Murciélagos, xoloitzcuintles y colibríes.
Llegó la noche de Porter en el Teatro Metropólitan para presentar de manera oficial el EP Las batallas del tiempo, el cual fue lanzado en plataformas digitales el mismo día, y del cual pudimos escuchar por primera vez (versión estudio y en vivo): “Himno eterno”, la cual solo la habían escuchado un grupo de personas dos días antes en el showcase de Porter para su disquera Universal. La piratería afuera del Metropólitan, siempre al tiro, ya tenía las camisetas con la portada del nuevo EP; y quedará pendiente el resto del álbum, el cual será completado con otro EP de cuatro canciones, y un sencillo (o mini EP) de dos canciones.
Porter tuvo la gentileza de invitar a Bándalos Chinos, grupo de Buenos Aires, para que le diera banderazo inicial a la noche (como también lo hizo para el concierto de Porter en Pachuca), y el grupo argentino nos presentó su nuevo material Bach, al ritmo de un yacht-rock con un poco de funk, que recuerda al “rocksito” inocuo de principios de los años 80, hubo solos de sax y esas cosas.
A las 21:00 H. en punto subió el grupo de Guadalajara, el platillo principal, para la ovación de un Metropólitan que estaba como al 90% de su capacidad, técnicamente un lleno, e inmediatamente dejó caer un fragmento de “Este cosmos”, para conectarla con la melódica “Host of a Ghost”, y como es tradición para cualquier concierto en este recinto, el público era dedicado y conocedor, recibía cada canción con la misma ovación como si fueran otra vez los primeros compases de “Este cosmos”, ya fueran canciones antiguas, queridas y conocidas, o cualquiera de las nuevas.
David Velasco personalizaba el sonido de la banda y se notaba suelto, bailando de vez en cuando, especialmente con el guitarrista más prendido, Víctor Valverde. La banda estuvo ataviada en lo que parecían unos sarapes negros, o unos tuxedos (vaya discrepancia, lo sé), hechos a la medida, muy chic, eso sí; y a los costados del escenario se veían al principio del concierto unos grandes rehiletes girando velozmente. Velasco, que es efusivo en el escenario, pero no tan elocuente para las entrevistas, ofreció las siguientes palabras antes del primer número del nuevo material. “Las batallas no son personales, todos estamos en esta búsqueda”.
Y escuchamos la rolaza de “Bandera”, canción que de alguna manera engloba la temática general del nuevo material, la bandera que se erige dentro de esta sucesión de batallas que llamamos vida, bandera tejida con desamores y sufrimiento del pasado, pero indistinguible entre tantas, porque todos sufren y eventualmente, siguen adelante. “Lo sé, perdón, soy un ser humano”, cantaba Velasco, como lamentando nuestra condición errante. Para la canción bajó del techo un feto gigante inflable, de mal parecido y abstracto. “A mí me parece que es uno de esos peces que habitan el fondo del océano”, me dijo mi vecina del asiento de un lado.
Diego Rangel se aventaba unos riffs pegajosos en el bajo y a veces replicaba el instrumento en lo que me parecía ser un bass synth, como en “La China”, donde el teclado producía algunos de los bajos más profundos que he escuchado en este recinto, y el grupo en general programaba algunos sampleos y loops en las consolas para construir un sonido más robusto, tal como sucedió en el debut de la noche, “Himno eterno”.
¿Y la sopa de zapote, apá?
El mentado “Xoloitzcuintle Chicloso” apareció al final del set principal, lo cual inundó de éxtasis a la audiencia, la cual reconoció la canción después de varios segundos. Y Velasco entonó las antiguas coplas de Juan Son, al ritmo de disco, sobre un pobre perro que le dieron toloache y luego lo hicieron tacos (hay que ser buena onda como Velasco para no haber dicho: “ni de pedo canto esa madre”).
Para el encore, Velasco tomó la guitarra y empezó una rendición acústica de “¿Qué es el amor?” (la pregunta ancestral dentro de la música popular, What is Love?), acompañado de Rangel en el teclado, antes de que se uniera toda la banda e interpretaran el verdadero himno eterno, “Espiral”, la cual nos devolvió de madrazo al 2005, y mientras todas las personas levantaban sus manos hacia el techo del Metropólitan, Porter disfrutaba su noche bañado en luces azules y amarillas, y a nuestro alrededor nos envolvía un olor que yo juraba era de piña, “es como a flores”, opinó la vecina.
Un concierto emotivo y completo fue el de Porter en el Teatro Metropólitan, fue la oportunidad de ver el regreso, con nueva música, de una de las bandas mexicanas más relevantes de los últimos 15 años.