Melancólicos villancicos en la íntima posada de Carla Morrison en el Foro Indie Rocks!.
Eran casi las 8:30 p.m. y la entrada del Foro Indie Rocks! ya lucía engentada con personas de casi todas las edades, estilos y actitudes esperando entonar los primeros versos de la afamada canción de posadas: “en el nombre del cielo/os pido posada.” Cuando fue la hora de abrir las puertas, los organizadores del evento no escatimaron en hacerlo, saltándose toda la parte de negación, incertidumbre y reconocimiento que constituye el himno de antaño para las luces de Bengala y los tamales infinitos. Pero en vez de luces o amenidades gastronómicas navideñas, el Foro ofreció su típico servicio de bar, Doritos y LEDs con colores festivos, que daban lugar a un escenario lacónicamente armado con árboles tallados en madera, luces amarillas e instrumentos oscilando entre lo eléctrico y lo acústico. El entorno idóneo para que Carla Morrison deleitara al respetable con villancicos tradicionales arreglados con su toque melancólico y etéreo que la ha hecho muy querida entre millones de fanáticos alrededor del mundo.
Bajo la idea de promocionar su EP independiente, La Niña del Tambor, la palabra “posada” sirvió como un pretexto perfecto para que amigos –tanto los grupos ya hechos como los que usualmente nacen en estos espectáculos– convivieran y estuvieran inundados de buena voluntad, diversión y lo que realmente une a tantas personas heterogéneas en un solo lugar a una hora determinada: el amor por la música.
Y vaya que el amor fue fuerte, porque todos esperaron casi una hora a que saliera la oriunda de Tecate, Baja California junto a su banda. Entre chiflidos, gritos de frustración por el atosigante calor del lugar y las llamadas apasionadas de “¡Carla! ¡Carla!”, el público no se ofuscó. A cinco minutos de que dieran las 10 p.m., la cantautora y sus secuaces musicales salieron ante una ovación desenfrenada por parte de jóvenes y adultos. No sería la típica posada donde tus abuelos se duermen antes de tiempo y tus tíos pelean por malentendidos.
Con una sonrisa desbordante y un atuendo muy ad hoc al clima y a las festividades –no se vería fuera de lugar en un comercial de temporada de alguna tienda departamental– Morrison inició la velada con “Jesús”. Poco después, hizo su misión al interpretar el resto de las canciones del EP, explicando el por qué de su inclusión y las razones por las cuales las cantaría esa noche. “Esta Navidad es tiempo de estar unidos, de quedarnos en casa a vacacionar, de estar con familiares, novios o hasta con el tío o tía borracha. No importa quienes seamos o qué religión profesemos; lo importante en estas fechas es compartir”, recordó la cantante a sus seguidores, quienes le celebraban cada intervención o la chuleaban en cada oportunidad; detalles que ruborizaban y llenaban de risas a la intérprete de “Déjenme Llorar”.
Después de entonar “Have Yourself a Merry Little Christmas”, “Noche de Paz”, “O Holy Night” y “El Niño del Tambor”, Morrison presentó a su banda, quienes se desempeñaron formidablemente a lo largo de la noche en sus respectivas disciplinas. Ángel Melendez daba sutiles rasgueos en su guitarra; Luis Ibarra se meneaba al compás de su contrabajo; Mabel Jimenez armonizaba con voces y su órgano; “Snakes” daba batacazos relajados y estruendosos en la batería según el mood y Alejandro Jimenez, director musical, coordinaba cada detalle para que los arreglos y elementos individuales puntualizaran la voz impecable y melodiosa de Morrison. Nada opacaba nada, todo estaba excelentemente equilibrado. Es cada vez más raro que esto ocurra en foros mexicanos, lamentablemente.
Pero después de los villancicos, vino el verdadero regalo de la artista a los presentes: la interpretación de temas casi nunca presentados en vivo. Pese a que sean menos conocidos por estándares comerciales, el lleno total de 600 personas del foro coreó cada tema. Desde “Olvidé” del Déjenme Llorar y “Una Salida” del Mientras Tú Dormías, hasta “Azúcar Morena” de su último material, Amor Supremo y la entrañable “Compartir”, Morrison dejó lo mejor para el final, donde artista y público se volvieron uno y cantaron/lloraron/rieron cada palabra y melodía al unísono; quizás la prueba de fuego real para cualquier acto en vivo.
Pues no hubo canción de entrada para los peregrinos. No hubo pirotecnia, ni ponche, ni piñatas. Sin embargo, el ambiente del lugar se sentía igual o mejor que cuando vamos a alguna posada, ya sea familiar o de desmadre con los del trabajo o los cuates de la prepa. La sensación de calidez humana que brinda la música o el ver a tu artista deseado con otros es única y Morrison la supo transmitir grandiosamente. En un momento donde todos estamos con gran miedo o apatía, es inmensamente grato que haya un concierto que nos recuerde que podremos tener, después de todo, una Feliz Navidad.