De realidades y psicodelias.
El ruido de lluvia sobre las paredes del Indie Rocks! nos transportaba a un paisaje de psicodelia fértil donde Apache O’Raspi, acompañado de Dorotheo, se encargarían de volver sonido toda visión, trayendo la teatralidad individual a la superficie del disfrute colectivo: el concierto daba inicio.
Partíamos de la efervescencia contenida en los acordes y tonos dulces en la voz de O’Raspi para avanzar taimadamente entre el folklore eléctrico de la instrumentación. “Rampante” caía sobre los asistentes dejando clara la línea sonora que seguiría el triplete para el resto de la presentación; baterías contundentes, atmósferas hechas miel y la suave envolvente melódica de las frecuencias bajas convertían las versiones en vivo del proyecto originario de Torreón, Coahuila, en un deleite de impulso soft psych.
El ludismo en el setlist crecía corte tras corte, nos sumergíamos en la interpretación convertidos en un retrato sonoro de las caricaturas de los años 30, como si los chispazos de shoegaze, indie y dreamscapes, presentados por los músicos, hubieran nacido dentro de ese mundo de bordes redondeados y movimiento fluidos.
Apache O’Raspi, acompañado de Francisco Nava al bajo y Sergio Méndez en las percusiones, inundaban el juego de sensibilidades presente en los escuchas soltando “Rifa” seguida de “Edna”. La segunda fecha del Ciclo Hipnosis se había convertido en una fiesta de sonidos nacionales llegada a su punto máximo con el jam de ritmos norteños en “Cantar de el Jilguero”, cerrando set con la ensoñación del encore que daba paso a Dorotheo.
Un muro de texturas sonoras se alzaba frente a nosotros al filo de los cinco integrantes; remolinos de synths, bajos al dente, suavidades percutivas y la estridencia de las seis voces en la guitarra de Benjamín Zárate volvían la primera impresión del proyecto nacido en Guadalajara, Jalisco, una experiencia de deleites extrasensoriales.
“Alba Rosa” inauguraba el torrente de géneros que fluirían desde el escenario a nuestra audición profunda hasta terminada la noche. Dorotheo pasaba del kraut rock más puro a montar sobre las crines salvajes de una psicodelia vuelta noise, descendiendo por los círculos de shoegaze, sonidos drone y meditaciones de escalas orientales. El quinteto terminaba por volar las paredes del recinto el tronar de “Caetanave”, dando un primer por las cascadas armónicas tejidas por los registros de cada instrumento.
El juego de voces entre María Centeno en los teclados y clarinete, Otto Malgesto tras los tambores y el mismo Zárate enervarían la atmósfera del concierto explotando bajo la versatilidad del post rock. Pasábamos tan suavemente entre sonido y sonido que la violencia de vanguardia detrás de cada composición era a penas ser percibía, la teatralidad del movimiento colectivo como único espíritu.
El cierre del concierto dejaría ver a O’Raspi una vez más sobre el escenario para presentar “Capricho” en una suerte de acrobacias instrumentales junto a Dorotheo, dejándonos sumergir en el caos del encore vía “Desvanecido”, seguido por el trabajo en tornamesas de Hugo Quezada.