en el blues encontramos la catarsis, la forma perlada perfecta, una hoja en blanco para contar historias y anhelos. El sonido ideal para ambientar las noches con cerveza en la banqueta, el insomnio, la inspiración que falta para terminar las tareas escolares.
El rock mexicano sobrevive en los deportivos y campos de futbol, en las arenas de la periferia, en antiguos balnearios y centros cívicos, en los lienzos charros y las plazas de toros, y sobre todo en las calles con aquellos que tomando una guitarra suben al metro y los camiones para ganarse unos cuantos varos.
El himno de una generación que encontró en los conciertos masivos su salvación y hasta formas de ayuda: 2 kilos de grano a cambio de la sana catarsis, el remolino de gente arrasándose y cuidándose unos a otros ante el frenético ritmo del ska. Puños izquierdos al aire, paros indefinidos y pasamontañas, el despertar de una nueva rebeldía.
Cuenta una leyenda que en México existe una banda por cada colonia, cientos por cada estado, muy pocas llegan a la gloria, y algunas que se quedan en el camino nos dejan diamantes entre las piedras para lanzar al río de nuestros recuerdos.
El crossover y su afán de descubrimiento, porque no existe tal cosa como gustos culpables, y en el inconsciente mexicano plagado de reyes, príncipes y divos, todo lo que escuchamos nos alimenta, lo que nos heredaron nuestros padres nos inspira, y también nos duele. La música que nunca podremos negar.