De robots rosas gigantes y festivales que hacen la diferencia.
Un año más. Más bandas, más gente, más lugares en los que se pone un escenario para disfrutar de la música. Si hacemos un análisis rápido de cómo ha ido evolucionando la cultura festivalera en México, podemos ver que, poco a poco, se han ido creando ofertas especializadas. Por ahí tienes un festival de metal, otro de ska y uno más de pop. El Hipnosis siempre ha visto por un nicho especial; ése en donde las guitarras tienen mucha distorsión, las canciones se alargan por largo tiempo y, en general, las bandas se pueden considerar de culto.
El Parque Cuitláhuac nos recibía con un panorama bueno y uno malo: el bueno era que no había una sola nube en el cielo, lo que vaticinaba una tarde tranquila y sin lodo, el malo era que, al no haber nubes, el Sol nos iba pegar inclemente durante varias horas. Pero eso no importó mucho. Desde que se abrieron las puertas la gente empezó a dispersarse por el lugar. La Ciencia Simple, banda chilena de post-rock estaba sobre el escenario y con su música se anticipaba que iba a ser un buen día. De ahí vinieron Los Mundos, banda regiomontana que de alguna forma ha cimentado bases para que otras agrupaciones voltearan a ver la psicodelia como forma de expresión. Muchas sonrisas, muchos celulares en el aire y un ambiente de esos que se agradecen.
El primer gran momento del festival llegó con Agar Agar. El dueto francés cautivó al público con una propuesta llamativa y contagiosa. Si los conocías, estabas feliz, pero si no los conocías, te ibas del festival con una nueva banda para ponerle atención. Su música calza muy bien en festivales. Dumbo Gets Mad y All Them Witches siguieron con esa tónica de banda que, si algo hace bien, es que la gente no se quede estática. Lo bueno de una curaduría como la del Hipnosis, es que sabes que las bandas están ahí por algo.
Fue entonces cuando los grandes nombres del festival empezaron a emerger. Si en el 2005 escuchabas el nombre de The Brian Jonestown Massacre, seguramente estarías sesgado por un documental en donde se retrataba a una banda con colapsos y tropezones. Lo cierto es que, a sus más de 50, Anton Newcombe es un rockstar de los de antes. De esos que con una guitarra y un sombrero esparcen un aura de las que forjaron lo que es ser alguien que ama la música y vive de ella.
Qué podemos decir de Panda Bear y Sonic Boom. Dos figuras que han destacado tanto en lo colectivo, como en lo individual. Ver su show en conjunto fue uno de los grandes highlights del día. Es música que te pone de buenas, de esa que es juguetona y le tienes que poner atención para no perderte el más mínimo detalle en la producción porque, de seguro, que hay un guiño por ahí que te saca una sonrisa.
Otro de los grandes momentos se avecinaba. Altin Gün es una propuesta fresca y contundente. La influencia del rock psicodélico tuvo una importantísima influencia en un sonido que podemos bautizar como rock anatolio. De aquellos grandes guitar heroes como Jimmy Page, surgieron re-interpretaciones con los clásicos sonidos del folclore turco y así tenemos a bandas como ésta. Visuales que te transportan a otras dimensiones y esa guitarra que, quieras o no, te hace mover las caderas. Es una joya que bandas así encuentren un espacio para tocar por acá.
Melody’s Echo Chamber y Temples son dos viejos conocidos del público mexicano. Música para pasarla bien y fanear a todo pulmón. Sin duda Melody se ha convertido en una figura muy reconocida en lo que hace. Tiene esa mística etérea de diva de otros tiempos, combinado con música que calza muy bien para los nuevos aires. Muchas historias de instagram tenían que tener algo de ambas bandas en las stories o si no es como si nunca hubieras asistido.
Y luego llegó la oscuridad. Si algo tenemos por acá, es que nos encanta ese sonido que surgió con los sintetizadores y el spray capilar. Boy Harsher es un proyecto con una identidad muy bien trabajada. Canciones que coquetean con un pop de fina manufactura y esa bruma darkie que tanto nos gusta. Otro de los grandes momentos del festival en donde no faltaron los meneos de cabeza con los ojos cerrados. Después, todo acababa para recibir a Toro y Moi. Baile, baile y más baile. Chaz ya casi es mexicano y el público ama sus canciones. Son composiciones que te ponen de buenas, sonríes y te dejas llevar por el ritmo.
Tocaba el momento mágico, el entrañable. La primera vez que escuchas a The Flaming Lips sabes que son personas que proyectan una vibra especial. Si la maldad adquiriera corporeidad, Wayne Coyne estaría ahí para combatirla con coros y arcoiris. Alguna vez tuve una plática en la que preguntaban qué banda de nuestros tiempos no te podías perder. Después de mucho deliberar, The Flaming Lips emergieron como una de las respuestas más repetidas. Sí o sí los tienes que ver y disfrutar de una puesta en escena como pocas bandas. Coros que hacen mella, robots rosas gigantes y en general, ese sentimiento de que estás presenciando algo que se te va a quedar en la memoria por el resto de tu vida. Una vez más, fue una joya que el Hipnosis trajera la celebración del disco consagratorio de una banda atemporal.
Ya el cansancio hacía de las suyas. Después del Sol de la tarde y ese cúmulo de emociones, el festival cerraba con Los Pirañas. Un perfecto soundtrack para aquellos que querían seguir la fiesta y la música de fondo ideal para aquellos que se iban del Parque Cuitláhuac con esa sonrisa que sólo te deja una experiencia redonda.
Un año más de bandas y propuestas escogidas con ojo de conocedor. Gracias, Hipnosis, que sean muchos años más de tener una identidad bien forjada para dejar satisfechos a todos los que creen en su apuesta.