“Hay música increíble allá afuera y lo único que quiero es sentirla suceder”.
Quienes se envuelven de sonido pasan su vida soñando con el tape de ese primer concierto, curtido en alcohol barato y asbesto, con amplificadores tan miserables como era permitido, ahogado en el sentir de blast resonando hasta extinguirse entre columna y esternón. El primer stack de reverb en blues driver a los pies de Kevin Shields, el debut de Kim Gordon haciendo arder en sónica al puñado de junkies-perdidos-melomaníacos frente a ella, el desgarre vocal pionero en la garganta de Black Francis; la sensación de que el ruido sobre el escenario frente a ti impactará en la memoria colectiva de tu underground, naciendo de la ciudad en que has crecido, rodeado de los rostros exhaustos-afónicos-resplandecientes de amigos futuros, sintiendo la música suceder y a ti con ella.
Experiencias así solo pueden ser argumentadas desde el instinto, cayendo en el dogma de la piel revuelta al primer rasgueo en “Estrés”, presentando al triplete de la Magdalena Contreras acompañados por la mística de Hugo Quezada amarrado a su Hagstrom vintage, la agalla partida en dos al escuchar los cánticos del sacro fuzz en “Tiempos Suicidas”, “No Hay Futuro” y “Pantitlán”. Nos volvíamos proyectiles de un instante al tronar de “i/O” hilada “Automático”, recalcando el ahora al interior de Mengers y reventando contra el slam melódico de “Fin de la Era”.
El relevo caería en el impulso dreamgaze de Alejandra Campos liderando a la agrupación multinacional, resultando en cascadas de influencias noventeras que hidrataban las paredes de concreto sello de Bajo Circuito. Grunge, garage, punk, dream pop, moody sound y shoegaze hasta donde el capitalino promedio puede soportar, fueron el arma elegida por Las Nubes para dar fin a la atadura sonora de los asistentes, elevándoles a un samsara de sonidos distorsionados atravesado únicamente por la claridad lírica de la vocalista.
Tras reformularnos en las texturas del triplete, la atmósfera recobraría densidad fundiendo partículas de feedback con el oxígeno al interior del venue, creciendo en un rugido constante para recibir de tímpanos florados a Nacho, Rubén, Gabriel y Mauricio; El Shirota a un acorde de estallar.
El setlist arrancaría con el tema que da nombre al último EP de la agrupación, hundiendo en “Niebla” hipercorporal las intenciones slam del público frente a ellos. Nos veríamos arrastrados entre relámpagos de materiales pasados y las nuevos himnos al alma del indie kid asistente, coreando los versos de “La Ciudad”, “Más de una vez” y la ya imprescindible “Carreta Furacao”, contando con la presencia de Las Nubes para reforzar la imagen de culto aparecida sobre el escenario.
El cuarteto intercalaría la bélica sonora en cada track con las profundidades soundscape entre meditación y meditación, entregándose al cariño genuino de los asistentes e inmolándose tirados al riff abrasivo de “RTL”. El encore llegaría a nosotros tras una larga pausa de tinnitus eléctrico, reviviendo en forma de “Chiluca” seguida de “Tibio”. Habiendo cargado en hombros del huracán humano a un fanático de nombre Gabriel, lubricado en sudor, sin playera, con los pulmones hechos pedazos de tanto gritar; un David hecho de carne tallado como monumento al sonido frente a él.