Fotografo: Diego Figueroa

Instagram: @halofive

Ladytron en El Plaza Condesa

Los caminantes negros y la fragmentación de las moléculas.

Lo importante es reconocer nuestra condición, aceptar que algo ha cambiado, que eso se mueve, que tiene vida y que está latente, que está suspendido, flotando, cayendo o ascendiendo. En la última canción de su show, la banda de Liverpool, Ladytron, interpretó el himno de quienes se reconocen devastados, “destrúyeme de esta forma, todo lo que pueda abandonarte, para que eso no pueda herirte, solo debes mirar detrás de ti”. Unos levantaron las manos, otros sacaron celulares, los que podían bailaban, pero todos cantaban, “sacude tu mano, saca la pistola, aléjate del sol”. Lo importante es que el ánimo estaba arriba, más allá del escenario, más arriba de El Plaza –adonde la banda reaparecía después de ocho años de ausencia de México–, cerca de la noche estrellada. Destruye todo lo que tocas. Era una orden, y quienes ahí estaban la llevaron acabo.

Después de una apertura ad hoc de media hora por parte de NWT, que propuso el ánimo ochentero, el público comenzó a llenar el lugar. Ciertos shows parecen una rutina, al telonero pocos lo ven y cuando el acto principal está por comenzar, los fans se amontonan hacia adentro. Aquí pasó igual. Muchos con ropa de negro. Uno que otro con un look exótico. 21:17 H. Comenzó el intro de Madeleine Chartrand, “Ani-Kuni”, y las luces se apagaron. Esa es la señal. Gritos. Energía. Euforia. Emoción. “Black Cat”, “The Island”, “Ghosts” y “Soft Power”. No son cuatro jinetes, son seis personas que como los caminantes blancos de Game of Thrones comandaron el show. Helen Marnie, de cabello rubio, con un vestido negro a rayas moradas; Mira Aroyo, también de vestido negro; Reuben Wu, Daniel Hunt y el baterista invitado, Billy Brown, con jeans y playeras negras, comenzaron su nueva gira en México, después de haber publicado el reciente material. Una chica los acompañó tocando un synth extra y haciendo coros.

Si en Game Of Thrones los caminantes blancos son una especie de criaturas persiguiendo tenazmente una misión, guiando a los no-muertos para que los ayuden a cumplir con su objetivo, aquí la banda sobre el escenario estaba formada por caminantes negros conduciendo a El Plaza que se encontraba a tope. Sin interactuar entre ellos, sin intercambiar miradas, simplemente ejecutando impecablemente sus canciones. “Ha pasado mucho tiempo desde nuestro último show en México” dijo Helen. El grito de un fan se elevó, “¡ocho años!”. “The Animals”, “Deadzone” y “Runaway”. Placer. Vibración. Alegría. Constelaciones explotando. El cuerpo desintegrándose por dentro ante los tonos orgásmicos de la banda, las moléculas separándose, los átomos disparándose y el tiempo se congeló. Más gritos. Más baile. Más euforia.

“Fighting in Built Up Areas”, “Paper Highways”, “International Dateline”, “White Elephant” y “Far From Home”. Durante la ausencia de la banda el mundo cambió. Y ahora que regresó lo tiene muy claro. Detrás de ellos dos pantallas proyectaban imágenes con glitch, figuras geométricas, abstractas y orgánicas. La vida se ha digitalizado. Algo llamó la atención de sus pantallas, la recurrente imagen de una mujer repetida en un bucle sobre otras formas, sin aparente relación. La mujer daba vueltas lentamente y podía parecer que estaba flotando o que estaba cayendo o ascendiendo. O todo al mismo tiempo. Era parecida a la portada de Velocifero. Ese era el ritual. Esa era su misión. Fragmentarlo todo, el cuerpo, la carne, los huesos, el alma. Synths análogos que vibraban fortísimo y que ocultaban al bajo, que querían opacar a la batería pero no lo lograban. Synths que se metían en los oídos y viajaban por el cuerpo. “You've Changed” y “Discotraxx”. Fin del show, muchos aplausos, muchos gritos, las luces siguieron apagadas. Ladytron entró de nuevo.

El encore fue demencial. Temas de una generación que creció, vivió o salió de noche escuchándolos, con la sensación de algo más, de que algo sucediera, con ganas de acelerar, con ganas de nunca frenar, con ganas de arder, con ganas de llorar y de reír. “White Gold”, “Playgirl”, “Seventeen” y “Destroy Everything You Touch”. Sobre el escenario los caminantes negros casi a oscuras, luces rojas-azules por encima del escenario, luces blancas y amarillas disparando hacia el público, las pantallas brillando en blanco resplandeciente. Helen Marnie caminaba hacia los costados, cruzaba el brazo de manera sensual, giraba el rostro, conducía e imponía. Y el público únicamente gritó, “destrúyeme, destrúyeme de esta forma, destruye todo lo que tocas” reconociéndose devastado.

Eso fue lo que pasó el miércoles 27 de febrero. Hoy los asistentes han vuelto a escuchar a la banda porque no fue suficiente y porque la música suena mejor después de un concierto, cuando recuerdas lo que pasó.

Stone Temple Pilots y Bush en Frontón México

La química entre nosotros y la nostalgia.

Expectativa como palabra clave en un domingo cualquiera. Con una calle de separación, el público atento a la entrega de premios a lo mejor del cine en la plancha del Monumento a la Revolución, y en la esquina del Frontón México la duda de los transeúntes: “¿qué va a haber?”, un concierto, un tumulto de sentimientos añejos, una espera que se verá coartada.

Stone Temple Pilots y su forma de comenzar un incendio: Dean DeLeo, el silencioso, la forma, genio y figura, golpea las seis cuerdas de su Gibson Les Paul y nos da la bienvenida a la nostalgia, al recuerdo tal vez roto, a la visión tal vez nunca idealizada. Y la voz nos conmueve porque nos recuerda a alguien que no está, pero cuyo legado sigue dando vida: “But I’m alive, so alive now, I know the darkness blinds you”. Pero las luces de colores nos dejan ver a una banda reformada y tocando como en sus mejores días.

“Crackerman” para expander el fuego, “Vasoline” y el humo de su riff provocador, la cadencia de Jeff Gutt dando una nueva personalidad a la banda, quizá más funcional, o muy estudiada, cada quién sacara sus conclusiones, lo importante es que nos mantiene a flote y las dudas sobre su accionar se disipan mientras “Silvergun Superman” nos destroza. Tiempo de bailar tímidamente al compás de “Big Bang Baby”, alguien entre el público que emula los pasos de Scott Weiland, siempre, de alguna extraña forma presente aunque no podamos verlo. Es claro que el vacío es difícil de llenar pero la guitarra con slide y su tono evocador vuelve a llamar de nuevo nuestra completa atención: “So much trippin’ and my soul’s worn thin”. Tantos viajes musicalizados por esta canción que suena en una tragedia en The Crow, una película que a muchos de los asistentes compete más que cualquiera que la misma noche gane una estatuilla.

Algunos somos la mitad que solíamos ser, siguiendo aferrados al ayer donde queremos permanecer, pero nada como la música para saber que no estamos perdidos. Y cantamos como en aquellas noches entre cerveza y cigarros, cantando y soñando, gritando y emulando. Los sonidos de esos CDs que tanto nos costaba trabajo conseguir pero que santificábamos y desgastábamos, “Plush” fue un momento increíble.

“Meadow” avante ante fallas técnicas para demostrar la nueva cara de una banda que siempre es bien recibida, “Interstate Love Song” como buen pretexto para el abrazo entre aquellas parejas que cuando conocieron estos temas aún no estaban casados. La brecha generacional que queda en evidencia, ya somos más viejos, alguien canta mientras tiene en brazos a su hijo dormido. “Roll Me Under” y Jeff escala hasta las gradas y cual pasarela se pavonea entre la gente para después lanzarse a la multitud desde una altura considerable. Ese espíritu del rock n’ roll que nunca muere, solo se renueva. “Dead & Bloated” cual respiro de apreciación, “Trippin’ On A Hole In A Paper Heart” para establecer un statement: “I'm not dead and i'm not for sale”. “Sex Type Thing” para darnos un último golpe y una despedida ideal.

Bush ataca con todo su arsenal desde un comienzo, y “Machinehead” emociona y altera, disipa las dudas, comienza el gran show de Gavin Rossdale y su alta condición de frontman, la batalla ha comenzado, los tonos son perfectos, las novedades nos sorprenden, “This is War” y esa innegable necesidad de producir grandes canciones. “The People That We Love” y la gran travesía por las diferentes etapas de este combo que si bien no figura en los grandes tours del año o como headliner de festivales, ofrecen una actuación en directo que no necesita de grandes distracciones. Lo instrumental los alimenta, la energía los pone en evidencia, la selección de temas es impecable.

Gavin no deja de hablarnos en perfecto español, agradeciendo e induciendo a la euforia: “Greedy Fly” y un aparente estado de calma, “Everything Zen” para que saltemos como si fuera el concierto que soñábamos al escuchar su disco debut en nuestras habitaciones. Tal vez ya llegaron muy tarde pero en un gran momento, ya que el poder escénico de Bush es atrayente, contagioso y digno de apreciación.

“Let Yourself Go” y el recorrido de Gavin Rossdale por las gradas del Frontón México y su alegría por cerrar un tour con una noche perfecta y conmovedora, la emoción evidente y contagiosa. Y así, una generación entera que no necesita grandes producciones, lasers o “cielos eléctricos” para desbocarse, canta con saña y sentir “Swallowed”, hace air guitar, se abraza con sus amigos en un círculo que después de muchos años no se ha roto a pesar de los compromisos, las distancias, las nuevas responsabilidades o las separaciones momentáneas.  La adultez como pesada carga pero también como aliciente, los años que no pasan en vano, los momentos para el desahogo perfecto.

“Glycerine” para terminar de rompernos la garganta, “Comedown” cual glorioso final para una noche que necesitábamos, de recuerdos, de reencuentros con viejos amigos, de saber que estábamos en el lugar correcto ante tantas opciones y decepciones, ante tanta bulla y faramalla, la música como aliciente perfecto para comenzar una semana que esperamos no sea difícil. Como sea la euforia y una playlist necesaria nos hará superar los días malos, las canciones que todo lo mejoran.

Daniela Calvario en el Foro Indie Rocks!

Cantándole al amor y al desamor Daniela Calvario celebró el 14 de febrero en el Foro Indie Rocks!.

En el día del amor y la amistad ¿Hay un mejor plan que ir a un concierto en compañía de tu pareja o amigos? La respuesta es muy sencilla, no. Disfrutar de la increíble voz de Daniela Calvario y su particular estilo es una oportunidad que no puedes desperdiciar.

Aproximadamente hace cinco años la tapatía abrió su propio canal de YouTube para subir covers como hobbie, después de mucho trabajo y un largo camino, Daniela ha logrado despegar su carrera, a la par ha ganado muchísimos fans en toda la República Mexicana.

La noche comienza tranquila, algunos piden cervezas y van entrando al foro, buscan los mejores lugares y esperan emocionados la gran entrada de la oriunda de Guadalajara, entre conversaciones se escucha “ya quiero cantar ‘Te la pasaste bien anoche’, dedicada al pendejo de mi ex”.

El show comienza y Ale Aguirre es la encargada de preparar los ánimos de los asistentes, “Queriendo sin querer” enamora a más de uno y los suspiros comienzan a hacer eco en la habitación, los amantes se comen a besos y unos que otros se miran en silencio.

Su voz llena el recinto, los tímidos asistentes comienzan a saltar al ritmo de las pegajosas notas y letras de “Hacia ningún lugar”, el pop no deja que nadie se quede quieto, los invita a bailar y dejar atrás la rutina.

Después de que Ale Aguirre ayudara a ambientar el evento, siguió el tan esperado gran número de la noche, la presentación del disco Todos Míos de Daniela Calvario. Al verla aparecer en el escenario del Foro Indie Rocks! todos comenzaron a gritar la emoción que habían estado conteniendo durante toda la noche.

El concierto parecía una fiesta, los ritmos latinos vibraban en los oídos de todos, las parejas bailan al ritmo de “Te voy a dar mi corazón”, mientras que los solteros corean “Se terminó”, “Huyendo” y “Volverás”, porque el 14 de febrero también se permite llorarle a ese ex que no te supo amar.

La gran fiesta terminó con muchas ganas de seguir celebrando, de seguir escuchando el singular estilo de la música de Daniela, porque una de las cosas que los seguidores de la tapatía agradecen, es su particular estilo, capaz de mezclar las letras de tristeza con un ritmo movido, que te recuerdan que no eres una víctima, sino una persona que lucha por ser feliz, su música te hace sentir ese dolorcito rico, ese dolorcito que te invade pero te permite bailar y disfrutar de lo que estás viviendo.

¡No le pierdas la pista!

Los Amigos Invisibles en El Plaza

De la oficina a la pista de baile.

Es martes, pasan las 22 H. En el escenario de El Plaza Condesa, Los Amigos Invisibles, banda emblema de Venezuela, se encuentra invitando al público al “Cuchi Cuchi”. Mientras, en la pista cientos de personas bailan y disfrutan de la fiesta. Al voltearlas a ver me doy cuenta que la escena es similar a la de una fiesta de fin de año de oficina, todos iban con su ropa de trabajo y tenían más de 30 años y bailaban canciones de hace más de una década recordando su temprana juventud, mientras se empedaban entre semana, ¿qué es esto sino la posada del trabajo?

Los Amigos Invisibles lleva dos décadas sobre los escenarios. Por este motivo decidieron abrir, no una, sino dos fechas en la CDMX para festejar con uno de sus públicos más leales. La noche empezó con un audio en el que la banda recordó sus más grandes éxitos mientras lanzaba la pregunta: ¿qué estabas haciendo cuando escuchaste esta canción?

Como ya se pudo deducir, el concierto estuvo plagado de éxitos como: “Mentiras”, “Cuchi Cuchi”, “La que me gusta” y “Ponerte en cuatro”, entre muchas otras. Este set solo motivó más a los asistentes que lograron llenar El Plaza Condesa y que sacrificaron el cansancio y la cruda del día siguiente para estar con esa banda que seguro los acompañó en la prepa o secundaria.

Lo interesante de esta banda en vivo es que a pesar de tener un sonido bastante electrónico muy pocas secuencias son usadas en sus presentaciones, cosa que el vocalista señaló cuando estaba presentado a la banda. De hecho, las secuencias o sampleos, solo fueron usados notoriamente entre canción y canción, ya que de vez en cuando metían introducciones de clásicos como “Barbie Girl”, “Bohemian Rhapsody” (porque siempre es bueno subirse al tren) y hasta “Mi gente” de J Balvin.

Es justo la introducción de J Balvin lo que da paso a otro dato interesante de Los Amigos Invisibles: el sentido del humor. Si bien no es una banda que para nada tenga prejuicios musicales hacia el reggaeton, en este caso el soltar este intro fue más un acto de comedia, para sacar una sonrisa al público y vaya que lo logró.

El humor también se notó en el momento en el que Julio Briceño, vocalista, parodió el famoso momento en el que Freddie Mercury puso a cantar a todo el estadio Wembley por allá de 1985. Solo que en lugar de usar fonemas sin significado los sustituyó por un “culeeeero”.

En cuanto al público debo decir que no era lo que esperaba pero una vez reflexionando, tampoco sorprende. Como dije se trató en su mayoría de gente recién salida de la oficina, alguno incluso aún llevaban saco y corbata. Es más, hubo muchos que llegaron tarde muy seguramente por sus obligaciones laborales combinadas por el tráfico citadino en vísperas de la celebración de la Virgen de Guadalupe.

Sin embargo esto no debe tomarse a mal ya que, si bien un adolescente deja toda su energía en un concierto como si no hubiera mañana, el joven adulto sabe cómo dosificar la fiesta, lo cual convirtió el concierto en un espectáculo de menos a más logrando que al final esto pareciera más un bailongo que un simple concierto.

Nine Inch Nails en El Plaza Condesa

Clavos en nuestra psique.

“Branches / Bones”, nociones, aseveraciones, expectativas, de ninguna forma estábamos preparados para lo que nos deparaba.

“Wish”, ¿qué deseas?, ¿que el mundo sea perfecto?, ¿que mañana será un día normal en el que no tengas que preocuparte por nada?, al demonio, la pulsión instrumental te está lacerando, lo más real que tendrás en un buen fin de idiotas atascando las calles y los centros comerciales ávidos de cosas que no necesitan. La música que va a atacarte.

“Letting You”, déjate llevar, estás presenciando uno de los mejores conciertos acontecidos en la historia de El Plaza Condesa y es apenas el comienzo. Repleto como pocas veces, en un lunes en espera de volver a la normalidad, esa que te da cierta tranquilidad, get away, que todo se disipe, que las inyecciones de la enfermiza electrónica que antes que alegrarte te hipnotiza, te sofoque, te provoque, te mande al demonio. Somos cerdos en una marcha ávidos de atascarnos de todo lo que nos complace, ¿eso te hace sentir mejor?, entonces arráncate el cabello, delira, dispara, figura al opresor ante en ti y sorpréndelo con un golpe contuso a la quijada.

“This Isn’t The Place”, gran contradicción, estamos en el lugar correcto, El Plaza Condesa cual capilla de adoración ante un Trent Reznor que hasta el momento no ha dicho nada. Solo se concentra en lo mejor que sabe hacer: ofrecernos la música que nos lleva al delirio. “Sanctified” para arrastrarnos a la adoración primigenia, pequeñas máquinas de odio devaneando entre notas y frases, estamos siendo purificados, absortos miramos a nuestro alrededor, las poses, los rumores, los letargos, la indiferencia, cómo es que observas tu pantalla ante tal maestría sonora, cómo es que te preocupas por lo que pasará mañana sin disfrutar el hoy.

“Reptile”, la maldad avante ante las buenas intenciones, la maquinaria que pocos comprenden, porque es más fácil posar, estar presente, hacer check-in, tomar la foto para la red social favorita, vanagloriar la presencia antes que la esencia, y mientras sucede la selfie de manifiesto de los que están en apariencia, los que están en esencia cierran los ojos y se dejan llevar. El gran pecado de escuchar y apreciar antes que posar: “Sin” y su siniestra euforia, los gritos sinceros que opacan la hipocresía. No fuimos multitud, fuimos bendecidos por los tonos que no sonaron en un festival masivo. La intimidad y la fidelidad antes que el afán de pertenecer.

“Help Me I Am In Hell”, y en las llamas encontramos el confort, en los sonidos la iluminación, el candor que tanto nos falta. “Happiness in Slavery”, no abras los ojos, no quieres ver lo que sucede, solo siente, deja de ser un reo de tus necesidades. “God Break Down The Door”, el delirio, la necedad de moverse, el frenesí, la capacidad que tenemos para apreciar antes que perder el tiempo. Sin gran ardid visual y un saxofón nos arrastra a la locura.

“Gave Up”, y esa necesidad de azotar nuestras cabezas contra la pared que fácilmente nos lleva a la locura, “The Great Destroyer” para calmar el ímpetu pero no la emoción que claramente nos domina, brilla, y pertenece, sobre todo a aquellos pocos que cierran los ojos y disfrutan antes que escribir un texto en su teléfono. “Burning Bright (Field on Fire)”, no están todos los que lo merecen, “Survivalism”, bocanadas de nicotina ante la prohibición, un olor entre hierba ilegal y perfume barato, los tragos que fluyen. “The Hand That Feeds”, ¿morderás la mano de aquel que se entrega en el escenario para tu iluminación mientras te tomas una selfie?, no pertenezcas si no sientes, no aparentes si no hiciste el mínimo esfuerzo. “Head Like a Hole”, nuestras almas oscuras y podridas que saltan, trasfugan, enardecen, no tenemos dinero pero tenemos desgracias, no tenemos que adquirir pero sí qué saquear, tenemos lo que merecemos, no lo que podemos adquirir sin necesidad.

“The Day The World Went Away”, y cual dirección de orquesta los golpes a la guitarra, los ecos de una maldición, la instrumentación que nos guía a la figuración: imagina que todo terminará pronto, que el plástico matará los mares, que las guerras serán los nuevos deportes, que tus necesidades se convertirán en deseos. “Even Deeper”, no ha terminado nuestro descenso, “Over And Out”, y aquellos que se rinden y se van, pobres diablos, aún falta el alta causa, la expiación, el réquiem persistente, la costumbre, el preludio al final que no queremos aceptar.

“Hurt”, el viento orgánico de nuestra agonía, porque nos lastimamos para sentirnos vivos, porque nos golpeamos el pecho para hacer trabajar el corazón, la realidad del dolor punzante, lo que queremos dejar atrás pero nos sigue doliendo. ¿En qué nos hemos convertido?, en seres que en su nostalgia y el dolor se regodean mientras aquellos culpables de nuestra miseria se han olvidado de nosotros. Tronos de mentiras y porquería, cosas de las que nos arrepentimos, palabras que nunca debimos haber dicho, esa extraña cómplice amargura en una zona de confort incompleto. El final anunciado, el último momento para ahogarnos, la esperanza de encontrar un camino. Y las luces que nos guiaron y los sonidos que nos ultimaron de pronto callan, y lo agradecemos, lo saboreamos, después de ser crucificados por clavos en nuestra psique antes que en nuestras manos.