Ciudad: CDMX

Una “rara avis” de hermoso trino y ases escondidos entre las plumas

Andrew Bird es un tramposo, y eso lo saben bien los que asistieron a su concierto en el Teatro de la Ciudad de México en 2011; es capaz de sonar como si estuviera acompañado de la Filarmónica de Viena a pesar de estar completamente solo en el escenario. En su nueva visita al DF repartió mejor sus ases escondiéndolos en las mangas de una banda, pero aún así su magia construida de samplers, pedaleras de loops y efectos la que hizo subir al Auditorio Blackberry a coros de violines y tin whistles celtas, formaciones country fronterizas e incluso troupes de cuerdas andinas.

Con la publicación del pasado 2012 de Break It Yourself y Hands of Glory, quedó claro que el de Illinois no tiene un especial interés en seguir innovando sino en profundizar en su sonido y establecerse en él; y con esta premisa arrancó el concierto, con los delicados pinzamientos y cuerdas sedosas de “Hole In The Ocean Floor”, su característico trino límpido y ecos del Astral Weeks de Van Morrison. En sus manos, el violín puede mutarse en herencia celta, en guitarra española con aires de blues (“Why”) y en acústica (“Desperation”); y con su banda crea ritmos trotones que le añaden puentes y pausas a la estructura clásica del rock crepuscular a rolas como “A Nervous Tic…” (aullada con fruición entre el público), sale a pasear por paisajes instrumentales próximos al jazz, y se aproxima a la épica de Arcade Fire con “Three White Horses”.

Aunque muchos hayan lamentado el poco afán de búsqueda de Bird en sus recientes trabajos, el multiinstrumentista supo mostrarse en directo menos canónico y más juguetón, especialmente en temas como “Orpheo Looks Back” (que vistió de largos pasajes instrumentales) o gracias a los ritmos marciales que imprimió a “Imitosis”. Y hablando de diversión, lució especialmente al reunirse alrededor de un solo micro con dos de los miembros de la banda, para darle a “Give It Away” una nueva dimensión folkie con las superposiciones de coros masculinos y de cuerdas que acompañaron al público en un amago de tarde soleada. En el mismo formato de “tres hombres y un micrófono” se desarrolló la divertida tomadura de pelo de “The Professor Sucks”, canción – jingle terriblemente pegadiza que, contó Bird, compuso para el show televisivo homónimo. En un concierto en el que no se escatimaron minutos y se repasó con profusión toda la discografía birdiana, hubo también tiempo para tonalidades puramente pop (“Eyeoneye”) y ecos, que me perdonen los puristas, a la guitarra de Santana en “Skin Is, My”.

Pero cuando el compositor se crece (y nos crece dentro) es cuando habla desde sus interioridades, cuando viste con lo mínimo las revoluciones sonoras y las baja a ras de corazón. Así, las cimas expresivas se vivieron con “Tables and Chairs”, que se movió entre líneas rítmicas obsesivas y una sigurrosesca belleza melódica del arco largo; y con el simbólico cierre de “Don’t Be Scared”, conmovedora con sus crescendos tan íntimos en inicio como de demoledora expansión final. En definitiva, un hermoso experimento vivencial desarrollado por alguien obsesionado en explorar (y aprovechar) todas las posibilidades del sonido para crear algo bello. Que no es poco.

{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}

Metric: Es Frío Cálido

Quien haya dicho que los canadienses son personas frías, inexpresivas y hasta casi sin sentimientos de ningún tipo, seguramente no estuvo presente en el Pepsi Center la última noche de febrero para tumbar ese viejo mito. Con un arsenal de cinco discos bajo el brazo y una historia que han venido escribiendo durante los últimos 15 años, se plantaron sobre el escenario cuatro individuos que, con un descaro digno de admirarse, llegaron a arrebatar los gritos apasionados de los asistentes; cual ladrón que le quita una paleta a un niño. Así de fácil.

 

Se escucharon las primeras notas de una tempranera "Artificial Nocturne”, al mismo tiempo que se le unían cada vez más gargantas que iban elevando el momento, creándose una tensión que evidentemente iba a reventar en euforia. Una figura estilizada casi perfecta, con movimientos calculados milimétricamente al estilo cheerleader, era personificada por Emily Haines, quien al mismo tiempo tocó sus gloriosos sintetizadores mientras el reflector principal la iluminaba.

Quizá sea ese cabello rubio ondeándose de arriba abajo, o esos bailes ensayados una y otra vez lo que hace que no apartes tu mirada de la que probablemente es una de las frontwomen que mayor energía destila sobre el escenario. Lo cierto es que todos esos atributos ordenan un conjunto perfecto que se antoja suficiente hasta para el asistente más lejano a ella.

En cualquier otro recital, podría decirse que se encuentra todo tipo de gente: los que van porque los invitaron, los fans de hace cinco minutos, los que están ahí nomás por estar; pero si algo podemos decir de los fans de Metric, es que en realidad se entregan a la banda y se desgarran las vestiduras por los canadienses.

Canciones ligadas una tras otra empezaron a formar una suerte de rave que todos agradecíamos y que iba in crescendo hasta llegar a una punta casi inalcanzable. Justo en ese momento, llegó “Dead Disco”, que dio la entrada para por fin escuchar las primeras palabras de Emily a su público, un seco pero inexplicablemente fraternal: “Hello Mexico City”. Cinco minutos fueron suficientes para cargar pila y regresar con una potente “Black Sheep”, ligada a una “Monster Hospital” que bien supo hacer lo suyo.

No todo puede mantenerse siempre con la adrenalina hasta arriba. Eso lo sabía bien Metric y nos regaló un caramelito: “Gimme Sympathy” en versión acústica. Un momento necesario de reflexión, introspección y sobre todo, de relajación. Con este sabor de excitación-relajación nos quedamos luego de 1 hora con 27 minutos.

La próxima vez que siquiera piensen que los canadienses no saben cómo divertirse, recuerden a Metric y tráguense sus propias palabras.

{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}

Ceremony: La invasión de los salvajes

Alabado sea el hardcore y alabada esa noche que quedará en la memoria de varios asistentes acerca de cómo debe ser un concierto de punk y garage en esta ciudad. Ceremony desde California, más un variado soporte de actos nacionales, entre los que destacaron Nazareno el Violento, Depths y SankinPankin, lograron convocar un considerable quorum de no sólo bigotones con gorras Volcom y playeras de Converse, sino a uno que otro incauto que se vio en medio de un moshpit donde además de puñetazos, volaron zapatos durante todo el concierto.

Empezadas las 9 pm, la larga noche de hard core y punk le dio la bienvenida al público en uno de los foros más importantes y subterráneos de la ciudad: La Faena. Con su parafernalia a la tauromaquia es meca de la cultura psychobilly en México ya que no sólo actos locales como Los Enterradores, Los Pardos y Los Desenfrenados se han presentado más veces de las que ellos mismos pueden contar, sino importantes actos internacionales del genero como Komety, Frantic Flinstones, Phantom Rockers y los Sick Sick Sinners han consagrado al lugar cómo un verdadero foro alternativo durante casi una década.

Ceremony, con cuatro álbumes bajo el brazo, se encuentra en un momento de su carrera donde ha evolucionado dejando atrás las crudas y veloces canciones de treinta segundos que en algún momento la posicionaron como una de las más feroces bandas del hardcore en California, el show fue más allá del típico brinca y reviéntate el hocico hasta que el cuerpo aguante. Durante una hora, aproximadamente, la banda liderada por Ross Farrar interpretó por lo menos un tema de toda la discografía de la banda, las frenéticas "I Want to Put This To An End", "Violence""He-God-Has Favored Our Undertakings" más temas recientes y orientados al garage como "The Doldrums (Friendly City)", "Adult" y "Hotel", con una intensidad y precisión que no dejaron decaer el ambiente de patadas y golpes que había congregado la banda.

Por la misma naturaleza del concierto no podía faltar el momento en que la ola de asistentes voladores desconectara o rompiera algo, pero sin parar un sólo segundo, la banda dio un concierto donde jamás se comprometió la euforia y sudor que se respiraba en la pista. Intercambiando pocas palabras con la gente, canción tras canción dejaron ver un circle pit durante "Terminal Addiction" y "The Difference Between Looking and Seeing" que siguió hasta que todos terminaron en el piso entre risas y pisotones. Cerrando con "Kersed" de su primer EP, Ceremony se despidió de nuestro país y dio por terminada su gira bajándose a saludar y a convivir con los asistentes (como es tradición en ese tipo de conciertos): autografiando discos, agradeciendo y sobre todo dejando la puerta abierta para los conciertos de punk y hardcore.

{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}

Natalia desde el sótano

Luces bajas, fondo de tela roja; ella, con un vestido negro de mangas cortas, doradas, y un tocado que sostiene una pequeña flor, la cara impecable, guitarra en mano. De pie, sola en el escenario, y la historia de un gran momento: fue en el puerto, en un viaje con amigos y magia. Entonces comienza a cantar: “acuérdate, de Acapulco…”.

Así inició el primer set de Natalia Lafourcade en el Zinco Jazz Club, con canciones de su nuevo disco (no se cansó de repetir que ya está a la venta), "Mujer Bonita", atrevido homenaje a Agustín Lara, que cuenta con duetos tan impresionantes como interesantes: Adanowsky, León Larregui, Devendra Banhart y Jorge Drexler, entre otros.

En cada canción subsecuente fue introduciendo a más miembros de su banda hasta formar un ensamble que incluyó marimba, batería, bajo, guitarra, ukelele, acordeón, trompeta y teclado. Dijo que para la reversión de "Copla Guajira" se inspiró en Kill Bill y El Padrino (hay que escucharla para entenderlo), luego vino la conocidísima "Piensa En Mí", seguida de "Imposible", primera composición de Lara, que inicialmente no iba a estar en el disco, pero gracias a Larregui fue incluida. El set cerró con "Aventurera", en la que Natalia tomó el ukelele, uno de sus instrumentos favoritos, y deleitó el oído de los más de 100 asistentes.
Después de un breve descanso, la banda regresó a tocar algunas piezas más “viejitas”. Empezaron con "Cursis Melodías", "Amarte Duele" en una excelente versión bossa, "Mi Casa", "Elefantes", regresó a Agustín con "La Fugitiva", se inspiró en "Amor De Mis Amores"… Pero el momento de la noche fue, tal vez, cuando interpretó "Un Pato".

Natalia es irreverente, le gusta burlarse de las cosas en su música. Antes de empezar la canción, improvisó unas palabras a manera de discurso cantado: “un animalito que tiene plumas en la cola tocaba a su puerta todas las mañanas para pedirle que nunca dejara de cantar esa canción”. Con "Un Pato" transmite la buena vibra y energía que la caracteriza y deja en claro que ella hace música para divertirse y para divertir.

Aunque un homenaje a Agustín Lara puede antojarse serio y tradicional, la maestría de los arreglos (que sin duda se disfrutan mejor en vivo) le da a las canciones del Flaco de Oro un toque fresco, natural, contemporáneo. On stage, los músicos vibran y la gente no puede más que corear lo que escucharon en casa de sus abuelos, o de sus papás. Natalia logra imprimirle al pasado una huella perfecta de cómo es el presente, y se coloca, tanto con sus temas más conocidos como con estas nuevas versiones, como una de las propuestas nacionales más inteligentes de la actualidad.

{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}{{descripcion}}

Pulp… marcados por su primera vez en México

Así como alguna vez dijimos que Irvine Welsh era el portavoz literario más autorizado para hablar acerca de la generación del éxtasis, hemos palpado, con casi todos los sentidos, al portavoz sonoro más calificado para musicalizar dichas historias…

El hombre perfecto para describir con ritmos pegajosos, melancólicos y bailables, las andanzas más entrañables de una "generación bastarda" (según palabras de Margaret Tatcher), sin romperse mucho la cabeza: ¿Thom Yorke?, no, hablamos de alguien a quien las décadas no le han borrado un ápice de sinceridad: Jarvis Cocker.

Porque su capacidad para abordar una multiplicidad de relatos rompe con cualquier esquema narratológico; anoche en el Palacio de los Deportes, Cocker comprobó que es el contador de historias contemporáneo más fiable del Reino Unido y que, sin haber recibido un vergonzoso título cuasi-nobiliario (llámese Sir), podría ser el gran biógrafo de la masa inglesa que la isla ha esperado desde que dejó de ser la dueña del mundo, allá por el siglo XIX.

Anoche, Pulp encontró en México, después de más de un año de anunciar su reencuentro, el sentido de una conjunción que tenía un frágil basamento de libras, o al menos, eso lo demuestran las dos horas y 47 minutos que Jarvis y compañía convulsionaron a uno de los peores recintos que haya parido esta ciudad.

Y el abanico se abrió; Jarvis Cocker contó cada una de las vergonzosas historias que detallan la decadente vida de una Inglaterra sobajada por el punk… Y no quería dejar de hablar, de mover cada una de sus cuerdas vocales para enfatizar en todas las aristas de esa putrefacción social que, gracias a una soberbia industria cultural, cruzaron el charco en forma del estereotipo más espléndido a seguir.
Cocker, quien ha estado consciente durante 35 años de este tedioso discurso, ejerció una demostración de válido egocentrismo donde sólo tuvieron cabida canciones de los discos de Pulp que él había amalgamado.

Al inicio, nuestro contador de historias se quiso comportar como si estuviera en cualquier parte del mundo, soltando un set list común y corriente, pero cada vez que entonaba los versos de la pieza inicial, "Do You Remember The First Time?", se daba cuenta que su historia de dos adolescentes drogadictos no estaba muy lejos de nuestras narices. Los tracks planeados del Different Class, su máxima creación, tomaron un matiz inédito, tanto, que no faltó una sola canción del mencionado e infaltable álbum. Pero en cuanto a calidad, se mostró trémulo cuando interpretó "Pencil Skirt" (como PJ Harvey, Beth Gibbons, Robert del Nadja y otros prodigios británicos que han pisado estas tierras), aunque en pocos minutos se asentó con una pieza que le recordó, gracias a las 20 mil almas presentes, la rave más truculenta de su época (Sorted For E’s & Wizz).

Seguro de lo que hablaba, quiso filosofar sobre el amor con "F.E.L.L.I.N.G. C.A.L.L.E.D. L.O.V.E" y construir un puente hacia sus perversiones con "I Spy". Anteriormente, había interpretado "Babies" y "Razzmatazz", con el mismo coraje con el editó el His ‘N’ Hers.

Evidentemente, desencadenaría el bloque más erótico que hayamos escuchado con "Underwear y This Is Hardcore", donde demostró que el pudor lo había dejado en el desierto californiano y, en la catarsis de esta coreada canción, ensayó algunas “largartijas” que todo el público supo interpretar, aunque no supieran descifrar su campirano acento inglés de Sheffield.

Pulp no se guardó nada, y cuando pensó que ya había abordado todo, Jarvis llamó a sus secuaces para un timeback que determinaría la siguiente historia; y la elegida fue una oda para su madre, "Little Girl (With Blue Eyes)".

En ese momento, Jarvis Cocker se quitó un gran estigma que ha cargado cinco lustros: no ser el líder del grupo desde su creación y no interpretar las bellísimas piezas que compuso cuando su voz era más grave de lo que la conocemos ahora.

Un gran avance para el ego de este contador de historias, quien seguramente pensará que, si se topa con otra audiencia de este calibre, tan entregada por el mainstream de la banda (es decir, "Common People" y "Disco 2000"), se atreva a entonar algún himno del Freaks o del Masters Of  The Universe… sin duda, cuentas pendientes que, esperemos, entregue pronto.

Pero era una herida demasiado profunda como para seguir excavando, así que volvió al timón con los tracks que él piensa le han guardado un lugar para la posteridad, esos del This Is Hardcore: "Sylvia, Dishes", "Like A Friend" y "Help The Aged".

Y volver al aclamado Different Class, con dos melancólicos relatos del Soho ("Something Changed" y "Bar Italia"), y terminar con una mordaz crítica al lacerante periodo que vivió el proletariado de su país en los 80 ("Live Bed Show" y "Monday Morning").

Así se comportó Jarvis Cocker en cohesión con los compinches que lo vieron crecer y consolidarse (principalmente Steve Mackey, Nick Banks y la virtuosa Candida Doyle), en un concierto que, seguramente, le dejó muchas preguntas que sólo él puede responder y que, su respuesta y difusión, debe ser la próxima tarea para los editores de esta publicación.