Iron Maiden: El eterno e infalible legado de la bestia.
Debemos defender nuestro derecho a decidir sobre nosotros mismos sobre todas las cosas, debemos pelear en las calles y desde nuestras trincheras, debemos pelear contra nuestros demonios y nuestros pesares y nunca rendirnos, y después de la oda de Winston Churchill a la batalla, el Supermarine Spitfire de la real fuerza aérea es nuestro vehículo a la catarsis absoluta: “run, live to fly, fly to live, do or die”. “Aces High” para emprender el vuelo piloteado por la doncella de hierro en la primera de tres noches completamente vendidas en el Palacio de los Deportes.
“Where Eagles Dare”, la precisa y poderosa ejecución instrumental, Janick Gers y esa única forma de revolverse con su guitarra y maltratarla, Bruce Dickinson cual gran mariscal en las alturas controlando a un ejercito, Adrian Smith y Dave Murray y sus solos enmarañados y perfectos, Nicko McBrain escondido tras sus tambores y un telar de camouflaje, y el supremo Steve Harris, alta causa, el comandante, Alexander the great, disparando a diestra y más siniestra las líneas insuperables en el bajo. “2 Minutes to Midnight”, la emoción de una niña por ver a la banda que tal vez hizo que sus padres se conocieran, la familia abrazada al compás de Iron Maiden apreciando su grandeza y enlazandose en la tradición de asistir al show, gritar, ensordecer y llevarse a casa los mejores recuerdos posibles.
“Esta es una canción de libertad”, refiere Bruce Dickinson antes de interpretar “The Clansman”, la oda a la epopeya de William Wallace y su lucha por la tierra que siempre le perteneció, las canciones como clases de historia, puedes aprender más de mitología griega o de los grandes iconos de Escocia, Egipto o Macedonia al compás de heavy metal que en un salón de clases con un burdo y aburrido resumen. El grito de “Freedom” trasfuga entre la lluvia de cerveza y los puños al aire. “The Trooper” enmarca la aparición en escena de Eddie y una de sus múltiples personalidades, quizá la más famosa, pero es difícil afirmarlo ante tantas grandes caracterizaciones en las portadas de los discos, singles, playeras y videojuegos. Después de ondear la bandera del Reino Unido, Bruce hace lo propio con la mexicana ante el desato de la multitud.
La primera estrofa del canto religioso de un poema Gilbert Keith Chesterton es el comienzo de uno de los temas quizá más incomprendidos de la obra lírica de Bruce Dickinson, pero también de los más grandiosos, “Revelations” y su afán de re descubrimiento e inspección, caer y levantarse, mirar más allá de la adversidad y entender que ni la tormenta puede hundir el barco. “For The Greater Good of God” y sus pasajes instrumentales que alimentan gran parte del display en los modos de juego de Legacy of the Beast, el videojuego cuyo nombre enmarca este tour al igual que la mayoría de los temas que se presentan y en el cual simulas batallas épicas entre Eddie y sus diferentes formas y enemigos siniestros como faraones, soldados nazis, demonios y aliens. Términos como ironita, almas, runas, talismanes son comunes entre los jugadores que incluso hacen grupos para compartir tips de juego como en LOTB usuarios en español en Facebook.
“The Wicker Man” y su ánimo punk, los cantos gregorianos como preludio a “Sign of the Cross” y un gran display en el escenario evocando a un Eddie en llamas emergiendo del cielo ante el rezo de monjes y hombres crucificados incendiandose. La suprema imaginería de Iron Maiden que domina desde sus inicios hasta nuestros días, dantesca, tan llena de imaginación y alineándose a diferentes épocas y situaciones. “Flight of Icarus” y su poderoso statement, el mismo hombre y mito blandiendo sus alas ante el domo de cobre, Bruce Dickinson disparando fuego de sus manos, “fly on your way like an eagle, fly as high as the sun”, aunque se derritan tus alas y caigas, vuelve a levantarte. Al final la imagen cae ante una lluvia de fuego y vemos idealizada una parte de lo que siempre quiso lograr la doncella de hierro: llevar los conciertos de rock a un nuevo nivel visual e interactivo más allá de la música.
“Fear of the Dark” para que el canto de batalla al ritmo de la guitarra nos cimbre, los grupos de amigos que se abrazan, los niños tal vez experimentando su primer concierto enganchándose de por vida a la experiencia en vivo, las viejas generaciones de cabello largo cantando como si fuera la primera vez al giro del vinilo en su cuarto, la generación del streaming que llegará a casa a armar la playlist para recordar tan épica noche.
La invocación al maligno tal y como se lee en el libro de las revelaciones, capítulo 13, línea 8, una lluvia de fuego en el escenario, “The Number of the Beast”, la euforia y la energía, el recuerdo de una playera tirada a la basura porque mi mamá consideraba que era satánica, la memoria de haber visto por primera vez esa portada del disco y pensar que era lo más malditamente diabólico que existía, tocar hasta la fecha esas canciones y pensar que Iron Maiden es una de mis bandas favoritas de la vida, y ante su canción homónima y una enorme efige de Eddie mirando a todos lados en el escenario, entender que el legado de la bestia es eterno y trascendente.
“The Evil That Men Do” es la canción que suena cuando abres la aplicación de Legacy of the Beast para comenzar a jugar y como mencioné anteriormente, el hilo conductor de este tour que no deja de ser interesante, aunque los “metaleros clavados” digan que “Maiden siempre toca lo mismo”, tres noches vendidas refutan a aquellos que se quedaron en casa escuchando sus discos de Saxon. Simplemente tienes que ver a Iron Maiden por lo menos una vez en la vida, apreciar la ejecución instrumental y la teatralidad que llega a su cenit en “Hallowed Be Thy Name”.
“Run to the Hills” para decir hasta luego, en verdad, espero que no sea un adiós, y sé que el tiempo y las causas harán que Iron Maiden deje de hacer giras, solo su música será eterna, pero por esta razón, porque el tiempo es implacable y el destino no perdona, agradezco a la vida por ponerme de nuevo frente a ellos, llenos de vida, con la energía que a veces a mi en mi aparente juventud me falta, con el talento musical que nunca tuve, con esa potencia sonora evocadora que levanta el ánimo y llama a la batalla diaria: ”we will never surrender”. UP THE IRONS.