Un daño lleno de alegría.
Han sido más de 30 años de largo y tortuoso camino para Jim y William Reid. La dupla escocesa de hermanos ha sido el núcleo constante de The Jesus and Mary Chain desde su creación, y tanto ir y venir de músicos –entre ellos Bobby Gillespie de Primal Scream, quien alguna vez fue su baterista– inicios precarios, algunos problemas legales, excesos, adicciones, y reputación por ser una banda antagónica y conflictiva en vivo, seguro conllevan a ser factores suficientes para que una banda diga “adiós” y no vuelva a juntarse nunca más. Lo hicieron, de hecho, en 1999, al grado de que Jim y William casi se matan en pleno tour.
Sin embargo, llegaron varios incentivos como su presencia en el soundtrack de Perdidos en Tokio y su subsecuente reunión en Coachella 2007 para cimentar su status de banda influyente y legendaria no solo en el shoegazing, sino en el espectro del rock en general. The Jesus and Mary Chain había limado asperezas y retornaban rejuvenecidos con un propósito de sonar, mejor y más ruidosos. De realmente sonar importantes, como se lo propusieron en 1983.
Dicho propósito siguió vigente en la noche de ayer, cuando los hermanos Reid y el resto de la banda subieron al escenario de El Plaza Condesa pasadas las 21:13 H. para contagiar ese propósito de revuelta, dolor y añoranza a un recinto prácticamente lleno. Lejos quedó la antipatía que mostraban los Reid en los años 80/90 para dar pie a un entusiasmo amable que se convertía en humildad y abrumación, en tanto ellos eran los testigos de cómo su devota audiencia coreaba y celebraba cada verso como salmo sagrado.
Desde los primeros acordes de “Amputation”, el recinto que usualmente mantiene cierto grado de elegancia y mesura, empezó a tornarse sucio, a ese tipo de clubes que asemejan una cloaca purulenta de donde vienen sonidos místicos y extraños y todo sabe y huele a la peda de antier. La afamada “April Skies” sirvió para que calentáramos más la garganta y nos preparáramos para entonar “Head On”, “Blues From a Gun”, “The Living End” y “Some Candy Talking”. También hubo oportunidad de desfilar canciones de su más reciente material de estudio, Damage and Joy, y temas como “Mood Rider”, “All Things Pass”, y “War on Peace” estuvieron en buena compañía con los clásicos ya mencionados.
La banda se mostró energética y cálida durante todo el show, contrastando con sus ofrendas sonoras. Junto con un despliegue de luces sobrias y atinadas, los solos de William Ried, el feedback ensoredecedor de la guitarra de Scott Von Ryper, los batacazos de Brian Young y el vibrante bajo de Mark Crozer se aseguraron de que ningún oído se fuera sin zumbar y que cada estructura de El Plaza no quedara inerte.
Para el cierre, se aventaron un combo demoledor de “Halfway to Crazy” y “Reverence”, que evidentemente dejó apetito de más ante los presentes. Apetito que solo pudo ser saciado en un encore con la dulce miel de “Just Like Honey” y la electrizante despedida de “Cracking Up” y “I Hate Rock & Roll”. Al final de la noche, aquella banda que se encargara de dar la espalda al público o de lanzarle objetos desde el escenario ahora fue la que unió voces, tragos y abrazos armoniosamente. The Jesus and Mary Chain continúa su regreso sin un rastro de cansancio; son los mismos individuos revoltosos con ganas de tronar bocinas y corazones.