Un camino a casa.
La lluvia cubrió las calles de la Ciudad de México en la tarde noche, y todo estaba inundado, pero Steven Wilson ya nos esperaba con las manos abiertas para vivir una noche inolvidable a su lado. A las 20 H. las luces se apagaron, el escenario brilló, y la magia empezó a propagarse en forma de energía.
Las palabras truth, love, fake, science, oppression, dad, religion, death, news; empezaron a proyectarse con imágenes de fondo diversas para enseñarnos que la verdad es solo una perspectiva que cada uno puede tener desde su posición y todo estalló. Steven Wilson salió acompañado de grandes músicos, tomó su guitarra, y “To The Bone” se hizo realidad.
Las manos de Steven volaban y creaban momentos a través de las notas de la canción mientras que todos rezábamos tratando de encontrar nuestra verdad.
“Pariah”, primer sencillo de To The Bone, comenzó con su secuencia y abrió paso para la guitarra acústica y los demás instrumentos. Steven cantó acerca del cansancio, de la cotidianidad; y el rostro de Ninet se proyectó en la pantalla para reconfortarnos con su voz. Sentí la necesidad de abrazar a esa persona que amo y ya no está, de llorar, de sentirme libre; al igual que muchos que estaban ahí.
Steven saludó al público mexicano, preguntó quién había estado en el concierto del sábado, dijo que el setlist lo había cambiado porque ese era el chiste de tener dos fechas y dijo que no iba a complacer a nadie con canciones. Él era un artista, no un showman y PUNTO.
“Home Invasion/Regret #9” llegó con un riff seductor envuelto en sonidos espaciales y teclados que le hicieron honor a Deep Purple. Cambios constantes, cortes perfectos, todo se convirtió en un progresivo quimérico y nuestros oídos quedaron envueltos en una obra maestra hecha sonido.
“Routine” me hizo recordar el pasado. El silencio reinó mientras que la canción se desarrollaba y todos eran espectadores de lo que Steven había logrado. La rutina te mantiene vivo, ¿pero a qué costo?
A mí no me gustaba Steven Wilson y “Hand Cannot Erase” fue la canción que me atrapó. La música me voló los sesos a pesar de ser una canción nada compleja. Eléctrica, con uno de los visuales más bonitos que he visto en mi vida, franca, honesta y amorosa. La gente cantaba, aplaudía, amaba, se convertía en una mejor persona y volvía a creer en el amor.
La oscuridad llegó como un rayo y “Ancestral” salió de la guitarra y voz de Steven. La música se convirtió en una fábrica, en una mezcla de humo, metal pesado y engranes en la que todos se sabían la coreografía que tenían que hacer con las manos.
La voz de Steven nos guío por el camino: “Hey brother. Happy returns it's been a while now I bet you thought that I was dead. But I'm still here, nothing's changed”. “Happy Returns / Ascendant Here On” se convirtió en nuestra, en un placebo para todo aquel que quiere regresar, que se quiere ir, que quiere vivir y todo se convirtió en luz blanca.
“People Who Eat Darkness” abrió el segundo acto después de un merecido intermedio. Las bocinas reventaron y la gente respondió a los riffs entre brincos y air guitars. El ritmo lento de la batería marcó el tiempo, mientras que la voz rasgaba el alma y “Don’t Hate Me” se hizo realidad. De un momento a otro, las notas del teclado se convirtieron en jazz y el espacio migró a un mundo paralelo.
“This is my pop song and I need you to enjoy”. “Permanating” llenó de baile y colores el lugar. Los aplausos salían de las palmas sedientas de seguir el ritmo, los amigos bailaban al estilo disco en coreografía y se celebró una gran fiesta en honor a la felicidad.
El latido de un corazón roto cortó la celebración, y los celos, el apego, llamaron mientras que una bailarina proyectada marcó el tempo con cada uno de sus movimientos seductores en “Song Of I”.
El teclado inició una melodía melancólica y profunda. “Refuge” se apoderó de nuestros corazones y acaparó nuestros oídos para hacernos ver más allá de nuestros ojos y reconocer un mar lleno de gente que busca libertad en medio de la guerra. No pude evitar llorar, Steven siempre logra estrujar mi corazón.
El momento de las presentaciones llegó y todos aplaudieron la majestuosidad de los músicos. “Olé, olé, olé, olé Steven, Steven” retumbaba en las paredes del auditorio, retumbaba en el alma y en la memoria del músico inglés.
Los platillos de la batería marcaron el ritmo y una canción lenta y misteriosa se convirtió en el soundtrack del momento. “Vermillioncore” empezó a llenar el espacio mientras que el fuego recorría nuestras venas.
“Sleep Together” sucedió porque el pasado siempre reaparece y Porcupine Tree le daba orden al caos de sus estructuras musicales. “Blackfield” con un sabor más melódico en honor a esa banda que dejó huella y que a todos nos gustaría que regresara. Guitarra acústica y micrófono en mano, Steven removió los recuerdos y nos hizo cantar con “Postcard” del Grace for Drowning del 2011.
La noche se apagaba y nos regaló dos canciones más. “Harmony Korine” y las cuerdas de la guitarra se volvieron un solo elemento que fue entregado en ofrenda a nosotros, y “The Raven That Refused To Sing” que representó a una de las obras maestras del músico. Tan lenta, tan hermosa, tan paciente, tan exquisita y conmovedora. El video ya tan conocido aparecía en el fondo mientras todos seguían las notas del teclado y le cantaban al cuervo que se negaba a cantar en una noche llena de otras historias.
Aplausos, gritos y admiración por el hombre que hace lo que nadie actualmente. Que el rock siga vivo en el camino de regreso a casa.