Un tornado de música campirana para liberar el alma.
Pocos minutos antes del show de Jenny Lewis, el escenario se ilumina con una intensa luz roja, se escuchan grandes clásicos de la música popular mexicana a piano solo y los asistentes se encuentran metidos en platicas muy profundas.
Del lado derecho se escucha la intensa discusión de cómo se nos complica tener una buena administración de dinero, del lado izquierdo, y en otro idioma, recuerdan que el Aha Shake Heartbreak de Kings of Leon era increíblemente bueno y como poco a poco se empezaron a ir al demonio.
Precisamente la generación que escuchó ese disco en 2004 y que ahora odia a Kings of Leon, es el tipo de audiencia que viene a un concierto como este.
El Plaza no estaba tan lleno, aún hasta el final del concierto, nunca llegó al lleno total, ¿pero eso importa para presenciar un gran concierto? Por eso era tan fácil escuchar las voces de varios círculos de plática, conversaciones que al comenzar el show se convirtieron el aplausos, baile y risas de gran satisfacción.
Un breve intro musical es el que da la entrada a Jenny Lewis que sale amedrentando a los presentes quienes aplauden con tan solo verla montada en el escenario.
Los demás miembros de la banda apenas se acomodan sus instrumentos, los afinan y ajustan sus asientos cuando un par de teléfonos con luces neón, sobre el teclado de Jenny, se encienden y comienza la noche con “Heads Gonna Roll” a guitarra, piano y voz.
“Wasted Youth”, la segunda canción de la velada, comienza a sonar ya con todos los músicos vibrando al mismo tiempo y todo se escucha de súper lujo.
El bajo, el órgano, la batería y la guitarra realizan una economía de sonido bien gestionada, ahorrándose acordes innecesarios, manteniéndolo todo simple a lo individual para que en el ensamble todo tenga una ejecución más precisa y fina.
Esa estrategia les da más control en la ejecución y sobre todo ayuda a la voz de Jenny a jugar con diferentes rangos que obviamente mandan al demonio la cordura del público que lanzan gritos eufóricos completamente impredecibles. A veces gritos de mariachi, a veces algún tipo de grito polinesio de batalla o hasta gritos de emoción al estilo Pérez Prado.
Una onda muy rara, pero divertida, todo eso es lo que provoca la gran voz de Jenny, que se ha vuelto más potente y mucho más experimentada durante el transcurso de su carrera.
Pero la voz no es lo único que Lewis ha evolucionado, también su visión del show en vivo ha mejorado increíblemente. Ella sabe muy bien lo que quiere, usar un jumpsuit con hartos brillitos, una escalera pequeña difícil de subir con tacones gigantes, globos enormes para que el público termine de divertirse en grande o un micrófono dentro del auricular de un teléfono para interpretar “On The Line”.
Esa selección de recursos, más la forma en la que Jenny Lewis se desenvuelve en el escenario, hacen que el show se vuelva tremendamente disfrutable. Cada instante está pensado premeditadamente, pero también un poco de improvisación entra en el show para hacerlo más orgánico y divertido para quienes se posan frente al público.
Y sí, éramos un quórum un poco mínimo, pero eso no impidió que liberáramos todo lo que traíamos dentro en una catarsis con gritos y baile.