La consagración de un sueño.
Conocí a Marino hace algunos años en una revista en la que coincidimos. La verdad es que solo lo reconocía de vista. Estaba siempre sentado en su escritorio pero cuando hablaba, alguien más reía fuertemente. Un día, en un podcast que grabábamos, lo vi con una playera de Seguimos Perdiendo y pensé: qué chido güey. Y eso fue todo. Algunos meses después, un amigo que por aquel entonces era locutor del Tiradero Santa Fe en Ibero 90.9 me dijo que escuchara un disco. Orinando contra el viento llevaba por título. Lo firmaba el Chingadazo de Kung Fu. Le di una vuelta. Luego dos, tres, seis. Esa semana lo escuché en repeat sin hartarme y las canciones ya estaban impregnadas en la memoria. Cuál fue mi sorpresa, que un día en un concierto, me di cuenta que el vocalista de mi nueva banda favorita, era ese mismo Marino con su playera de Seguimos Perdiendo.
Tendrías que buscar y buscar entre artistas que sean tan frontales como el Chingadazo de Kung Fu. No hay medias tintas. No hay maquillaje. O tal vez un poco, pero como si no lo hubiera. Las historias autobiográficas suelen tener un mayor impacto en las personas, porque es cuando el que está cantando algo, podría ser el muchacho que viste salir del edificio de enfrente por la mañana, o tu conocido de la escuela que se la pasaba diciendo que de grande iba a ser rockstar, o quizá aquel primo raro que en toda la vida te dijo que escucharas a Rancid. Cocaína, sexo, alcohol, mujeres y playas. Más cocaína. Mucho más cocaína. Así era el Orinando contra el viento, un disco que con pocas canciones, le brindó al Chingadazo mucho más de lo que en un principio imaginaron. Y las mejores cosas estaban por venir.
Además de ser honestos en las grabaciones, las redes sociales del CHDKF son constantemente alimentadas con las ilusiones y eventos venideros. Un buen día, salió la noticia: Chingadazo de Kung Fu se presentaría en El Plaza Condesa. Sin lugar a dudas, para los que estuvieron pendientes de la historia de la banda, aquel escenario representaba un sueño hecho realidad.
Era momento de la celebración, cinco años después de que Marino decidiera canalizar sus vivencias tocando música y muchos más después de sus primeras incursiones en bandas, CHDKF abría con “3 de noviembre (No me agüito)”. Algo por lo que siempre se ha caracterizado la banda —y con razón, pues Marino es diseñador gráfico—, es por su trabajo visual. Playeras que se han vuelto icónicas, pines y ahora, unos visuales espectaculares que, igual hubieran lucido en un foro más pequeño, pero que, en la pantalla de El Plaza, lucían inmejorables. “#imape” y los recuerdos que afloran cuando se te pasan las copas. El ambiente en El Plaza Condesa era como en cualquier lugar que se presenta Chingadazo: abrumador. “No me importa (¡Oh, Oh!)” solía cerrar los conciertos, pero ahora se presentaba como la tercera canción. Incuestionablemente, el crecimiento ha sido exponenciado.
Si algún día quieren escandalizar a alguien que dice ser muy recto, díganle que le enseñarán una bella canción de amor. “Sexo anal con hipsters (por detrás)” fue la siguiente interpretación, esa cruda pero directa enunciación: “no soy el chico que tú crees”. Si rompes ilusiones desde el principio y aún así se dan las cosas, ¿qué se le va a hacer? “Asunto pendiente (mi playera, tu pijama)” continuó la noche con la historia, quizá, de la playera aquella que Marino llevaba a la oficina y que ahora pertenece a alguien más. Después vino el combo viejito: “Azul turquesa” y “Rehab” transportaron a varios a aquellas presentaciones de Chingadazo en Caradura, con tal vez 50 asistentes, o en Bajo Circuito, cuando con poco más de un año de formación, ya pintaban para cosas grandes.
El tradicional cover a Seguimos Perdiendo con “Farolito” y, de repente, un aroma a Jack Daniels voló por entre las cabezas de los presentes. Enfundado en una chamarra con la bandera confederada, apareció el novio de México, el único e incomparable Charlie Monttana irrumpió en el escenario para cantar “Sigo perdiendo”. ¿Será Marino o Charlie el autor de la canción?
Momentos icónicos se vivieron en El Plaza Condesa. Las mamás de la banda subiéndose al escenario para partir el pastel del los cinco años, Alejandro Mendoza en acústico o subiéndose en una orca inflable, los interminables mosh pits en prácticamente todas las canciones. El público de la banda es uno que hay que reconocerse. Yo no sé cómo terminan al día siguiente y si es que necesitan algún medicamento.
Después de un encore, la última canción fue aquella con un Woody Allen caricaturizado que no necesita aparecer en un LP para que El Plaza entero coreara a capela. “No lo tomes a mal (No me toques, ando chido)”. “Y qué hueva explicar lo que pasó entre los dos, que te encontré con alguien más y que no quiero verte nunca jamás”. La simpleza honesta de Chingadazo es un ídem al corazón, a los músculos, al tabique nasal y a la cabeza. Bandas así, necesitan cumplir cinco, 10 o los años que sean, y aunque todo sea efímero y quizá ellos lo sepan mejor que nadie, este primer lustro ha sido un goce tomando coca y ron. Quién sabe ellos, pero yo pienso que el Chingadazo de Kung Fu ha seguido ganando desde el primer día.