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Espero que las turbinas de este avión nunca me fallen.
Durante un suceso inesperado, Teodoro halló una faja de billetes tirados en el Parque México, justo el mismo día que había renunciado a su ex-actual trabajo, principalmente por causas de desagrado e insatisfacción, pues estaba harto. Se reconoce como impensado al haber sido una casualidad de una perdida versus un encuentro. Es, tal vez, el andar en el camino del cambio.
Cuando de “cambio” se habla lo primero que ocupa mi pensamiento es el temor. Básicamente porque en algún capítulo leía que el “miedo es el terror a los desconocido”, justo lo más relativo de un cambalache. Es más, los anticuados adultos siempre oran la frase de “los cambios siempre son un bien mejor”, sin tener una diminuta idea de aquello que es “mejor” para el receptor al que le intentan aconsejar. Aun con eso, y dicho de otra manera, en efecto el cambio atrae un mínimo de positivismo; el simple hecho de “cambiar” ya altera el panorama dándole un vistazo más oportuno y auténtico. Pero, ¿qué es en realidad el cambio?
Supuestamente, y basado en significados articulados, un cambio es la acción de transformar, abandonar o intercambiar alguna cosa por otra que se considera de un valor semejante. La descripción parece sencilla y clara de comprender. La rudeza no es el entendimiento sino el método de aplicación, ¡pues qué complejo es dar el paso para un cambio! Y justo en este momento, diversos movimientos se han ejecutado alrededor de todo mi entorno, desde la billetiza que Teodoro localizó, hasta la decisión de Francisca de conseguir un marido nuevo; Alberto y sus aficiones por los autos para saltar a un vehículo de dos llantas o Mario que abandona su vida de vendedor para dedicarse a su sueño más efímero de ser diseñador gráfico. Cambios de horario, de clima, de gobierno, de economía, de vida.
Cuando un suculento alterado modifica la dinámica de un ser humano, su estabilidad se cuatropea, pierde el camino y el motivo desmotivándolo a seguir. Sin embargo, de paso está decir, cuando el cambio se presenta favorablemente todo encanta en su paso: asensos laborales, cambio de pareja, lugar de residencia, colegio distinto, looks de “cierre de ciclos”, entre infinidad de banalidades materiales que uno se puede encontrar en el rumbo del modifique. Sea de una o de otra manera, las mudanzas de dinámicas y buenas prácticas siempre atraen un beneficio por mínimo que parezca. Aunque, ojo, estos no están asemejados a casualidades, destinos o bendiciones producidas por rezos: los cambios en las personas no son el resultado de un pensamiento potente o una fe desbordada, sino más bien por cuestiones de decisiones, esfuerzo, caminos cruzados o giros en el mapa de lo que llaman vida.
Si continuase en el divagar de los cambios, la filosofía del mismo está plasmado en libros de eminencias en la materia, aquellos que mencionan, por ejemplo, que el cambio incluye “traslados espaciales, metamorfosis interiores de las formas de movimiento, todos los procesos de desarrollo, así como el surgimiento de los nuevos fenómenos en el mundo”; si buscamos el parafraseo se diría que los cambios ocurren por algo, ¡vaya reflexión de adulto contemporáneo!
En las viejas, actuales y modernas corporaciones el cambio también se asocia con la transformación, esa ambiciosa intención de ir rotando con el momento para adaptarse a las nuevas sociedades clientelares. El cambio también es una carrera, una profesión o una empresa, hasta un estilo de vida. Una lectura que se pretende establecer como una filosofía de empuje y motivación, como si el cambio fuese el oxígeno que nos permitirá sobrevivir en un futuro: “o cambias o mueres” dicen los altos capitales mundiales. Yo tengo mis dudas…
El tema de las modificaciones en la vida de las personas está sobre el tablón en todas las sobremesas que disfruto en mi entorno, es la conversación habitual más ahora que venimos de una transformación (espero sea así) gracias al experimento social de la contingencia; es como si fuese “año nuevo” todos los días:
Comenzaré a cambiar mi alimentación, es importante bajarle a los carbohidratos. Pasaré el cardio a segundo plano; necesito cambiar mi rutina en el gimnasio. Me urge un cambio en el trabajo, ya me siento estancado. Terminaré mi relación, pues no está llegando a nada en particular. Dejaré el auto, lo cambiaré por la bicicleta. Es momento de cambiar de partido político, me engañaron con la transformación. Necesito cambiar de amigos, un respiro de nuevos círculos. Es momento de dejar iPhone y probar algo distinto. Ya no beberé brandy por el azúcar. Es momento de buscar departamento. Es elemental un cambio en la zona. Y es así como “necesito un cambio” es el predicado más habitual y conveniente para cualquier situación. Va de nuevo: el reto no es la reflexión, sino la acción.
Curiosamente, hace semanas Aparicio me pedía un consejo para un cambio radical. Una manera distinta de vivir: dejar el discurso y llevarlo a la práctica, girar el entorno y buscar nuevas maneras de respirar. Y de forma graciosa muchas de las respuestas que localizaba se asemejan en discursos motivacionales como aquellos cangrejos oportunistas que inspiran sin inspirar; localicé libros repletos de frases y párrafos que inyectan gasolina para el acelerón del cambio. Parece cosa fácil.
Pero después de tanto y tanto sermón que parece no llegar a ningún lugar, nos percatamos que “el cambio” resulta una satisfacción consciente o inconsciente que trae consigo un sentir de renacimiento. Hasta los cambios que parecen invaluables o dañinos otorgan un aprendizaje; el cambio de vida (incluyendo todo en la palabra) motiva a los talones a seguir o restructurar lo que en realidad se busca corregir. Y por último como un dato estelar: las personas persiguen los cambios al ser la insatisfacción una naturaleza real, como si todo el tiempo la gente estuviese inconforme con lo que tiene. Y no está mal, los cambios mueven mucha energía y hay que permitir vivir nuevas experiencias.
Posiblemente Teodoro corrió con buena suerte. Y así anhelaría que esos billetes fueran suspiros de inspiración que cualquier ser en las calles se los pueda encontrar, recogerlos y decidir un camino distinto. Que las personas brinden con los canjes y den el salto; que escapen de la rutina y piloten su propio viaje y que el cubo en el que vivían se convierta en un paisaje; que la renta, el sueldo y el trabajo en la oficina lo cambie por las estrellas si son éstas las que desean alcanzar; que confíen en su destino, dice Residente, para darle la vuelta al mundo.
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